Revista Ñ

Las posibilida­des del día

“Dios antiguo del amor/ ¿es posible rezar/ en el constante sobresalto?”, se pregunta Carlos Battilana en estos poemas que construyen luz con reveses cotidianos. Aún inéditos, integran “Una mañana boreal”, que publicará Club Hem.

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Milimétric­a

para C. ¿Qué será de este momento?

apoyamos los pies en arenas movedizas

sé por algún motivo que nuestra fuerza o nuestra voluntad de amor –ese conjunto atribulado de palabras– quiere ser más de lo que puede.

En ese ideal avanzamos un poco ciegos, iluminados por una extraña fe.

“Señor, dios antiguo del amor ¿es posible rezar en el constante sobresalto?”

Esa frase que soñé estampada en un muro medieval aún me mueve.

Sin demasiadas evidencias conocen los amigos, los seres queridos, que una sombra acecha, pero más el callado cataclismo del ser más frágil, el más amado.

¿Cómo se hace aquí, ahora?

La mujer que más lo ama lo arrulla con manos que no alcanzan a trazar siquiera un límite a tanta inundación.

Esa mujer sin plegarias, despojada de todo misticismo, sostiene su fe encendida de amor en su caricia milimétric­a que nada puede ni podrá.

La mujer que más lo ama, y que más lo acaricia, respira absorbe el aire con su cuerpo así alcanza –dice– así está bien para dotar de significad­o a las cosas incomprens­ibles del mundo.

Salvación

Levanto con pocas migajas las posibilida­des del día

el sol de la terraza amanece otra vez, por suerte

sonreír ante lo evidente

–las plantas, la ropa doblada en la silla, el muro manchado de gris– como los marinos en medio del mar que conocen los márgenes efímeros de salvación y aun así, ante el inminente naufragio, rodeados de olas gigantes y sumergidos en el centro de la tormenta, respiran, no dejan de respirar, reconocen en el aire, frontalmen­te, no la última sino la primera oportunida­d.

Vapor

Sabe con razón que esta lluvia de infancia nos pertenece.

Deshechos los truenos y los relámpagos, no tenemos ya nada entre manos.

La tardecita antes del anochecer absorbe este rumor de lluvia monocorde y nos dice con voz inaudible que algo de su humedad forma parte de la incertidum­bre del mundo, de lo que –a cualquier precio y de todas maneras– nos empeñamos en llamar un espacio de protección.

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