Bienal de Performance 2017: Kentridge: el dibujo cambia de hábitos, por Ana María Battistozzi
El genial sudafricano, flamante ganador del premio Princesa de Asturias, llega por primera vez a la Argentina. Dos de sus obras abren y cierran la BP17.
Podemos escapar a lo que somos?, se preguntó el artista sudafricano William Kentridge en uno de esos momentos cruciales en que uno se interroga por el rumbo de su vida. Tenía entonces una vasta experiencia en distintas prácticas que se fueron sucediendo desde la juventud pero que, en ese preciso momento, no hacían sino desorientarlo respecto de lo que podría entenderse como una profesión. El dibujo como práctica lo hacía casi naturalmente desde la niñez, luego se integró a un grupo de teatro donde trabajó con personas y marionetas; fue actor, escenógrafo y realizó películas. Alguna vez llegó a soñar con ser director de cine o director de orquesta. Sin embargo, en ese punto pensó en dejarlo todo y dedicarse a algo que encajara de modo más formal en la sociedad en que vivía.
Frente a la exuberancia de trabajos suyos como las dos instalaciones performáticas, que abrirán y cerrarán la Bienal de Performance BP 17 hoy sábado en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Teatro Coliseo el 7 de junio, uno no puede sino agradecer que haya encontrado el modo de hacer valer esa variada experiencia en un formato espectacular, capaz de dirigirse al pensamiento crítico y al mismo tiempo al entusiasmo del espectador.
“Soy un artista que realiza dibujos en carbonilla –se define, por cierto con extrema modestia–, que a veces reemplaza por otros medios”.
Es entonces cuando volvemos al mismo interrogante del comienzo. ¿Puede un dibujo escapar a lo que es? Tal vez no, pero si hay alguien que abrió la puerta de sus infinitas posibilidades al implicarlo con la animación, el cine, el teatro, la danza, la escultura y, la música, ese es William Kentridge. La directora de la Whitechapel de Londres, Ilona Walwiciz, ha llegado a compararlo con Durero y Rembrandt por su trazo minucioso, expresivo, trabajado por capas de nieblas. Son dibujos que se deslizan con gracia sobre la escritura de las páginas de libros, se arman y desarman en sucesivos fragmentos como en remolinos ante el soplo del viento. Pero también se engarzan en las piruetas de su autor o se integran a figuras sombras que suelen marchar en procesiones heroicas, dolientes y festivas que desfilan en una escena con artefactos antiguos y extrañas maquinarias.
Lo que podrá ver y experimentar el público argentino a partir de hoy en el Museo de Bellas Artes tiene que ver con la particular sensibilidad de este artista que se empeña en rescatar por estos medios la poesía, la tradición del teatro de sombras, los comienzos del cine pero también repasar las aventuras utópicas del arte, la ciencia y la política modernas con una gran profundidad de pensamiento histórico-filosófico.
La semana pasada un jurado integrado por críticos, artistas y especialistas del ámbito del mundo de la ópera y el teatro, le otorgó en España a este creador meticuloso y profundo el premio Princesa de Asturias de las Artes, subrayando justa-
mente la originalidad de su obra basada en el dibujo y potenciada por la multiplicidad de técnicas mencionadas.
Hijo de un abogado que dedicó su vida a la defensa de las víctimas del apartheid, Kentridge se formó en ciencias políticas y estudios africanos antes de estudiar Bellas Artes y de trasladarse a París, donde trabajó como director artístico en televisión. Allí empezó a introducir animación a sus dibujos expresionistas, una estrategia que fue expandiendo durante los años noventa hasta alcanzar la envergadura que caracteriza a sus proyectos actuales. Entre ellos, la impactante intervención The Refusal of Time –la negación del tiempo– que concibió para la Documenta 13 de Kassel en 2012 y reformuló posteriormente para el Museo Metropolitano de Nueva York en coordinación con el Museo de Arte Moderno de San Francisco. El eje de la obra es una reflexión sobre el tiempo que cruza la indagación científica –en una derivación inglesa de la teoría de la relatividad y una serie de hechos concretos que definen la marca del tiempo en la vida de la gente. Se trata de una referencia radical que rápidamente fue asumida por la nueva sociedad industrial representada también en la periferia. La obra es una instalación escénica imposible de describir en una única línea narrativa, ya que en ella convergen varios temas con dispares representaciones de dibujos, sombras proyectadas y objetos, además de una música que refuerza la idea de Gran Máquina, a la manera de las películas de Eisenstein.
The Refusal of Time es básicamente un gran collage escenográfico que aborda distintos aspectos de esa monumental empresa a escala global que fue el capitalismo colonial, un tema que a Kentridge, como sudafricano, le interesó particularmente desde su juventud. Para el cierre de la BP17 montará en el Teatro Coliseo The Refusal of Time, una adaptación de este proyecto que uno puede imaginar de proporciones operísticas concebido para un final a lo grande.
En cuanto a la instalación Notes Towards a Model Opera –hacia un modelo de ópera– que hoy abre el encuentro en el Museo de Bellas Artes, el artista aborda aquí una cuestión que también tratará en la charla Peripherical Thinking –pensamiento periférico– que dará el 6 de junio. Allí trata de la relación entre la historia de China y sus políticas revolucionarias con los movimientos independentistas de Sudáfrica alrededor de los años sesenta del siglo veinte, cuando estos últimos postulaban distintas formas de socialismo.
Para ello, Kentridge elige entre otras estrategias el Ballet Opera utilizado durante la Revolución Cultural para “concientizar al pueblo”. Se trata de un sorprendente lenguaje clásico que ilustra como pocos las contradicciones en el programa de transformación de la conciencia socialista: lograr modelar al campesino, el trabajador y el soldado ejemplar. Las asociaciones van, vienen y emergen a través de acciones, danza, música, proyección de mapas e imágenes extraídas de las campañas que llevó a cabo China como parte de la Revolución Cultural y también de Africa. Se diría que en última instancia la obra a apunta un balance temporal y geográfico que no desdeña el sentimiento de esperanza, de frustración y también de derrota.
De paso, desliza otra cuestión que interesa particularmente al artista: subrayar que la historia del mundo es más una cuestión de procesos que hechos aislados.
La composición musical es nuevamente de Philip Miller, un músico que ha participado de varios proyectos de Kentridge. Dada Masilo es el coreógrafo y performer que es acompañado a su vez por un coro y el trabajo de percusión que también distingue al sonido de los proyectos de Kentridge. El megáfono es un instrumento que se repite, como la trompeta y otros artefactos de alto impacto, como la Máquina de respiración que concibió para The Refusal of Time. No cabe duda de que desde los años noventa al presente, su obra ha alcanzado una dimensión operística, que la sitúa por fuera de cualquier categoría conocida dentro de las llamadas artes visuales. Más allá de esto, podría decirse que sintetiza y vincula con una sensibilidad sorprendente los múltiples recursos tecnológicos y materiales que habilitaron las sucesivas rupturas vanguardistas. Se trata en todos los casos de trabajos en equipo que participan del régimen productivo del teatro y el cine y permiten avizorar una nueva era. Si algún talento puedo reconocer en mi mismo ha de ser el saber elegir a los mejores colaboradores, ha admitido el artista.