Tiroteos en Cuba al son del boom
Epoca. El auge de la literatura latinoamericana coincidió con la Revolución Cubana. Cabrera Infante ocupó un lugar central en la primera y rompió con la segunda. Opina su amigo, el profesor Santí de la Universidad de Kentucky.
que vivir en un país totalitario para dejarse corromper por el totalitarismo.
Julio Cortázar rompe su amistad con él. Vargas Llosa comenta en carta a Carlos Fuentes que le han producido escalofríos “las indecentes frivolidades contra la Revolución de nuestro amigo Guillermo”. Del castrismo no se admite la posibilidad de un exilio. Pocos años después, Juan Benet lamenta que Solzhenitsyn haya podido salir del gulag. El novelista ruso visita en 1976 una España sin Franco, aunque aún con franquismo, y concluye que aquello no puede ser una dictadura. “¿Saben ustedes lo que es una dictadura?”, suelta en televisión. El, que ha visto revistas extranjeras en los estanquillos de Madrid y ciudadanos españoles con libertad de movimiento, cae en el vicio de comparar dictaduras, cae en la tiranología comparada. Ni Solzhenitsyn ni Benet admiten la dictadura que le correspondiera al otro, aunque si el primero yerra por unas pocas señales de libertad, el segundo aboga abiertamente por una mayor represión. “Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir”, admite. “Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsin no puedan salir de ellos”.
Benet aconseja más celo a la policía soviética, Barral rinde cuentas a la policía de Casa de las Américas. Hasta ver publicada su novela, Cabrera Infante tiene que cuidarse de la simpatía del progresismo por los carceleros comunistas. Y podría estar burlándose de ellos, de carceleros y progresistas, en una sección principal de Tres tristes tigres: “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después –o antes”.
Se trata del más raro artefacto de ese libro, donde José Martí, José Lezama Lima, Lydia Cabrera, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén narran el asesinato perpetrado por Ramón Mercader. Es, a la vez, la construcción de un panteón literario nacional y un proceso de autocanonización. El ha descubierto en la recepcionista de la embajada cubana en París a la madre de Ramón Mercader, cómplice del asesinato de Trotski. Caridad Mercader, nacida en Santiago de Cuba y crecida en Barcelona, es protegida secreta del castrismo. El propio Mercader terminará su vida en La Habana. En la figura del asesino de Trotski se entrelazan Cuba y Barcelona, el celo criminal revolucionario y la simpatía intelectual por los totalitarismos, los insultos que le dedica Barral y la diligencia que muestra Barral en notificarse ante los comisarios políticos del castrismo.
No resulta casual que la más extensa de esas parodias corresponda a Alejo Carpentier. Cabrera Infante debió entender que, de todos los maestros a homenajear y batir, era Carpentier con quien tenía que vérselas más particularmente. Admira El acoso y Los pasos perdidos, pero asegura no haber podido leer El Siglo de las Luces: “Me rechazó la misma enumeración exhaustiva que me lanzó a parodiarla. Sé, sin embargo, que a Alejo lo acosó mi parodia y se vio náufrago en una balsa literaria, amenazado por un solo tiburón lejos del Morro”.
Volvía al grabado que los dos compartieran en su último encuentro en La Habana. Hace cincuenta años, Guillermo Cabrera Infante mostró suma astucia para sortear los embates de tres censuras políticas y publicar su primera novela. La editorial Seix Barral festeja este cincuentenario con una edición de Tres tristes tigres que incluye el historial de las gestiones ante una de esas censuras, la franquista.
Pero es que el boom pasó alguna vez por Cuba? Supongo, para contestar esa pregunta, que se trata del llamado boom de la novela latinoamericana –ese que empezó durante la década de los sesenta, sufrió un declive en la siguiente, y hoy ya es materia de historias literarias. Ese boom, que fue sobre todo un auge publicitario y comercial, pero que sin duda tuvo efectos positivos en la producción de la literatura, que no sólo la novela, latinoamericana, no puede haber pasado por Cuba, cual leve ciclón. No puede haber pasado sencillamente porque para cuando ocurre en el resto del mundo entero, en la isla ya existía un clima ideológico y sobre todo económico de represión que era contrario a los fundamentos materiales que lo hicieron posible fuera de la isla, es decir, la libertad de imprenta y el mercado libre.
De manera que no podemos siquiera decir que el boom, como el son, se fue de Cuba. En realidad nunca llegó allí. Lo cual, sin embargo, no quiere decir que lo contrario no haya sido cierto –que Cuba sí estuvo en el boom– o que el boom haya sido el contexto en el que la obra de Guillermo Cabrera Infante, como las de algunos otros escritores, se dan a conocer a nivel internacional, a veces, también hay que decirlo, a su pesar.
Cómo Cuba estuvo en el boom se puede enumerar fácilmente. Para empezar, basta referirnos al crítico que escribió el libro al respecto: Emir Rodríguez Monegal. Según Emir (amigo de Guillermo, maestro mío), Cuba estuvo en el boom, primero, por la coyuntura histórica de la Revolución Cubana, que proyecta la isla hacia lo que Emir llamó “el centro del ruedo político internacional”, pero que hoy ya podemos especificar como otro centro: el que creó la contienda entre las dos superpotencias durante la culminación de la Guerra Fría.
Cuba estuvo en el boom, sobre todo, como símbolo oportuno en las respectivas carreras de los novelistas que entonces hacían coro en él. Con contadas excepciones, esos novelistas, de Cortázar a Fuentes, pasando por García Márquez y Vargas Llosa, todos en ese tiempo exiliados de sus respectivos países, se adherían públicamente a la Revolución Cubana, viajaban a La Habana cual nueva Meca, e identificaban su obra como una suerte de versión literaria de la política liberacionista que el joven régimen proclamara. Es cierto que algunos de esos novelistas, como García Márquez, pronto decidieron mantenerse alejados del régimen durante sus primeros años, y sólo cuando la política continental del régimen entró en crisis, con el llamado Caso Padilla de principios de los 70 –y cuando la mayoría de sus colegas ya se habían dado de baja–, empezaron sus interesadas instancias en la isla.
Para resumir, entonces, Cuba estuvo en el boom al menos como una forma de institucionalización demagógica cuyo resultado más evidente fue facilitar la recepción, aceptación y éxito de esos nuevos novelistas, sobre todo entre el público europeo y estadounidense, tan ávidos siempre de nuevos contestatarios al llamado poder hegemónico de Occidente. Quiero decir con esto una verdad que todo el mundo sabe pero pocos admiten: el boom estaba atravesado por una contradicción insalvable. Las opiniones políticas de sus integrantes contradecían las circunstancias materiales que aseguraban su éxito comercial y que los había lanzado al mercado del libro.
Pero Cuba estuvo en el boom, también, a través de la obra de escritores cubanos que se dieron a conocer entonces. Un sofisma generalizado quiere que esa lista – que en realidad comienza con Guillermo, pero que incluye al menos otros dos nombres: Severo Sarduy y Reinaldo Arenas, los tres, dicho sea de paso, exiliados– comience con el nombre de Alejo Carpentier. Para cuando el boom comienza propiamente (año 1962) Carpentier ya cuenta con casi 60 años, ha escrito su última obra significativa (El siglo de las luces), y está de retirada a París como ministro de Cultura de la embajada cubana. Es significativo que de los tres escritores más prominentes que quedarían en esa lista, Cabrera Infante ocupe un lugar a un tiempo central y marginal dentro del canon del boom. Debo decir que no soy de los que creen que para hablar de un autor se tenga que denigrar a los otros que le hacen compañía. Cada uno de los que considero integrantes cubanos de ese boom –Guillermo, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas– aportan algo diferente y hacen su propia contribución.
Para regresar a nuestro tema: hágase una lista mínima del “canon boomero”, por así llamarlo, y Tres tristes tigres tendría que figurar allí junto a otras novelas como La ciudad y los perros, Rayuela, La muerte de Artemio Cruz y Cien años de soledad.A esto habría que añadirle los datos de la circunstancia histórica: de entre los autores que figuran en ese canon mínimo, fue Guillermo el único que fue funcionario del régimen que los otros hacían parte de su credo político y hasta de su poética; el único que después se declaró crítico del mismo régimen y, por último, el único que con los años comprobó ser el verdadero exiliado. La peculiaridad de Cabrera Infante ante el boom es sobre todo otra, que me parece de significación doble. Cabrera Infante es el único cuya obra canónica, Tres tristes tigres, representa la esencia del boom. Al mismo tiempo, es el único que ha rechazado cualquier pertenencia a ese grupo, al extremo de haber proclamado que desea que “lo incluyan fuera”, o como ha dicho él mismo en uno de sus ensayos sobre el tema: include me out.