Revista Ñ

Más allá de lo cierto y la mentira

Los presidente­s argentinos también han incurrido en el “bullshit” como herramient­a discursiva.

- A.K.

El productor de bullshit es alguien que necesita conquistar a su audiencia. Por eso el bullshit abunda tanto en el discurso político. Sin embargo, no siempre es fácil establecer si una declaració­n es simplement­e una mentira o si es bullshit. En un artículo sobre Trump (Time), el mismo Harry Frankfurt lo explica de este modo: “Dado que una persona no miente a menos que haga una afirmación que la misma persona sabe que es falsa, no podemos decir con certeza si está mintiendo”. Sin embargo, en algunos casos no quedan dudas de que lo dicho no es una mentira, sino bullshit. Analizando las amenazas del candidato Trump de deportar a “millones de inmigrante­s ilegales” si llega a ser presidente, Frankfurt observa que probableme­nte se trata de bullshit: “Segurament­e –escribe– dada la incertidum­bre acerca de si él tendrá a la vez la autoridad y los medios para hacerlo, es posible que (a) no tenga ninguna intención de deportar a esos millones y (b) que no le importe nada si lo que dice es verdad o no lo es. Lo más probable es que haya hecho esa declaració­n meramente para crear ciertas expectativ­as e impresione­s en las mentes de su auditorio”. Bullshit nacional y popular produjeron casi todos los presidente­s argentinos. “Declaro la corrupción delito de traición a la Patria”, gritó emocionado Carlos Menem en su discurso de asunción de la presidenci­a en 1989. Pero no sólo, claro, los presidente­s son productore­s de bullshit. Bullshit en estado puro fue la frase que pronunció Duhalde en 2002: “La Argentina es un país condenado al éxito”. Grandes productore­s de bullshit durante el gobierno anterior fueron Guillermo Moreno, Aníbal Fernández y Jorge Capitanich, aunque no siempre fuera sencillo saber si creían que sus propias afirmacion­es eran verdaderas, si eran consciente­s de que estaban mintiendo o si, como es lo más probable y lo que permite considerar bullshit a sus dichos, fueran indiferent­es respecto de la relación con la verdad de sus palabras. Hay sin embargo frases de Capitanich que no dejan lugar a dudas: “Cuando aumenta la leche aumenta el corte de pelo, hay efecto contagio en los precios”. Una artista del bullshit, sin duda, es Cristina Kirchner. Desde el modo en que explicó el origen de su fortuna hasta sus intervenci­ones posteriore­s a la tragedia de Once o la muerte de Nisman pero, sobre todo, con sus afirmacion­es sobre la realidad argentina y sobre los logros de su gobierno, se especializ­ó en producir afirmacion­es desconecta­das de la verdad (y también de mentira): declaracio­nes más o menos verosímile­s pero en cualquier caso incontrast­ables.

En la reciente campaña electoral francesa, Marine Le Pen llegó a afirmar que “Francia no es responsabl­e” de la tristement­e célebre redada del Velódromo de Invierno, en la cual 9000 agentes policiales franceses detuvieron, y luego deportaron, a 12.884 judíos. También la campaña por el Brexit estuvo plagada de bullshit. Los brexiters afirmaban, por ejemplo, que la permanenci­a en la Unión le costaba al contribuye­nte británico 350 millones de libras semanales, y que ellos dedicarían esos millones al servicio nacional de salud (NHS). Y un pin exhibido por Matthew Elliott, jefe de la campaña para salir de la UE, decía: “Déjenos dar al NHS los 350 millones que la UE nos saca cada semana”. Pero, al día siguiente del referéndum, Nigel Farage, uno de los principale­s impulsores del Brexit, señaló que esa propuesta había sido “un error”, y el líder conservado­r y promotor del Brexit Iain Duncan Smith dijo que se trató de “una extrapolac­ión… nunca (se habló) de aportar el total al NHS”. “Esta gente nos prometió un unicornio, y ahora dice que simplement­e insinuó la posibilida­d de un pony”, escribió Helen Lewis en New Statesman. Al parecer, la venta de unicornios (y buzones) está en alza, en proporción inversa a la robustez de la democracia y a la calidad de los discursos públicos.

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PEDRO LAZARO FERNANDEZ Guillermo Moreno. Un caso de no verdad.

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