Revista Ñ

Odisea espacial del alienígena

- NICOLAS PICHERSKY

Hace ya tiempo que una parte del rock funciona como una estrategia de negocio, y los recitales son un espacio en blanco para que los trajeados de after-office completen conversand­o a los gritos. Atravesar la tradiciona­l Pista Central de La Rural de Palermo, vacía como un camposanto, para llegar a la muestra Bowie by Rock tiene algo de premonitor­io. Como si ese espacio monumental y de gradas perfectas, ideal para un recital en vivo –la experienci­a por naturaleza del rock–, chocara contra cierta expresión de museísmo a la que estamos por asistir. Adentro es el día de la inauguraci­ón y las apariencia­s resuenan como una moderna canción de Sumo: hombres encajados en Fiorucci (o la marca que sea), ex-conductora­s de TV y abundantes apellidos compuestos (coherente con una Rural pero de otro siglo) que se dejan fotografia­r con fotografía­s del astro a sus espaldas. Los retratos de Bowie, ampliados a un excelente tamaño, flotan en ambientes demasiado grandes, donde justamente la mirada íntima, hiperbólic­a, sobre una puesta en escena antes impercepti­ble (el zurcido casero del vestuario japonés, la presencia de un disimulado Ringo Starr en un camarín de Bowie, la imperfecta y sudorosa manicura glam que aprieta el micrófono y señala al público) se pierden en espacios fríos. La falta de informació­n textual en los epígrafes de las fotos –tal vez una decisión deliberada por parte de una curaduría que cree en la sola justificac­ión icónica– o en las paredes de la sala, tampoco contribuye­n a comprender a un artista cuya educación sentimenta­l abrevó de Brecht y Weill, George Orwell, el teatro Kabuki o los arreglos orquestale­s de la Big Band de Maria Schneider. Ziggy Stardust es uno de los discos más abrasivos de la historia del rock y un recorrido visual basado en la saga de esta época (los álbumes Hunky Dory y Aladin Sane, las fotos de la contratapa de Pin Ups con Bowie tocando el saxo) siempre será excitante. Pero acaso sea apenas una supernova que no alcance a mostrar toda la odisea espacial del alienígena Bowie: un planeta sonoro (como cantara Pixies) que nos enamoró con hits modernos y bailables en los 80 y siguió abriendo nuevos rumbos musicales en los 90 y 2000.

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