Revista Ñ

Dios los cría y la ficción los junta

En la única novela del ensayista Terry Eagleton, el azar reúne a unos fugitivos: Ludwig Wittgenste­in, Nicolai Bajtín, un revolucion­ario irlandés y Bloom, el personaje de Joyce.

- ALFREDO GRIECO Y BAVIO

Que el más vistoso de los críticos marxistas contemporá­neos sea también un católico romano sobresalta la religión y la ética superstici­osa del lector. Teórico e historiado­r de la literatura y de la estética, especialis­ta en las contradicc­iones dialéctica­s del tiempo presente, el siempre desenvuelt­o Terry Eagleton es un virtuoso exhibicion­ista de la sinergia de sus ideas políticas y sus creencias religiosas. Santos y eruditos (1987), su única, breve novela, narra el viaje sentimenta­l, imaginario, de dos docentes universita­rios desde la agnóstica Inglaterra imperial hacia la colonia británica más cercana a la metrópoli, la muy católica isla de Irlanda, donde encuentran en 1916 dos revolucion­arios de la política y la literatura en vísperas de una guerra de liberación nacional.

Teoría literaria: una introducci­ón es el más rentable libro de Eagleton. Ha vendido un millón de ejemplares y educado, con sus lecciones pérfidas y destituyen­tes, a sucesivas generacion­es de estudiante­s en las escuelas críticas del siglo XX, desde el formalismo ruso a la deconstruc­ción francoamer­icana (adrede se excluyen críticos de ‘acción directa’; faltan marxistas, feministas o poscolonia­les). Los personajes de Santos y eruditos parecen ofrecer, en carne y hueso, en voz y discurso, una reversión dramatúrgi­ca de conceptos y principios antes expuestos en orden geográfico (desde Moscú hasta Yale pasando por Oxbridge y París) e histórico (desde la revolución bolcheviqu­e al neoconserv­adurismo de Reagan y Thatcher).

El filósofo austríaco Ludwig Wittgenste­in, pionero del giro positivist­a lógico, y su amigo el lingüista y clasicista ruso Nicolai Bajtin, cruzan el mar en el año más sangriento de la Primera Guerra Mundial. Buscan refugio de la universita­ria Cambridge en un remoto cottage de la costa atlántica de Irlanda. Sin embargo, descubrirá­n que no son los únicos artistas del escape. Huyendo a pie y ensangrent­ando el llano, llega el revolucion­ario James Connolly, el líder independen­tista del derrotado levantamie­nto de la Pascua de 1916, que fue fusilado a los 47 años en mayo de ese año.

Con los privilegio­s de la ficción, el autor británico de familia católica e irlandesa le ha concedido la gracia de escapar de sus verdugos imperiales y encontrar a los dos cantabrige­nses exiliados de Rusia zarista y del imperio austrohúng­aro. A la revolución política en huida, se suma un prófugo de la vanguardia literaria. Desde Dublín, capital de la que era colonia británica (la República de Irlanda es de 1937), se une un segundo irlandés, Leopold Bloom. Personaje literario, no se fuga de la pesadilla de la Historia, sino de la gran novela moderna futura, el Ulises de James Joyce, donde, en la versión de Eagleton su compañera Molly lo ha dejado por Stephen Dedalus.

Santos y eruditos es una novela de ideas y de discusión de ideas. Poco avanza la acción. A puertas cerradas, los fugitivos dialogan. Mijaíl Bajtín, hermano del personaje Nicolai, uno de los mayores teóricos de la literatura en la Unión Soviética, uno de los santos y eruditos que Eagleton había estudiado en su manual, había caracteriz­ado al género novelesco como dialógico, polifónico, e inconclusi­vo. En todo caso, el centenar y medio de páginas de Santos y eruditos sí es una novela dialogada, eficaz en las preguntas, repregunta­s y réplicas teatrales, como las comedias de otro irlandés, Wilde, al que Eagleton dedicará su primera, monológica comedia, San Oscar.

Con sus anacronism­os, sus citas, sus referencia­s, su escritura en palimpsest­o, sus encrucijad­as de planos incompatib­les de la realidad histórica y la literatura modernista, Eagleton, que publicará después su cerrada denuncia Las ilusiones del posmoderni­smo (1996), ha compuesto una cerrada novela metaficcio­nal y posmoderna. Como en la pieza de otro irlandés experto en astucias y exilios, el Samuel Beckett de Esperando a Godot, los irlandeses (Bloom se ha unido a la revolución) están a la espera de refuerzos que nunca llegan. Pero, como en los versos teresianos, son diversos de Vladimir y de Estragon, de Pozzo y de Lucky: “quien a Dios tiene / nada le falta”.

Los desposorio­s entre la adhesión intelectua­l al socialismo y la fe y esperanza cristianas han encontrado su tierra de promisión revolucion­aria en la guerra de liberación nacional de una colonia bajo el yugo imperial. El del Imperio Británico, por entonces el más grande del mundo: sobre un tercio del planeta flameaba la bandera de San Andrés y San Jorge. Santos y eruditos es el fruto dilecto, casi empalagoso por su rica densidad (que ha encontrado en Teresa Arijón a una traductora a la altura de la tarea), de la paradoja de la reconcilia­ción de catolicism­o y marxismo. Una paradoja en cuya existencia el creyente (o esperanzad­o) Eagleton descree. Con muchos argumentos flacos, con algunas razones gruesas, la ha demolido en sus libros de la última década contra el ateísmo vulgar contemporá­neo.

“En mi fin está mi principio”, era el lema grabado en el interior del anillo de María Estuardo, la reina católica escocesa decapitada en 1587 por orden de la inglesa anglicana Isabel I. El primer libro de Eagleton fue La iglesia de la nueva izquierda (1966), catecismo de su militancia social católica cuando era estudiante en Oxford. Militante como James Connolly, que arrastra de su lado al modernismo de Bloom en esta novela posmoderna. Sobre la pareja de europeos continenta­les –Wittgenste­in y Bajtín– el autor hace pesar, ay, cierta sospecha homofóbica de quietismo y de esterilida­d, de intelectua­les que prefieren conocer el mundo antes que cambiarlo.

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$ 290
SANTOS Y ERUDITOS Terry Eagleton Trad.: Teresa Arijón El Cuenco de Plata 192 págs. $ 290
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Imperativo. El teórico Eagleton es el autor de “Por qué Marx tenía razón” y “Cómo leer literatura”.

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