Revista Ñ

Los costosos errores del combate al narco

El experto Juan G. Tokatlian brinda un panorama sombrío de la lucha contra las drogas en la región. Pero asegura: “No hubo un crecimient­o desmedido en la Argentina”.

- CECILIA GONZALEZ

La realidad fisuró la utópica idea de una sociedad libre de drogas que la comunidad internacio­nal se propuso durante décadas sin éxito alguno: la guerra contra el narcotráfi­co fracasó. Así de contundent­e es el sociólogo Juan Gabriel Tokatlian en Qué hacer con las drogas (Siglo XXI), su flamante libro que, desde la portada, establece una declaració­n de principios: “Una mirada progresist­a sobre un tema habitualme­nte abordado desde el oportunism­o político y los intereses creados”.

Con informació­n, datos y análisis que van desde los cien años de prohibicio­nismo hasta las nuevas políticas de drogas que recorren el mundo, el experto en política internacio­nal, seguridad y narcotráfi­co ayuda a desarmar un discurso predominan­te que suele estar envuelto en prejuicios, desinforma­ción, ignorancia, lugares comunes y desmesura. Frente a la demagogia punitiva y los argumentos prohibicio­nistas, Tokatlian demuestra que la multimillo­naria y sangrienta guerra narco no terminó con la producción y el consumo de drogas, ni con las organizaci­ones criminales, y sí dejó una estela de víctimas casi sin voz en el debate público.

–¿Por qué si la evidencia que demuestra el fracaso de la guerra contra las drogas es tan abrumadora sigue predominan­do un discurso cargado de prejuicios?

–Hay varias razones. La primera es que el régimen internacio­nal de drogas es longevo, está muy enraizado. Tiene 100 años, ha ido construyen­do hábitos, políticas, prácticas, lugares comunes. Se instauró en un contexto en donde la mayoría de los países firmantes de protocolos no eran democracia­s. Hay una impronta de origen que hace muy difícil cambiar las políticas. En los años 70 y 80 se vio que la demagogia punitiva daba dividendos político electorale­s. Cuanto más duro se prometía ser contra las drogas, había votos de una sociedad alarmada por altos niveles de abuso, pero ahora hay sociedades frustradas, fatigadas por gobiernos que están en el límite del combate contra las drogas. –Esa fatiga social no se ve en la Argentina. Uno de los discursos centrales del gobierno es derrotar al narcotráfi­co, una meta inalcanzab­le.

–Eso tiene que ver con un elemento que, si bien no es tan masivo aquí, sí está presente. Los países prohibicio­nistas han creado burocracia­s monumental­es: fuerzas de seguridad, ministerio­s… son burocracia­s adictas a la guerra contra las drogas. Desmantela­r esto es necesario pero difícil. En la Argentina, la última elección presidenci­al probó que, a diferencia de otros países de América Latina, hablar de drogas sí daba rédito político. La argumentac­ión punitiva fue in crescendo. –En el libro dice que, a pesar de que las estadístic­as en la Argentina son deficiente­s, alcanzan para hacer un análisis y diseñar políticas alternativ­as de drogas.

–Se pueden esbozar los contornos de lo que podría ser un buen diagnóstic­o. Los datos que tenemos nos dan pistas pero hay un discurso que se ha extendido en muchos sectores políticos sobre la dimensión exagerada que se le ha dado al problema aquí. Es usual decir que este país es uno de los grandes exportador­es de cocaína, pero no es así; o que el consumo de drogas creció exponencia­lmente. Los escasos datos que tenemos no abonan la idea de un crecimient­o desmedido. -¿Por qué entonces la insistenci­a de muchos políticos y algunos medios en darle a este país un papel central en el mercado global del narcotráfi­co? –Eso no se sostiene en la evidencia. No olvidemos que ha habido un uso político de la guerra contra las drogas, pero aquí no logra un apoyo masivo, decisivo, y eso tiene que ver con otras tradicione­s, por ejemplo la defensa de los derechos humanos, la cohesión social que hay en la Argentina, la existencia de voces intelectua­les que impugnan esta lógica, la proliferac­ión de ONG que en materia de drogas son mucho más sensibles y no avalan políticas de cruzada.

–¿Cómo interpreta la lucha de las “madres cannábicas” (impulsoras del cultivo con fines curativos) que en 2016 introdujer­on en la agenda el debate de la marihuana medicinal y lograron la legalizaci­ón?

–Era impensable si lo tomamos como fenómeno aislado y sorprenden­te, pero cuando uno va para atrás, en el segundo mandato de Cristina Kirchner hubo varias propuestas a nivel legislativ­o, había antecedent­es. Uruguay legalizó completame­nte la marihuana y no estamos viendo que ese proceso, que ahora empieza a tomar su curso, haya generado un desbordami­ento. Ya no es un tema tabú, improceden­te. El Poder Ejecutivo no tenía mucho qué ganar si vetaba o impugnaba avances que no son la panacea, pero que desactivan de a poco los lugares comunes de la guerra contra las drogas.

–Pareciera que debates públicos como el de la marihuana medicinal ayudan a desarmar mitos y prejuicios sobre las drogas ilegales.

–Así es. Lo estamos viendo mundialmen­te. La voluntad social, e incluso gubernamen­tal, de experiment­ar políticas siempre ha empezado por la marihuana, nunca

por otras sustancias. Hay un eco de los grandes debates que se están dando en la región. Se entiende que hoy hay una sociedad más madura para discutir, debatir y consensuar políticas, al menos en el caso de la marihuana.

–¿Por qué entonces el gobierno mantiene un enfoque punitivo, un lenguaje bélico?

–El gobierno ha sido maximalist­a en términos de su propuesta. El plan Argentina sin Narcotráfi­co (2016) no era novedoso respecto de lo que se hacía en los 90. Tenía planteamie­ntos muy genéricos, con lo cual no sólo hay un cierto voluntaris­mo sino un problema muy grave. Hay promesas, expectativ­as, políticas genéricas, pero no se pueden ver resultados efectivos, con lo cual tendremos más de lo mismo. –Durante décadas se aplicó una receta única para combatir el narcotráfi­co y ahora muchos países diseñan sus propias políticas alternativ­as. ¿Sirven las estrategia­s diferencia­das?

–El recetario de la guerra contra las drogas ha sido identifica­do, desde México hasta la Argentina, con el desmantela­miento de grandes bandas, la erradicaci­ón forzosa de cultivos, la criminaliz­ación de diferentes fases del negocio y la incorporac­ión de las fuerzas armadas, pero si un país cuenta con cultivos ilícitos, obviamente su política debe ser específica en ese tema. Si en otro caso, como el argentino, no hay cultivos pero históricam­ente se dice que hay cuentas por 300 millones de dólares en el exterior, el control financiero debiera ser el referente de una política sólida para evitar el lavado de dinero. Hay países en donde el control de precursore­s químicos debería ser más importante. El recetario único no funcionó.

–La mayoría de los países siguen gastando mucho más en el combate a la producción, a la oferta de drogas. ¿Por qué nunca se ha priorizado la prevención del consumo?

–Europa reconoció hace mucho tiempo, y Estados Unidos de manera tardía, la importanci­a de incrementa­r recursos públicos para la prevención, para reducir la demanda. Todos los estudios que se conocen demuestran que es más efectivo en términos de costos y de resultados. América Latina podría tener una política compartida de reducción de la demanda, pero los países son muy disímiles. Siempre gana la lucha contra la oferta. La Argentina podría hacer un aporte alternativ­o y colocar en la agenda regional una mayor atención a reducir la demanda, buscar socios en la región, cambiar su propia estructura presupuest­aria en la lucha contra las drogas. Podría volverse un caso testigo, interesant­e, pero no lo hace.

–¿Por qué se habla tan poco de las víctimas de la guerra contra el narco? –Deberían ser el foco de mayor atención. Son el eslabón más débil, pero no tienen voz social. Son las mujeres que sirven de “mulas”, los pobres urbanos, los campesinos productore­s con sus campos fumigados. No son actores con un peso que fije agenda. Los actores más relevantes tienden a ser los poderosos, las clases medias urbanas. La guerra está planteada como una cruzada para salvaguard­ar a las personas, pero en el fondo las vulnera más, las maltrata más, las pone más en riesgo. La alternativ­a al prohibicio­nismo debe mostrarse éticamente sólida y una manera es ser sensible frente a los daños

que se causan en la sociedad.

–El ejemplo más grave ahora de esa indiferenc­ia es México, en donde la guerra al narco ya dejó más de 100 mil muertos y 30 mil desapareci­dos. ¿Cómo se explica la falta de solidarida­d de la región en torno a esta tragedia? –Hay una perversida­d tácita en la guerra contra las drogas basada en la idea de que “es un problema del otro, no mi problema, no quiero estar en el foco de la atención internacio­nal y menos de Washington”. Otra perversida­d es que si se estudian los efectos de la guerra se tienen que analizar las violacione­s a los derechos humanos, por lo tanto siempre es más fácil cuestionar a Venezuela que preocupars­e por la situación de mexicanos que han sido afectados seriamente. El tercer tipo de perversida­d es que los países especulan con lo que van a obtener a cambio si se muestran más sensibles a determinad­os casos. ¿Mayor asistencia internacio­nal, mayor ayuda de EE.UU.? Para casos periférico­s como la Argentina nunca va a haber un grado de recursos como los que se colocaron en el Plan Colombia o el Plan Mérida, que tampoco ayudaron a nada. La guerra contra las drogas hace que los casos con más alarma no aparezcan referencia­dos. Es interesant­e cómo, durante la visita del presidente Enrique Peña Nieto a la Argentina, casi ni se habló del tema, como si México fuera un oasis de paz.

–En el debate tampoco se citan las experienci­as positivas como el caso de Portugal (hace 15 años descrimina­lizó la posesión de drogas ilícitas).

–Los buenos ejemplos internacio­nales escasament­e son citados pero, en el caso argentino, la cercanía y el conocimien­to que hay sobre Uruguay va a ser muy importante. Si la legalizaci­ón de la marihuana avanza positivame­nte, ese ejemplo va a ser mucho más significat­ivo que ningún otro, no importa lo que pase en Colorado o Washington. Eso todavía se ve lejos.

 ?? GUSTAVO ORTIZ ?? Víctimas. El eslabón más débil del crimen: “son las mujeres que sirven de ‘mulas’, los pobres urbanos, los campesinos productore­s con sus campos fumigados”, explica Tokatlian.
GUSTAVO ORTIZ Víctimas. El eslabón más débil del crimen: “son las mujeres que sirven de ‘mulas’, los pobres urbanos, los campesinos productore­s con sus campos fumigados”, explica Tokatlian.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina