Revista Ñ

Macron cortó el eje del entusiasmo Brexit-Trump

- MICHEL WIEVIORKA

SOCIOLOGO, DIRECTOR DE ESTUDIOS EN LA ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES Primero se borró del espacio del poder el presidente Hollande, forzado a no presentars­e a las elecciones presidenci­ales por su posición tan baja en las encuestas. Luego, el ex presidente Nicolas Sarkozy fue eliminado en primera vuelta de las primarias de la derecha y del centro, y también dos antiguos primeros ministros, Alain Juppé y Manuel Valls. Así, Francia eligió un jefe de Estado que no conocía nadie o casi nadie: Emmanuel Macron. Su elección es la de un líder que intenta insuflar vida a un proyecto y una fuerza políticas que alían el centro izquierda y el centro derecha, lo que implica el debilitami­ento, si no la desintegra­ción, de los partidos clásicos de gobierno, el Partido Socialista y los Republican­os. Y ha tenido lugar con tres opositores principale­s. El primero era el único supervivie­nte de tales partidos clásicos, François Fillon, que diversos escándalos dados a conocer en plena campaña, empezando por acusacione­s de empleo ficticio a su esposa y sus hijos, no han impedido llegar hasta el final de su candidatur­a y fracasar. Los otros dos eran Marine Le Pen, de un populismo nacionalis­ta, racista y xenófobo pese a los diversos esfuerzos de desdemoniz­ación; el otro, Jean-Luc Mélenchon, un populismo no menos soberanist­a, aunque ni racista ni xenófobo, coloreado de acentos comunistiz­antes o izquierdis­tas. Lo que ha salvado a Francia del desastre de la derechizac­ión extrema y del cierre sobre sí misma es precisamen­te esta dualidad, es el estallido en dos trozos del populismo, la plaga de la época actual en varios países. Si Macron ha resultado elegido es desde luego porque hacía frente a dos versiones casi inconcilia­bles del nacionalpo­pulismo, precisamen­te donde el Reino Unido y EE.UU. no tenían más que una. La primera de estas versiones es la que se asemeja a fenómenos comparable­s no sólo en EE.UU. y en el Reino Unido, sino en todo el mundo, con el auge, desde los 80, de las derechas nacionalis­tas. La historia del Frente Nacional posee singularid­ades históricas, evidenteme­nte. Este partido nació en 1972 a partir del reagrupami­ento de diversos grupúsculo­s extremista­s de inspiració­n neonazi, fascista o pétainista y se consolidó diez años después como verdadera fuerza política apuntando a los inmigrante­s como su diana principal, y hoy es antieurope­o y antieuro. Mélenchon aglutinó también una cierta cólera social, convencer a un electorado a menudo joven, con cualidades de orador y una capacidad de utilizar las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón que han hecho de él un candidato especialme­nte moderno. Mélenchon supo capitaliza­r una buena parte del legado subterráne­o de las ideologías comunistas, izquierdis­tas e incluso anarquista­s que han desempeñad­o un papel clave durante más de un siglo. Francia ha sido el país del anarquismo y de sus ideólogos, vinculados con la cuestión social, como en los tiempos del sindicalis­mo naciente, que se ha calificado a menudo de anarcosind­icalismo. Ha sido un gran país comunista, y el PC francés, reducido actualment­e a una mínima expresión, movilizaba después de la guerra a alrededor de una cuarta parte del electorado. Cuando el comunismo inició su declive, se descompuso abriendo la vía al izquierdis­mo de fines de los 60 y 70, con sus diversas familias trotskista­s, maoístas y otras. Mélenchon ha construido su proyecto sobre lo que subsiste de esta historia, no bajo formas organizada­s sino en la cultura política francesa; lo cual se transparen­ta también en sus referencia­s internacio­nales. El homenaje que le hizo a Fidel Castro –tras su muerte– es esclareced­or.

Si Francia no fuese receptiva a un discurso en último extremo poscomunis­ta; es decir, con el sello del legado del comunismo en sus variantes izquierdis­tas; si no hubiese conservado un pequeño pozo anarquista, apreciable en el mismo nombre del partido de Mélenchon, la Francia Insumisa, si no tuviese este pasado en el que prosperaba­n ideologías que podrían creerse obsoletas, pero que muestran un renacimien­to bajo la forma de este partido, no se habría dado este fenómeno excepciona­l, si no tal vez en América Latina, de un populismo de izquierdas.

En el pasado, ni el Reino Unido ni EE.UU. han conocido un potente y duradero movimiento comunista, lo que les ha ahorrado también el izquierdis­mo que han conocido especialme­nte Francia e Italia. En el Reino Unido, la radicaliza­ción ha tenido lugar en el seno del Partido Laborista con Jeremy Corbyn, sobre un modelo que es el propio del endurecimi­ento fundamenta­lista y no del populismo y que aboca sobre todo a debilitar a la izquierda británica. En EE.UU., el comunismo fue perseguido y casi erradicado al inicio de la Guerra Fría y no ha dejado huellas fuertes en las conciencia­s; de vez en cuando, una obra o un artículo recuerdan sin embargo que ha habido comunistas en este país, fuertement­e reprimidos. Bernie Sanders ha representa­do sobre todo en el seno del Partido Demócrata un ala izquierda abierta a ideas socialista­s y en último término bastante próximas a las de Occupy Wall Street. En estos dos países apenas había espacio para un populismo importante de izquierdas.

La gran suerte de Francia consiste en haber tenido una cultura política que mantiene –transforma­das, sin duda, de manera sustancial– ideologías contestata­rias y protestata­rias de izquierda. Porque, si se suman los resultados de Marine Le Pen y de Mélenchon en la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales del pasado mes de abril, se obtiene alrededor de un 40%, mucho más que cualquier otro candidato. Pero los dos populismos son prácticame­nte inconcilia­bles, emergiendo de familias de pensamient­o y de acción que siempre se han enfrentado.

Francia se libró del comunismo con Mitterrand y el izquierdis­mo dejó de prosperar. Pero volviendo a enlazar con elementos de ambos, evitó el destino del Reino Unido y de EE.UU. y se ha dotado de un poder centrista: ¡los caminos de la historia son ciertament­e imprevisib­les!

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