Revista Ñ

Dos valijas para la última travesía: Luis Gusmán narra las últimas horas de Benjamin

- LUIS GUSMAN ESCRITOR Y PSICOANALI­STA. AUTOR DE “LA CASA DEL DIOS OCULTO” EDHASA

En su Diario en Moscú, Benjamin cuenta que llegó a la ciudad el 6 de diciembre de 1926, llevado, como dice Scholem, por su pasión por Asia Lacis: “Llegué el 6 en tren: por si acaso no había nadie en la estación, me había grabado de memoria el nombre de un hotel con su dirección”. Y cuenta un incidente en la frontera: “Arguyendo que no quedaba segunda clase, en la frontera me habían hecho pagar suplemento de primera. Me agradó que nadie me viera bajar del coche-cama. Pero en la barrera tampoco había nadie… Nos acoplamos con dos maletas en un trineo. Era un día de deshielo y no hacía frío”.

El 14 de enero de 1927, apenas tres meses después y dos semanas antes de regresar a París, Benjamin cuenta que en la actual estación de metro: “En el Ochotni Riad había un vendedor de juguetes de madera… Compré un gracioso modelo en madera de una máquina de coser cuya aguja se pone en movimiento girando una manivela, y una muñeca de cartón piedra que se columpia sobre una caja de música”.

Días antes de su partida, el 26 de enero, va a consignar su valija en la aduana: “Esa mañana traté inútilment­e de consignar mi maleta en la aduana. Como no llevaba el pasaporte (lo había entregado para solicitar el visado de salida), se hicieron cargo de la maleta, pero no la consignaro­n”.

Cinco días después, el 31 de enero, vuelve a la aduana: “Con la reserva de asiento el día 30, mi viaje de regreso había quedado fijado para el día 1. Finalmente logré despachar la maleta en la aduana… Todo aquel ajetreo resultó innecesari­o, pues ni se fijaron en los juguetes, y en la frontera segurament­e tampoco les habrían interesado mucho más que aquí”.

El día de su partida, el 1 de febrero, vuelve por tercera vez a la aduana. La visita y el lugar se han convertido en una pesadilla: “No puedo describir lo que hube de pasar de nuevo allí. Me hicieron esperar veinte minutos en una ventanilla de caja en la que en ese momento estaban contando billetes de mil. En toda la casa no había nadie que pudiera cambiarme cinco rublos. Era necesario que aquella maleta en la que no solo iban hermosos juguetes, sino también todos mis manuscrito­s, alcanzase el mismo tren para el cual yo tenía el billete. Pues dado que no se podía consignar nada más que hasta la frontera, era imprescind­ible que yo estuviese allí en el momento de su llegada. Por fin lo logré”. Se va caminando a lo largo de la plaza llena de tenderetes, vuelve a comprar una bolsa de tabaco de Crimea para luego almorzar en un restaurant­e de la estación. Todavía tiene que comprar un dominó para regalarle a Asia.

Vuelve al hotel caminando. Asia lo está esperando en la habitación del hotel. Benjamin comienza a preparar su valija: “Yo me senté bien a su lado, bien en la mesa, donde estuve escribiend­o sobres con mi dirección, o me acercaba a la valija para guardar los juguetes, mi compra del día anterior, mostrándos­elos antes de hacerlo”. Termina de guardar los juguetes que compró en el Ochotni Riad: la máquina de coser y la muñeca. Se despiden con llanto. Hasta que aparece la camarera… “pero yo me deslicé hacia la puerta del hotel con mi valija sin darle propina”.

Todavía falta el último adiós. El llama un trineo. Se van a despedir, pero él le pide que le acompañe en el trineo hasta la esquina de la Tverskaya: “Allí se bajó y cuando el trineo se volvía a poner en marcha, tiré de su mano en plena calle y me la llevé a los labios. Ella se quedó parada aun un largo rato, diciéndome adiós. Yo le hice adiós desde el trineo. Primero pareció como si anduviese de espaldas; luego dejé de verla. Con mi voluminosa valija entre las piernas, me dirigí llorando a la estación a través de las calles, en las que empezaba ya a anochecer”. Lleva juguetes como lleva manuscrito­s. ¿No lleva libros? En una carta le confiesa a su amigo Scholem que es un escritor sin biblioteca. Entonces se apropia de las biblioteca­s públicas. Está escribiend­o sobre Kafka, pero hace tiempo que ha perdido su ejemplar de El proceso. Es la valija de un coleccioni­sta: cualquier objeto se transforma en una miniatura. Como si fuera la valija de un ilusionist­a. Y quizás, lo es. En 1940, la maleta de Moscú no es la misma con la que huye de París, tampoco tiene que cruzar la misma frontera. Benjamin tiene una visa especial de judío refugiado para ir a Nueva York. La idea es llegar a un puerto portugués. Mientras tanto, antes de su huida, ¿qué hacer con los manuscrito­s? Una parte se los encarga a Georges Bataille, que los esconde en la Biblioteca Nacional. Benjamin puso otra parte de sus manuscrito­s –muchos creen que se trató del borrador redactado del Libro de los pasajes– en su maleta y con ella se dirigió con un grupo de judíos perseguido­s e intentó cruzar la frontera a través de los Pirineos.

Los testimonio­s hablan de que Benjamin, agotado, enfermo y apenado, caminó días sin soltar su valija. La frontera se vuelve kafkiana. Esa noche se suicida en Port Bou, en una habitación del hotel Francia. Y la valija se perdió para siempre.

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