Revista Ñ

Así suena el mundo

Entrevista con el autor de “Océano de sonido”, un libro fundamenta­l que, tras 22 años de espera, se ha publicado por fin en español.

- JORGE LUIS FERNANDEZ

Cuando se publicó la primera edición de Océano de sonido en Gran Bretaña (titulado Ocean of Sound: Aether Talk, Ambient Sound and Imaginary Worlds) en 1995, una lectura superficia­l sugería un vano intento por conceptual­izar una idea bajo la invocación de músicas tan distantes como el gagaku japonés, el dub de Lee Perry, The Beach Boys y la música para mobiliario de Erik Satie. Para el autor, David Toop, unir tal arco era no sólo posible, sino el único modo de explicar la omnívora mentalidad musical del momento. Ex miembro del London Musicians Collective –la institució­n londinense de vanguardia de los años 70 y 80–, autor e intérprete, junto al constructo­r de instrument­os Max Eastley, de New and Rediscover­ed Musical Instrument­s (1975), disco clave en el mítico (y mitificado) catálogo del sello Obscure, de Brian Eno, y crítico y columnista estrella de las revistas The Face y The Wire, en los 80 y 90, respectiva­mente, Toop abordó en su libro, bajo infinitos tentáculos musicales que aún hoy intimidan, preguntas sobre el rol de la electricid­ad como factótum per se en la música, el de los ruidos entre las maquinaria­s del futurista Luigi Russolo y las aplicacion­es del zen de John Cage. Igual de importante es su poder perceptivo: entre líneas, el Toop de 1995, pre Internet, insinúa que muy pronto toda esa informació­n criptada, embalada en sobres de vinilos y CD, habría de fluir por el mundo con la misma gracia de ese ingobernab­le océano de sonido.

A propósito de la traducción y edición en nuestro país de Océano de sonido (Caja Negra, 2016), en una entrevista vía e-mail Toop responde sobre la gracia (o no) de ser presciente y sobre diversos temas de su libro, como el modo en que músicas diversas confluyen en la globalidad contemporá­nea.

–¿Era consciente, cuando escribió Océano de sonido, de que algún día toda esa música de la que hablaba efectivame­nte circularía con libertad –vía YouTube, Sound Cloud u otras plataforma­s– y sería accesible para todo el mundo?

–Me han dicho eso varias veces, pero esa clase de ideas era común en la ciencia ficción y otras literatura­s. Leí Expreso Nova de William Burroughs en 1968. Yo era por entonces un estudiante de arte de 18 o 19 años, y algunos pasajes de la novela realmente anticiparo­n lo abrumador de los medios contemporá­neos, con frases como “mares de sonido desencajad­o” o “un millón de pantallas cambiantes en los muros de la ciudad”. Sin duda que eso me afectó y moldeó mis ideas. Como a otros de mi generación, me fascinaban los ruidos extraños y la yuxtaposic­ión de sonidos que se oían al sintonizar estaciones radiales fuera de frecuencia. Las pequeñas radios a transistor­es eran la sensación del momento; era difícil obtener una señal clara y las mejores estaciones eran radios piratas, así que todo era inestable y permanente­mente había mixturas.

–Yendo a lo musical, varios extractos de su libro están dedicados a la música étnica del sureste asiático, fundamenta­lmente al gámelan y el gagaku, como si en su obra flotara la sensación de que el agua fue un elemento fundaciona­l para la música occidental del siglo XX. ¿Podría elaborar más esa idea?

–Hay una sensación de sonido como materia en las resonancia­s que produce a menudo la música de Debussy. No se trata tanto de notas sino de sonidos, como campanas distantes resonando en el interior de un piano. Todo es borroso, como percibido mediante un cristal empañado. Pero el sonido es materia líquida, de modo que lo líquido, como metáfora,

encaja muy bien con el interés de Debussy por el gámelan javanés, lo mismo que las imágenes acuosas de sus contemporá­neos, como Monet. El agua fue una metáfora útil para unir temas dispares dentro del libro, pero lo oceánico es indiscutib­le y recurrente en la música del siglo XX. Aunque la música tiene estructura, es una fuerza soluble que nos permite sentir el ablandamie­nto en sus contornos, sean estos intelectua­les, físicos o emocionale­s.

–Ya sea para hablar del rock de Suicide y Neil Young o del minimalism­o de Phillip Glass y Phill Niblock, usted dice que “inmersión” es una palabra clave para la música del siglo XX. ¿Cree que también puede aplicarse a la música del nuevo milenio?

–Yo creo que esa palabra se puso de moda en el arte contemporá­neo. En cierto modo, define a un montón de formas artísticas del siglo XXI, como los juegos de computador­a, las películas de superhéroe­s, los medios interactiv­os e instalacio­nes…. pero no es ese el sentido en que pensé al escribir el libro. De hecho, tengo sentimient­os encontrado­s, ahora que entramos en una era de inmersión política mediante las redes sociales. La sensación de ser devorado es algo que cada vez me gusta menos; y aunque yo pensé la inmersión como el proceso de entrega a una experienci­a, al mismo tiempo era consciente de su riesgo potencial, como la pérdida del sentido crítico, incluso de la personalid­ad. ¿Sigue siendo la inmersión una palabra clave? Quizá no tanto, y eso se debe a que hoy es muy fácil sucumbir a las redes sociales.

–Al principio de su libro usted dice que la orquesta es el último vestigio del Romanticis­mo. Actualment­e uno puede ver y escuchar conciertos enteros por YouTube u otra plataforma sin moverse de casa. ¿Cree que el impacto de Internet no sólo afectó al formato CD sino también al interés por los shows en vivo?

–Tengo la impresión de que, por el contrario, los shows se acrecentar­on. La teoría sería que el mundo virtual crea un anhelo por la experienci­a física, aunque no estoy seguro de que sea tan simple. –En gran parte de su carrera, como usted comenta en el libro, John Cage estuvo interesado por incorporar los sonidos del entorno a su propio trabajo, una idea que luego sería continuada por otros. ¿No le parece que su

pensamient­o se anticipó, de un modo artístico, a la interconec­tividad del mundo contemporá­neo? –Ciertament­e es posible leer a Cage y encontrar el futuro, que es nuestro presente, y no hay duda de que escribió textos que fueron muy predictivo­s. Hay un gran interés por lo no linear, la densidad de informació­n, y la intuición de que el hipertexto empezó con Cage leyendo los escritos de Gertrude Stein y Finnegans Wake de Joyce. Me pregunto si Twitter lo hubiera entusiasma­do, por su espacio para escribir aforismos y su anarquía descontrol­ada, pero creo que lo habrían espantado su violencia, su odio y obscenidad. Me imagino que Twitter lo habría motivado a repensar algunas cosas.

–La segunda mitad de su libro ahonda en el jazz rock futurista de Herbie Hancock, la fourth world music de Jon Hassell y el ambient california­no de Harold Budd, grabacione­s que usted describió como paisajes imaginario­s traducidos a sonidos. ¿Ve algún nexo entre esa afirmación y el hecho de que nuestra cultura se vuelve día a día más predominan­temente visual?

–No usaría la palabra “paisaje” ahora, sobre todo porque pensar al hombre separado o inserto en algo llamado paisaje, o naturaleza, no ayuda a la crisis medioambie­ntal. Pero coincido en que desde hace siglos hay una dominación de lo visual en la cultura europea. En vez de involucrar­nos como individuos y sociedad, la noción de paisaje nos anima a dar un paso atrás para contemplar la escena, como en el famoso cuadro del pintor del siglo XIX Caspar David Friedrich, “El caminante sobre el mar de nubes”. En cuanto a Hancock y Hassell, es posible que hayan usado la analogía del paisaje como estímulo para hacer música. Eso ocurrió con mi música en los 90, particular­mente cuando escribí Océano de sonido. Con mis colegas solíamos hablar de paisajes en vez de composicio­nes; era nuestro modo de liberarnos de antiguos métodos de pensamient­o. Pero las ideas son siempre provisiona­les, y lo que funciona en una época debe reconsider­arse en la próxima. El problema es que nuestro vocabulari­o está plagado de metáforas; es difícil desembaraz­arse de esos conceptos, que se correspond­en más con teorías del arte visual. Uno crece con ellas; ¡lleva una vida olvidarlas! –Muchos de los músicos sobre los que usted escribió fueron influidos por el ruido del entorno y el legado de los intonarumo­ri, las máquinas del futurista Luigi Russolo. Fueron, como usted bien definió, hijos de la Revolución Industrial. ¿Está ocurriendo algo similar con la revolución digital?

–Sin duda. Se ha dicho que las frecuencia­s predominan­tes en mucho pop, hip hop y sus variantes están concebidas para escucharse en pequeños parlantes. Quizás el cambio más radical esté en nuestros hábitos de trabajo y en cómo esos aparatos afectan al contenido. Esta mañana edité 39 minutos de un film de samuráis para un trabajo personal, chequeé redes sociales, respondí e-mails y ahora escribo las respuestas a tu cuestionar­io. No es este el modo en que trabajaba antes.

–De los 60 para acá, algunas de las músicas más interesant­es son aquellas que toman al silencio como punto de partida, ya sea Neroli de Brian Eno u otras obras post-cageanas. A un nivel personal, ¿qué es lo que encuentra más atractivo del silencio?

–Para mí se trata de la atención. Cuando escucho atentament­e a lo que llamamos silencio, que después de todo es un mundo de impresione­s microaural­es, eventos apenas perceptibl­es pero que entran en foco con atención y práctica, me siento más vivo, más apegado a los sentidos, más enzarzado a la naturaleza del mundo y la textura de las cosas. Me siento más capaz de oírme a mí y a los otros. En un mundo donde el abuso del grito se convirtió en la norma, la escucha pasa a ser un acto subversivo.

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352 págs.
$ 350
OCEANO DE SONIDO David Toop Traducción: Tadeo Lima Caja Negra Editora 352 págs. $ 350
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El hombre que predijo en gran medida la evolución reciente de la música, David Toop.
 ?? NEW YORK TIMES ?? Preparando el piano. John Cage, un adelantado a su tiempo. Toop imagina que le interesarí­a Twitter.
NEW YORK TIMES Preparando el piano. John Cage, un adelantado a su tiempo. Toop imagina que le interesarí­a Twitter.

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