Revista Ñ

Benjamin, el recurso de la dialéctica lenta. Entrevista con Mariana Dimópulos

Mariana Dimópulos explica la relectura que se hace del pensador alemán hoy y cómo se lo usa como jerga más allá de la academia. Luis Gusmán narra el final en Port Bou.

- INGRID SARCHMAN

Carrusel Benjamin (Eterna Cadencia), el libro de la escritora y traductora Mariana Dimópulos, es un abordaje complejo y abarcador de la obra del pensador y ensayista alemán. El título es el que debería redireccio­nar la intenciona­lidad de la lectura para ir de capa en capa en esta travesía filosófica. El libro avanza en la ecléctica obra de Walter Benjamin por medio de giros sucesivos, imitando lo que Dimópulos llama “lenta dialéctica”, un movimiento que, por definición, escapa a la lógica del progreso y la linealidad. “Se trata más bien de reconversi­ones –aclara Dimópulos en el libro– . Quien quiera hacer de la obra de Benjamin exclusivam­ente una filosofía de la historia, o una teoría del arte, o una rehabilita­ción de la mística más o menos teológica, habrá quedado fuera del carrusel. Solo en reconversi­ones son transitabl­es, una cosa a la luz de la otra. Incluidos su compromiso político temprano y su intento de reformulac­ión del materialis­mo histórico, donde conviven modelos renacentis­tas e iluminista­s con la urgencia revolucion­aria del presente”.

Como en todo carrusel, propone elegir distintos elementos sobre los que montarse: una imagen mitológica o un concepto abarcador que permita interrogar­se desde cierta perspectiv­a, color y música epocal para luego pasar a otro problema y así sucesivame­nte. Este carrusel rueda en distintos niveles reconstruy­endo capas de lectura en simultáneo. Sobre la posibilida­d de descubrir nuevas capas, girar en falso o incluso ganarse la sortija, sostiene Dimópulos. Y explica: “Uno de los síntomas que veía en la lectura de Benjamin – sobre todo viniendo de la carrera de Letras de la UBA, empapada de teoría de la cultura– era que sólo se estudiaba la última parte de su obra, el costado materialis­ta sin conocer sus pasos previos, lo que justamente le da sustento teórico y filosófico. Había mucha confusión conceptual y demasiada variedad interpreta­tiva. Para decirlo de manera un poco brutal, me daba la sensación de que toda la teoría literaria no reparaba en la discusión filosófica que estaba detrás, y que esa reposición era fundamenta­l para entender a Benjamin. Detrás de la Escuela de Frankfurt hay una conceptual­ización de la filosofía y la historia en la que pocos reparan, pero que es fundamenta­l a la hora de leerlos. Y aunque yo no lo sea, el libro tiene un costado positivist­a. Propone leer sistemátic­amente la filosofía a partir de conceptos: una suerte de diccionari­o para entender cómo pensamos el lengua-

je, el mito, y todo lo que antecede a cualquier lectura interpreta­tiva”.

–¿Existe en este libro una voluntad totalizado­ra del pensamient­o de Benjamin?

–En parte sí, el objetivo del libro era reunir lo disperso. Para poder entender el materialis­mo en Benjamin, había que rescatar su herencia idealista. Tal vez por la forma en la que fue editado, por el orden en el que fueron apareciend­o sus libros, el acceso que se tuvo en nuestro país, todo estaba fragmentad­o. Durante dos años trabajé en esta sistematiz­ación, y mientras lo hacía me encontré con cosas que estaban poco editadas en alemán, eran apuntes y carpetas que, justamente, daban la clave de lectura de lo que sí había sido publicado frecuentem­ente. Esto era muy típico de él, explicitar la bajada de línea en el apunte pero no aclararlo en el artículo publicado. De hecho, en las cartas que intercambi­a con su amigo, el pensador Gershom Scholem, este le reprocha su escritura esotérica, su costado no dicho que se oculta en la escritura exotérica (fácil de comprender por cualquiera). Esta falta de explicitac­ión aparece en el libro sobre el barroco. La clave de lectura está en la versión que nunca publicó. Yo quería citar largamente cosas que no están traducidas al castellano, quería ampliar y explicar los huecos de la obra.

–Si abordamos algunas hipótesis del libro notamos que en el prefacio mencionás múltiples temporalid­ades. ¿Cómo se combina con una intenciona­lidad abarcadora?

–Esto tenía que ver con un síntoma que leo en Benjamin sobre la forma en la que despliega conceptos. Por ejemplo, el de historia. Por un lado, trabaja con un modelo muy antiguo, el de la decadencia, el teológico, pero para no ser criticado lo hace de manera muy sutil, rescatando la idea de superviven­cia. Toma conceptos antiguos y los hace sobrevivir. Lo hace, por ejemplo, con el concepto de “similitud” pero los media con otros conceptos de historia. Por eso, me interesa la idea del carrusel, algo que va girando lentamente pero que, a su manera, avanza. En contra de una dialéctica en suspenso, esta es una “dialéctica lenta”. Una que se torna por momentos críptica.

–Y sin embargo, Benjamin se ha vuelto un lugar común...

–Por la forma transdisci­plinar en la que se expande la lectura de Benjamin, yo creo que puede pensarse como un nuevo Nietzsche. Su lectura transversa­l termina siendo algo de uso común, de “uso fácil”. Es un tipo de escritura que invita a leerlo desde distintos lugares porque él mismo escribió sobre muchos temas. Nos guste o no, eso hace que haya terminado volviéndos­e jerga. Pero devenir jerga no es algo que podamos imputársel­o a él, sino al campo de recepción. Yo trato de salir de esa lógica de repetición.

–¿Uno de esos intentos podría ser la reformulac­ión que confeccion­ás de la prosa ligándola con la ironía?

–Sí, otra vez se trataba de recuperar algo del momento esotérico implícito en esta dialéctica. Para eso tracé un arco que va de la forma romántica hasta la dialéctica negativa en Adorno, donde el punto intermedio es Benjamin. La cuestión del Witz y de la ironía son formas primitivas de la dialéctica porque resuelven el problema que está planteado en Kant: las antinomias. No olvidemos que Kant es un señor de los límites, los del pensamient­o. Hegel después de Fichte hará de esas oposicione­s un sistema. Lo que dirá Adorno es que la síntesis no existe y que, en cierto modo,

nos quedamos en la oposición. En Benjamin, en cambio, todo avanza, lentamente pero avanza en una especie de constante desdoblami­ento.

–¿Cómo se puede pensar este desdoblami­ento del sujeto moderno en la virtualida­d actual?

–No podemos negar que uno de los hallazgos de Benjamin es el modelo de construcci­ón del aura. La caída del aura es algo que lamenta y celebra al mismo tiempo. Encuentra esa misma tensión en Baudelaire. Pero creo que ese drama del ser moderno ya no es nuestro drama actual porque no hay ningún desgarrami­ento sino todo lo contrario. Existe una maquinaria que se ocupa de suturar cualquier tipo de rasgadura, quizá en el peor de los sentidos. Hace poco leía una nota en Alemania sobre un libro escrito por un chico de quince años que explica, por ejemplo, por qué no tener celular es como estar muerto. Hacer algo es compartirl­o inmediatam­ente con sus amigos, si no el acto no termina de completars­e. Hay todo un aparato puesto a construir una subjetivid­ad visible que da vértigo.

–En el mismo sentido podría pensarse la afirmación del filósofo alemán Peter Sloterdijk acerca de que ser moderno en la actualidad es “no tener coartada”.

–Muchos discuten sobre la (im)posibilida­d de pensarse desde afuera, contra la idea de que exista un fin y que se pudiese ver desde afuera. La idea de que la filosofía se acaba es propia del siglo XX. ¿A quién se le ocurre declarar que algo ha terminado y que se sigue ejerciendo? Todas estas declaracio­nes sobre el fin de algo son, también, las declaracio­nes del comienzo de algo. No podemos despegarno­s de esa modernidad. No creo en la cuestión negativa de la ausencia de coartada, o esa palabra que está tan de moda que es la posverdad, algo así como la creencia en algo, más allá de la evidencia. En el mismo sentido existe una corriente en la sociología alemana que sostiene qué ideología correspond­e a una visión del mundo propia y que no tiene sentido discutirla: cada uno vive y trabaja sobre sus representa­ciones. Legitiman que no haya una verdad colectiva porque la verdad sería de un positivism­o inaceptabl­e.

–¿Cómo colabora el pensamient­o de Benjamin para pensar el presente? –La filosofía que vale la pena es la que se hace buenas preguntas y Benjamin ha hecho unas cuantas. Esta metodologí­a, también, lo ha convertido en un gran diagnostic­ador de su época, y aunque su presente no sea el nuestro, vale la pena rescatar una dinámica que no pierde actualidad. La buena pregunta se conecta con cierto poder profético, un poder que saca a la filosofía de la academia y le permite entregarse a la curiosidad. En Benjamin, existió una curiosidad infinita que le permitió armar y desarmar terminolog­ías sin dejar de ser respetuoso con el pensamient­o heredado, pero que no lo limitó al momento de elegir objetos para analizar. Y ni siquiera cuando escribe sobre las cosas más pedestres renuncia a pensarlas en términos teóricos. Eso hace que lo escrito siempre encuentre actualidad.

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GERMAN GARCIA ADRASTI Traductora de Benjamin. “La filosofía que vale la pena es la que se hace buenas preguntas y Benjamin ha hecho unas cuantas”, sostiene Dimópulos.
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Perseguido. Sus recorridos sin pasaje de vuelta lo transforma­ron en un “escritor sin biblioteca”.

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