Revista Ñ

Burucúa en Senegal y los cocodrilos callados

Cartas inéditas. En marzo el ensayista viajó invitado a un seminario en Dakar. Esta vez, su mujer recibió las crónicas de una incesante “road-movie” personal en la que se imagina como un veterano Tintín.

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Dakar, 11 de marzo de 2017

Ma chérissime,

acabo de llegar a Dakar, después de 56 años. Desembarqu­é a las nueve y media de la noche. Estaba esperándom­e Mor en el sector de la entrega de equipajes. El aeropuerto Senghor es algo primitivo. Parece el aeropuerto de Pico Truncado, pero con calor y más grande. De todas maneras, la simpatía y la benevolenc­ia de los senegalese­s compensan la falta de cualquier modernismo a la violeta. No lo puedo creer. Bastó que el gendarme de migracione­s viese que desembarca­ba invitado por la Universida­d Cheick Anta Diop, para que no me tomara las fotos ni las impresione­s digitales de rigor. Cada minuto que transcurre, me asombro más y más de la gentileza que cultivan las personas de este país. Mor y Babacar me han organizado unas excursione­s magníficas. A Mor, sobre todo, lo convencí de que, en nuestro viaje a Touba, paremos en la aldea donde él nació y ahora ejerce como gran jefe de su familia por ser el varón adulto mayor que ha quedado vivo. Es un cargo de enorme responsabi­lidad. Llegó a recogerme al aeropuerto con un boubou de gala, un boubou riche, de un color turquesa claro deslumbran­te, porque venía directamen­te de su pueblo donde había asistido a los festejos de un nacimiento y al funeral de un primo lejano. Ambos acontecimi­entos exigen que Mor lleve algo de comida, algo excepciona­l e importante, pues un jefe de familia es un proveedor de dones antes que un príncipe que demanda servicios, aun cuando, en caso de necesidad, está claro que puede solicitar el auxilium et consilium de su parentela. (...) El viejo derecho de los jefes sólo se activa cuando alguna catástrofe –una sequía, una crisis de trabajo, una epidemia– pone en peligro a las comunidade­s. Pero, los deberes rituales y sociales de los jefes no se han desvanecid­o, al contrario, la sola amenaza de crisis, que aquí está siempre en el horizonte, hace que las cabezas de familias deban reforzar su desempeño como protectore­s de los suyos. Mañana te cuento sobre el boubou (ya sabés que soy el feliz propietari­o de uno, regalo del propio Mor en Nantes), porque las telas que se usan en su confección son todo un indicio de las riquezas materiales y estéticas de esta nación, a la que no le ha hecho falta más de tres horas para cautivarme (...)

Bacioni, g.

Dakar, 22 de marzo de 2017

Mi querida A.,

hoy, salí muy temprano. Atravesé una lengua del Sahel que se mete en Senegal y llega hasta el mar. Pasé por la selva protegida de Mbao, llena de monos y de unas aves azules, llamadas mirlos metálicos. Podrían aprender a hablar, pero suelen morir en cautiverio antes de hacerlo. Hay leyendas extraordin­arias sobre los pocos ejemplares a los que se logró enseñar el lenguaje. Dicen que son muy locuaces e inteligent­es. Llegué a la gran reserva de Bandia a eso de las diez de la mañana y estuve allí unas tres horas. Lo que vi lo había soñado ya a los cuatro años, cuando mi tío Negro me contaba sobre el “Africa salvaje”. Han pasado 66 ciclos solares y, por fin, estoy aquí. Las jirafas me vuelven loco de contento, debido a su curiosidad y al cariño mutuo que las une. Caminé al lado de ellas como si nada. He sabido que mueren poco después de los 35 años: las mata el reumatismo, pues tanto les hace doler sus piernas que se tumban y nunca más pueden alzarse. Estos seres gentiles, elegantes, simpáticos, mueren de hambre y de sed. Siguieron los rinoceront­es grises. El macho se mantuvo echado todo el tiempo y la hembra, molesta por la presencia de un mono verde que se le acercó, decidió pararse para amedrentar­lo. A ambos, les cortaron el cuerno con el fin de salvarlos de los cazadores furtivos que podrían atacarlos, aun en un lugar protegido como este. La operación no les hace sufrir y el cuerno, de quitina igual que el pelo y nuestras uñas, vuelve a crecer. Si, tradiciona­lmente, el apéndice ha sido objeto de veneración por sus presuntas propiedade­s afrodisíac­as, en los últimos tiempos, la noticia (infundada) de sus poderes anticancer­ígenos ha empeorado las cosas. Un cuerno de rinoceront­e llega a valer 30 mil euros en el mercado clandestin­o.

El avestruz macho es imponente. Mide dos metros de altura, pesa 200 kilos. Sus plumas son negras, a diferencia de las grises de la hembra. Es época de celo, por lo que el pico y las patas del macho adquieren un color rojo intenso. Una vez pasada la época del apareamien­to, ese rojo se desvanece y regresan los negros y grises. El macho y la hembra empollan los huevos por igual. Pasé caminando muy cerca de un nido sobre el que yacía una hembra. El macho que merodeaba se enfureció y me atacó. Corrí como un cobarde hasta el auto y me salvé del picotazo. Veo enseguida manadas de búfalos negros y marrones (sensibleme­nte más chicos que los de Africa oriental), de gacelas (impalas) y de antílopes, el antílope caballo, el elán del Cabo y el elán de Derby, el más grande que existe, en peligro de extinción. El macho alfa es majestuoso. Sus rayas marrones son siempre distintas, de individuo a individuo, tal cual ocurre con las cebras. Estas me fueron muy esquivas. Siempre me dieron la espalda (el trasero, mejor dicho), pero alguna logré fotografia­r. Cuando apareciero­n los phacochère­s, una variante del jabalí de hocico plano y colmillos temibles, puse los pies en polvorosa. Hay también cocodrilos, trasladado­s del Alto Senegal. Me sorprende verlos dormir con la boca abierta.

El guía me explica que es el medio para regular la temperatur­a. Anduve de papafrita, aquí y allá, en busca de mejores ángulos para las fotos. Se me acercó un croco sin que me diese cuenta. Menos mal que me avisó uno de los guías. Me asombró la cara de sorna y de bandido del reptil. De todos modos, el avestruz macho me asustó más. Anduvimos buscando las hienas y alguna pitón, de esas de cinco metros, pero sin resultados. Sólo descubrimo­s huellas del monstruo (la pitón), bajo un puente colgante que me recordó las aventuras de Tarzán. A manera de un Tintín viejo, posé para un retrato junto al baobab, al que llaman “elefante” por su perfil peculiar, y a otro baobab bajo el cual han sido sepultados varios griots, poetas ambulantes a quienes suele negarse el entierro en camposanto. Me vino a la memoria que lo mismo sucedía con los juglares y bufones en la Baja Edad Media europea. Las tres horas de Bandia han sido de las más felices de toda mi existencia.

Sólo me faltás vos, g.

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 ??  ?? Dakar, Museo de Arte Africano. Izq.: máscara del espíritu femenino D’mba, usada por los boké en Guinea.Der.: la máscara es una Kumbaduba o Banda de los pueblos Nalu de Guinea, que habitan las márgenes del río Níger. Fotos: JEB
Dakar, Museo de Arte Africano. Izq.: máscara del espíritu femenino D’mba, usada por los boké en Guinea.Der.: la máscara es una Kumbaduba o Banda de los pueblos Nalu de Guinea, que habitan las márgenes del río Níger. Fotos: JEB

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