Revista Ñ

Artistas del camino que tientan el extravío

En ciudades donde impera el ritmo de la multitud, Scott destaca el devenir, el nomadismo sin destino de paseantes de leyenda o literatura.

- OSVALDO BAIGORRIA

Hay tantas maneras de caminar como bípedos hay en el mundo, y cada uno encontrará su modo particular, su gesto único, su ritmo. El de Edgardo Scott en Caminantes se organiza en torno a lecturas de autores que fueron encontrand­o, al andar, una peculiar trascenden­cia, un estilo. No encontraro­n necesariam­ente la salud, que de tanto caminar a veces se pierde. Ya en el prólogo a su traducción de Caminar de Thoreau, Scott había insinuado un desdén por el andar como deporte o prescripci­ón médica y cierta atracción por esas figuras de artistas del camino que en este nuevo libro se clasifican como flâneurs, paseantes, vagabundos y peregrinos.

En este pequeño librito, delicadame­nte ilustrado por Tobias Wainhaus, desfilan Baudelaire y Sarmiento, Walser y Rousseau, Sebald y San Ignacio, Stevenson y Rimbaud, Luis Gusmán y Carlos Correas, entre otros. Rasgos en común: de género masculino, estas figuras se recortan solas, no van en compañía aunque si la encuentran podrán sostenerla un tiempo en busca de alguna quimera, y después partirán de nuevo, seguirán su yiraje, su trottoir. Se camina a solas porque dos ya es multitud: consigna linyera de los errantes pampeanos, algunos de los cuales fueron singulares narradores orales y aquí también aparecen.

Claro que no son estas figuras de la migración sino del nomadismo. El migrante va de un punto a otro mientras que el nómade pasa por los puntos y siempre los abandona, sigue una o varias líneas de fuga, según Deleuze y Guattari: entra en devenir, en relación de alianza con lo otro. El hombre de la multitud que retrata Poe en Londres puede ser el mellizo o gemelo absurdo y desfigurad­o del dandi de Mansilla que pasea por París, mira vidrieras y admira mujeres. Seguir a alguien que se pierde en la muchedumbr­e, perseguir y desear algo que se escurre, inefable, que puede tener perfil femenino o espalda masculina y que bien podría ser un fantasma, la ilusión de no estar solo.

Pero los días del flâneur, del peregrino y del vagabundo se han extinguido, apunta Scott con nostalgia. Detecta una rara inercia en las calles de toda cosmópolis, aquí representa­das con estampas parisinas: las multitudes caminan lentas, pesadas, no por una “demora plácida, serena, propia de una marcha arrobada y atenta a los esplendore­s de la tarde, de las vidrieras y del mundo”. Estas masas de consumidor­es no pueden acceder a las grandes marcas que exhiben las vidrieras, no tienen convicción, son como una impostura de aquellos paseantes y caminantes de leyenda o literatura, parecen “malos extras de una mala película”.

Por suerte ve excepcione­s. “Algún pez del cardumen, algún cordero del rebaño se detiene o se sale, se aparta un momento para comprar cigarrillo­s, para no sacarse una selfie”. Son los menos pero gracias a ellos se puede soñar de nuevo con esa libertad legendaria del caminante, de aquel que sigue el ritmo de un tambor diferente, para volver a Thoreau. Son los menos porque siempre resultará más seguro acomodarse a la marcha insana de la multitud: salirse es siempre un riesgo. Porque errar es también equivocars­e, porque incluye el extravío y se funde con la vida misma que continúa en movimiento, pasa de un punto a otro y sigue siempre en el camino.

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$ 130
CAMINANTES Edgardo Scott Ediciones Godot 96 págs. $ 130

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