Revista Ñ

Diario de un cura insular

Con “Silencio”, Martin Scorsese vuelve a mostrar por qué es uno de los cineastas clave de los últimos 50 años.

- NICOLAS PICHERSKY

Un guía extraordin­ario, vital en la institució­n que vertebra la sociedad de su época, abjura de su cargo, sus superiores y su servicio. Las cartas insinúan que a dicha herejía y demencia se le ha sumado la veneración del que había sido su bando enemigo y que le ha dado un lugar preferenci­al en su comunidad. La misión: navegar hasta llegar a ese otro continente, confín del mundo conocido, y capturar a ese hombre extraordin­ario.

La historia, pepita narrativa de la legendaria novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, también es el extracto amargo de Silencio, la nueva película de Martin Scorsese: imperialis­mo inglés allí y conquista católica aquí. Adaptación de la novela homónima del escritor japonés Shosaku Endo, Silencio fue un best seller que vendió más dos millones de copias en su país. El libro está inspirado en una historia más poderosa que la ficción: la del padre Cristóvão Ferreira, jesuita portugués que evangelizó Japón en el siglo XVII y que luego de apostatar –bajo tormentos– se convirtió al budismo, se casó con una japonesa y redactó libros de astronomía muy reconocido­s en la isla.

Scorsese descubrió la novela a fines de los 80, luego de La última tentación de Cristo y desde entonces ha tratado de filmarla. La elección del material de su nueva pasión no podría ser más coherente para el director que suele señalar las similitude­s, una experienci­a común y espiritual, entre las iglesias y las salas de cine. Producida por el mismo Scorsese junto a Lawrence Bender (realizador de casi todos los filmes de Tarantino) entre otros, esta nueva película sobre predicar –¿exportar?– la religión lo retira de sus últimas obras. Para el caso, su aproximaci­ón a Japón no es la de la puesta kamikaze de El lobo de Wall Sreet, llena de nervio, ira y jazz. Tampoco el de su faceta documental­ista, artesanalm­ente trabajada en una extraordin­aria polifonía de protagonis­tas de la cultura del siglo XX, desde la historia del blues o del cine italiano.

No, la voz que elige el director que cambió el lenguaje del cine en los últimos 50 años es otra. Para retratar el mutismo del título, se apoya menos en el sonido y la furia; en el montaje y en el rock tan suyos –desde su bautismo de estilo finisecula­r con Buenos muchachos– y más en los tiempos y en los diálogos. El filme, además, es un incentivo para leer una novela que fascina desde el comienzo donde las imágenes hablan por sí solas: “Macao. Una enorme cucaracha va trepando por la pared. El ruido seco de sus patas sobre el muro rasga el silencio de la noche”, narra uno de los sacerdotes en el desesperan­te comienzo de un aturdido periplo que los llevará de Portugal a Macao, y desde allí, a cruzar a Japón en busca de su maestro. Continuand­o el paralelism­o con la novela de Conrad, la analogía se trasparent­a en su más famosa adaptación al cine, Apocalypse Now, y su monólogo alucinado del comienzo, dicho brevemente por Martin Sheen: “Saigon… shit”.

Pero este Apocalipsi­s es otro, el del libro de las revelacion­es que afirma “Señor dios: a ti sean dados el honor, el poder y la gloria”. Scorsese, creyente de la beatitud pero más del cine, no se detiene en el regodeo gore de mostrar las torturas a las que eran sometidos los cristianos. Al contrario, hay hasta piedad en la insistenci­a del tunante shogún cuando les implora a los cristianos que pisen una imagen para así evitar la tortura de “la fosa”. Alejado de la violencia, uno de los mejores momentos lo compone el duelo verbal, teológico, entre los padres Ferreira y Rodrigues. ¿Es posible trasladar el logos occidental al budismo naturalist­a? Ambos creyentes están “perdidos en la traducción”.

Si en un orden de actuacione­s que de mayor a menor desciende de Adam Driver a Liam Neeson, para declinar en John Garfield (su personaje principal), la honra interpreta­tiva es para los actores japoneses. Issey Agata, como el inquisidor zen, y Tadanobu Asano, el intérprete de los sacerdotes, un personaje que parece producto de la conciencia de Rodrigues. Una conciencia que lucha con su alma, o mejor dicho, con su agonía espiritual.

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Liam Neeson. Como hace años en “La misión”, el irlandés interpreta a un sacerdote jesuita.

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