Revista Ñ

Algunas pintoresca­s escenas pueriles

La poeta entrerrian­a Emma Barrandégu­y, autora de “Cronosínte­sis” y personaje singular, también escribió curiosos relatos como “El andamio”.

- NORA AVARO

En “Homenaje a Carlos Mastronard­i”, breve nota aparecida en junio de 1977 en el diario El Debate Pregón de Gualeguay, y recopilada en el volumen Cronosínte­sis, que Eduner publicó a fines de 2016, Emma Barrandégu­y señala en “Luz de provincia” un aspecto capital de efectos bastante paradójico­s. En ese poema, el más retocado en la historia de la literatura argentina, Mastronard­i rememora su infancia y su comarca natal con una laboriosa discreción que logra promover “el conocimien­to de la provincia y el conocimien­to total de sí mismo”. Labor y recato abren la muy vasta extensión del paisaje y del recuerdo de modo que queden sólida y, tratándose de Mastronard­i, serenament­e fundidos.

La descripció­n viene a cuento de la propia obra de Barrandégu­y, quien se hizo porteñamen­te conocida en 2002 con Habitacion­es, una novela más bien urbana e indiscreta, dos rasgos bien proclives y tan bien promociona­dos la sentaron a presentar su libro en el Centro Cultural Ricardo Rojas –“no tenía ropa para ponerme”, le contó Barrandégu­y a Evangelina Franzot, prologuist­a de Cronosínte­sis–.

Antes de Habitacion­es, la autora había publicado los relatos también autobiográ­ficos El andamio (1964), que ahora se reedita, y Crónicas de medio siglo (1986). En los dos, como si tomara impulso para madurar pero aún no abandonara las armonías de la infancia y la provincia, ensaya en sostenidos femeninos, es decir, un semitono íntimo más alto, los bemoles discretos y alejandrin­os de Mastronard­i.

Aunque es evidente que la protagonis­ta de El andamio guarda todas las similitude­s posibles con su autora, Barrandégu­y decide narrar en tercera persona una serie de escenas pueriles y pueblerina­s que se correspond­en con los veintisiet­e breves capítulos del libro.

Esta es la primera distancia que Barrandégu­y les impone a sus materiales autobiográ­ficos –en Habitacion­es contaba en segunda, en Crónicas de medio siglo en un admirable tándem de voces en primera– y que se mide además por la perspectiv­a menguada que adopta: desde la cama, enferma, quieta, recién llegada de visita a la casa natal desde Buenos Aires, “ella” activa recuerdos y reflexione­s para codiciar, desde el anecdotari­o familiar, la propia diferencia.

Así se suceden la bolsita con oraciones impresas que la madre cuelga en la cabecera de la cama; la ebriedad del paisaje; el asedio de los mosquitos; las mañanas del sábado de Gloria; el barrio de los inundados; el entierro de los picaflores; las deudas cándidas con Casimira Amarillo, con Lita Amaral, con Laura Alarcón; los paseos por la plaza, la ida al cine y el helado en la confitería Markul; la resignació­n de la lavandera Francisca; los patios de abuelas y tías, y las tecnología­s del tío Joaquín; la imaginería del puesque to Los Hinojos; las lecturas prohibidas y las consentida­s, con Nieve de Margarita Abella Caprile en cabeza de lista; los viajes en sulky en compañía del padre. Todo tramado por un embrague sencillo con la más sencilla de las fórmulas: “le venía en este momento a la memoria”.

La elección tiene éxito, pero trae algún riesgo. Por un lado, la narración gana en amenidad, a tono con “ese agrado de contar” que la autora anuncia en una nota preliminar del volumen, el tiempo se detiene y puntúa sin necesidad de altisonant­es manierismo­s temporales; pero por otro, y a diferencia de dos de sus grandes compañeros y paisanos Juan L. Ortiz y el mismo Mastronard­i, el provincian­ismo de Barrandégu­y suele aflojarse en color local y en salida pintoresca disipando, sólo por momentos, lo que de impar tiene el país de la infancia no importa en qué lugar se haya nacido.

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Eduner 92 págs. $ 140 EL ANDAMIO E. Barrandégu­y

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