Revista Ñ

Vigencia de Rulfo en el infierno mexicano, por Rafael Toriz

Celebració­n de un narrador único, autor de “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”, cuya obra es de una actualidad tan vital como aterradora.

- RAFAEL TORIZ

Violentos desde la luz que los incendia, los paisajes compuestos por Juan Rulfo son el testimonio crudo de un territorio envilecido por la mala fortuna y sobre todo por la impune sevicia histórica de un mal gobierno criminal que demuestra, en lugares como México, que la muerte no es sino la primera de una larga serie de calamidade­s. Como otros antes que él, Rulfo supo que el infierno es mexicano, y si no exclusivo de aquellas tierras, bastante se lo parece: aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decir que muchos de los que allí se mueren al llegar al infierno regresan por su cobija.

A 100 años de su nacimiento, bajo el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, no es necesario hurgar demasiado para comprender, leyendo la prensa de todos los días, la pavorosa vigencia de su obra en un país que vive en Al margen de sus valores específico­s, que desdoblan sus textos en lecturas fecundas imprimiénd­oles su cáracter y valor universale­s –invención de una lengua al interior de la lengua, instauraci­ón de un tiempo mítico y circular que comunica la vida con la muerte, construcci­ón de imágenes precisas de un lugar que ya no existe– la esencia de su literatura fue nutrida por los estragos de haber sido testigo y víctima de la Cristiada, otra guerra civil que continuó el reguero de pólvora, destrucció­n y sangre emanados de la Revolución Mexicana.

Rulfo, cuya niñez estuvo signada por asesinatos y crueldades recurrente­s –a su padre lo mató de un balazo en la cabeza el hijo adolescent­e de un cacique cuando él tenía 6 años y dos años después, se dice que de pena, moriría también su madre– sería conocido por su carácter silente, como le sucede a los hombres a los que el espanto les ha robado el aliento. ¿Por qué lloras, mamá? –preguntó; pues en cuanto puso los pies en el suelo reconocío el rostro de su madre. –Tu padre ha muerto…Han matado a tu padre. –¿Y a ti quién te mató, madre?

La vigencia de su obra no sólo radica en la permanenci­a y multiplica­ción de pobres y miserables, saldo de los gobiernos emanados de aquella revolución corrupta traicionad­a desde el siglo pasado, descrita en tono didáctico por Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz. Los pobres de Rulfo, como los de Graciliano Ramos, son seres hambriento­s en vida y en muerte, por eso sus fantasmas son susurros, murmullos, hilachas de espíritus que tampoco del otro lado encontrará­n justicia ni sosiego, afuera, en el patio, los pasos como de gente que ronda. Ruidos callados. Y aquí, aquella mujer, de pie en el umbral; su cuerpo impidiendo la llegada del día; dejando asomar, a través de sus brazos, retazos del cielo, y debajo de sus pies regueros de luz; una luz aspergada como si el suelo debajo de ella estuviera anegado de lágrimas. Y después el sollozo. Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.

En su novela Pedro Páramo, atravesada por espectros y voces que se comunican desde la tumba, todos están muertos, lo sepan o no. Y en esa circunstan­cia, la de muertos inquietos que buscan la tranquilla­mas.

lidad y el consuelo de la sepultura, radica su más terrible vigencia, toda vez que buena parte del territorio mexicano se ha convertido en una fosa clandestin­a; una multitudin­aria tumba sin nombre sembrada de mujeres, estudiante­s, choferes criminales, amas de casa, niños, periodista­s, policías, militares, migrantes y maestros a lo largo, ancho y hondo del país.

En el México contemporá­neo no resulta inconcebib­le que al buscar a 43 estudiante­s desapareci­dos aparezcan narcofosas con osamentas de 600 desconocid­os, como en el caso del estado de Guerrero. O que en los últimos dos años haya más de 500 desapareci­dos en Veracruz, y que apenas en marzo de 2017 se contabiliz­aran 117 cuerpos en Morelos, 196 en Tamaulipas, 131 en Guerrero, 413 en Sinaloa… y contando con suspicacia, porque las cifras oficiales suelen estar maquillada­s. Lo que es un hecho es que en México se vive un estado de terror en partes cada vez más vastas del país, lo que permite hablar de estado fallido y en descomposi­ción en medio de una debacle generaliza­da, de lo que no sabemos nada es de la madre del gobierno.

Este estado de la crisis humanitari­a en México ha sido denominado por la académica tijuanense Sayak Valencia como capitalism­o gore, definido en sus palabras como el “derramamie­nto de sangre explícito e injustific­ado, al altísimo porcentaje de vísceras y desmembram­ientos, frecuentem­ente mezclados con la precarizac­ión económica, el crimen organizado, la construcci­ón binaria del género y los usos predatorio­s de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramient­a de necroempod­eramiento”. Un panorama espeluznan­te, parecido al que describe la novela del narrador guerrense Federico Vite, Bajo el cielo de Akpulco, primera obra mexicana en abordar el negocio millonario del transplant­e de órganos derivados del altísimo porcentaje de asesinatos. Más que capitalism­o, necrocapit­alismo gore. Porque donde hay miseria, odio y podredumbr­e nada se desperdici­a, todo se reutiliza. La semana pasada no conseguimo­s pa comer y en la antepasada comimos puros quelites. Hay hambre, padre; usté ni se las huele porque vive bien.

Los amargos frutos de la tierra mexicana son regados con sangre y cultivados con cuerpos desmembrad­os de los que no se sabe a ciencia cierta ni el número ni el nombre, salvo que se trata de los más pobres. Es muy probable que de tener datos confiables la cifra prendería las alarmas de una alerta humanitari­a ante la ONU.

Desde luego, esta lectura dista de pecar de presentist­a. En México, desde tiempos de la Revolución, hay muertos que no son noticia y nunca lo han sido. Se trata de los muertos recurrente­s del gobierno. De los campesinos, estudiante­s y maestros. De los periodista­s, indios y disidentes. De gente que la paga sin deberla ni beberla: el México bronco, pobre, mestizo. Esos muertos de muerte violenta que marcaron la mirada de Juan Rulfo. Esos cadávares indóciles que incluso sin cabeza siguen hablando desde la muerte. Porque hasta eso ha sido fatalmente envilecido. En el presente, como en el pasado, para la gran mayoría de los mexicanos hasta la dignidad de la muerte es un despojo consumado.

La actualidad de los conflictos retratados en sus páginas es absoluta: miseria del campo que nutre a las ciudades, migración forzada por necesidad a los Estados Unidos (allá te presentas con Fernández. ¿No lo conoces? Bueno, preguntas por él. Y si no quieres cosechar manzanas, te pones a pegar durmientes. Eso deja más y es más durable. Volverás con muchos dólares); abuso

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ISMAEL GOMEZ Rulfo lector de sí mismo. Leía su propia obra con nítido y cantado acento mexicano, con las pausas debidas.
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$ 360
OBRA REUNIDA Juan Rulfo Eterna Cadencia 336 págs. $ 360
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JUAN RULFO Fotógrafo autorretra­tado. El gusto de Rulfo por la imagen lo convirtió en un aficionado respetable.

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