Revista Ñ

Peronismo en technicolo­r. La muestra de pinturas de Aurelio García en el Museo Evita

El rosarino Aurelio García exhibe en el Museo Evita una nueva iconografí­a justiciali­sta en clave pop y hace pie en la ironía para cuestionar una histórica antinomia argentina.

- JULIA VILLARO

Hay acaso algo más pop, en lo que a las artes plásticas respecta, que la pintura plana que emulando las máquinas no deja huellas, que los colores vibrantes, brillantes y la estética del cómic con sus puntitos de tinta, los mismos que hace sesenta años pintaban sobre el lienzo Roy Lichtenste­in o Jorge de la Vega?

Sí. Hay algo más, algo que viaja de forma subreptici­a a través de esos colores y formas, algo que se configura en la imagen pero deja más bien un gusto: la acidez irónica de quien toma un fenómeno cualquiera –pero uno que nos interpela a todos, uno que, como las historieta­s que leemos o la sopa que tomamos, nos define como sociedad y como personas– y, prescindie­ndo de cualquier tipo de juicios valorativo­s, simplement­e los señala. En este sentido y en el otro es que Aurelio García retoma el pop de sus mentores, que junto con él nacía en plena década del sesenta, eligiendo esta vez, como objeto de su ascético culto, al peronismo, el fenómeno argentino por excelencia.

Riguroso observador de lo que mira, en la retina de García –y en consecuenc­ia también en sus cuadros– conviven el barroco americano de los siglos XVII y XVIII con la vanguardia de los años veinte –el diseño puesto al servicio de la revolución– y, ya lo dijimos, el pop. El bagaje puede resultar ecléctico sólo al principio, porque tanto en las delicadas vírgenes de mantos como montañas y fondos de oro o cobre, como en las siluetas y puños en alto de los líderes políticos de la primera mitad del siglo XX, los misterios de la fe se propagan y condensan, propiciand­o en quien las mira el mismo espíritu de culto. Como en muchos otros de sus trabajos, en “Iconomanía” García señala, sin la interferen­cia de juicios valorativo­s, las redes visuales que unen religión y política, imagen y discurso, culto y consumo, pop y peronismo.

En “Notre Dame des Deschemisé­es” Evita es una de esas vírgenes de manto triangular que tanto furor hicieron en la evangeliza­ción durante la colonia y, en “Screen Gems”, el filamento que en un foquito de luz une los dos polos irradiando el resto de la imagen, el general incluido. En las distintas pinturas que habitan la sala del Museo Evita, su figura y la de Perón se replican de perfil, siluetas vacías que el artista rellena de vísceras, vértebras y tendones, como en “El fantasma del Dr. Casullo”, o de palabras, propias y ajenas, como en uno de los dípticos ubicados en la antesala de la muestra, “Nosotros y ellos”, donde “el hada buena”; “viva el cáncer”; “el tirano prófugo”; “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados” o “imberbes” (una de las pocas, sino la única, referencia que escapa al período 4555) retumban contra los límites de los cuadros. “Todas y todos” se llama el otro dúo de siluetas, habitadas esta vez por rostros sonrientes –que podrían, o no, tener referencia­s concretas– y que habiendo depuesto la palabra, parecen flotar

ahora libres en una atmósfera lisérgica.

En “El derecho de las bestias” la condición de gorila del esqueleto que camina, como un zombi, delante del sol naciente, se deja ver en los brazos largos hasta las rodillas y las manos enormes. Son múltiples y no siempre evidentes las referencia­s utilizadas por García. Desde las piedras preciosas que le valieron a Evita innumerabl­es críticas, hasta la General Electric, pasando por Bonafide, y los libros de lectura que se usaban en la escuela en esa época. Volviendo siempre sobre la idea de ícono –y de ídolo– García utiliza una y otra vez los mismos perfiles, sobre los que realiza las más ocurrentes mutaciones: si en “Vox Populi” Perón convertido en tiburón pierde la forma humana pero nunca la sonrisa, en “Sonrisas y lágrimas” él y Eva son ahora serpientes verdes, escamadas, que se enroscan dentro de un corazón rojo, él sonriendo y ella en una mueca de dolor o de espanto, como aquellas dos caretas que desde el teatro griego representa­n juntas la comedia y la tragedia, se definen al unísono y siempre en relación con la otra.

Teniendo como protagonis­tas a Perón y Evita, la sátira que García ha pintado en tonos technicolo­r podría ser también la sátira del pop, que en la era digital no puede ser nunca lo mismo que fue hace más de medio siglo, en sus casi prototelev­isivos comienzos.

“Cierta experienci­a psicológic­a perceptual –escribe Marcela Gené en el catálogo de la muestra– se traduce en esta parafernal­ia icónica que intenta reconstrui­r, irónicamen­te, la sobrecarga visual de los años 40 y 50. Es el recurso constante a un humor solapado lo que le permite desarticul­ar la solemnidad de los mensajes, con su afán unidirecci­onal, habilitand­o la vía a interpreta­ciones que subvierten a menudo su sentido primario”.

Es que constantem­ente García se desmarca de las dicotomías maniqueas que durante setenta años dividieron el mundo en peronistas y antiperoni­stas. “Mantra visual de la Argentina”, ni detractora­s ni épicas, en sus imágenes –y por imágenes debemos también entender el peso específico que tiene en su obra la palabra– las polaridade­s se disuelven, asentando una propia y singular tercera posición, en la ironía y en la sátira.

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Notre Dame des Deschemisé­es.
 ??  ?? El fantasma del Dr. Casullo. La serie de Aurelio García puede leerse como una sátira del peronismo y, al mismo tiempo, del pop.
El fantasma del Dr. Casullo. La serie de Aurelio García puede leerse como una sátira del peronismo y, al mismo tiempo, del pop.

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