Homicidios y otros pasatiempos peligrosos
Una investigación que tiene lugar en la capital italiana, de ritmo y estilo cinematográficos, provoca derivas políticas en una trama de alta intensidad.
Al comienzo, No está solo parece un policial típico del subgénero “de asesino serial”: en esos libros (y al parecer en este) la institución policial pero sobre todo alguien dentro de ella (el héroe, pero aquí la heroína) libra una batalla contra un monstruo humano al que hay que eliminar para que la sociedad vuelva a respirar tranquila (y también los lectores).
Con esa máscara, el libro es convencional. Tiene algunos pero no muchos toques de cultura italiana que apenas si consiguen separarlo de otras muestras del género, cuyos autores viven en Suecia, Grecia, Inglaterra, Estados Unidos, Francia. En esa parte, a pesar de los problemas constantes de la traducción, la prosa de Dazieri corre con el ritmo que corresponde al género, un muy buen manejo del suspenso y la dosis esperable de espanto, terror, asco y furia.
Después, bruscamente, se convierte en algo mucho más parecido al thriller político. Se- gún los gustos de quien esté leyendo, ese giro lo mejora (ese es mi caso) o no. Por supuesto, bien pasada la mitad de una novela larga que no lo parece –Dazieri comprende las reglas del género– si cualquier lector mira hacia atrás, las huellas del cambio se reconocen con claridad en lo que ya se ha leído, y así todo cierra. Como si la narración hubiera pasado una puerta, en esa segunda parte la comprensión del libro da un vuelco y todos los colores cambian. Hasta el terror adquiere otra densidad, una mucho menos psicológica y mucho más relacionada con lo social, con el poder.
En una tercera persona limitada que va cambiando de punto de vista y que alterna escenas muy anteriores al presente de la acción en capítulos que se llaman Antes, la narración construye personajes muy humanos, muy realistas (como pide el policial) y al mismo tiempo muy perturbados, tanto de un lado de la ley como del otro. Casi todos están marcados por un pasado terrible que necesitan comprender mejor. En eso, como casi siempre, el policial se parece al psicoanálisis: para seguir adelante, lo que hay que enfrentar es el peso del pasado, y ese es un peso especialmente duro para los dos investigadores de la novela, a quienes el pasado convirtió en “raros”, en “freaks”. Las marcas del trauma están en el centro de la acción.
El de Dazieri es, entonces, un policial heroico, y sus dos protagonistas son héroes en el sentido general del término y antihéroes en cuanto a su personalidad. Eso aumenta el atractivo que sienten los lectores porque los dos son muy vulnerables. Por otra parte, el cine es claramente otro núcleo en la escritura del autor italiano. Todo en este libro parece preparado para la filmación de una película. Lo que cuenta incluye hasta la definición de las tomas, el lugar desde donde se ve lo que está pasando.
En ese sentido, quizá, la grieta que abre la acción en el primer capítulo y que aparece en la ilustración de la tapa, es un símbolo de lo visual en la novela y quizá lo visual sea una de las marcas de contemporaneidad para la constante renovación del policial, que sobrevive (y muy bien) desde el siglo XIX en todo Occidente, y que Occidente se ha encargado de llevar a todo el globo.