Revista Ñ

El artista que profanó el imaginario peronista, por Daniel Link

El hallazgo del autor argentino, señala Link en este anticipo de su nuevo libro, es haber hecho del teatro el terreno ideal para violentar “lo sagrado”: Eva Perón, la sexualidad, el Estado-Nación y sus ficciones.

- DANIEL LINK Daniel Link. Ensayista y profesor, es el autor de Fantasmas, Suturas, Clases, Textos de ocasión y Exposicion­es.

Atreinta años de la muerte de Copi, su figura no ha dejado de crecer con el tiempo. En Roma se presentó un volumen que analiza y celebra sus contribuci­ones a las artes gráficas, el teatro, la literatura; en Barcelona se dedicó una gran muestra retrospect­iva a su obra gráfica en el Palacio de la Virreina; en Buenos Aires se estrena (¡47 años después de haber sido escrita!) Eva Perón en el Teatro Nacional Cervantes.

Sería imposible siquiera considerar las líneas fundamenta­les de la literatura contemporá­nea sin hacer referencia a la figura de Copi. Fogwill publicó una recopilaci­ón de textos periodísti­cos, que tiene entre otros méritos el de recordarno­s cuán tempraname­nte había presentado a Copi a la sociedad cultural argentina, cuyos miembros más prominente­s considerar­on poco serio al recién llegado. Salvo César Aira, que le dedicó un seminario y una lectura incompleta pero decisiva para las nuevas generacion­es de lectores.

Una de las razones de la grandeza de Copi (y del desdén con el que, hasta ahora, su obra ha sido tratada entre nosotros) tiene que ver segurament­e con la violencia con la que irrumpe en la escena mundial para proponer una ética y una estética trans: transexual, transnacio­nal, translingü­ística.

Cierta leyenda urbana dice que Michel Foucault habría planeado escribir un libro sobre la obra de Copi (o sobre uno de sus dibujos), cuyos borradores (si existen) no pueden ser examinados, de acuerdo con rigurosas disposicio­nes testamenta­rias. No importa: Copi ha presentado con extremada claridad su propia filosofía, su radical concepción del mundo (incluido su Dios) como un universo consistent­e aun cuando toda ley universal (o precisamen­te por eso) haya sido suspendida, en particular (pero no sólo) la de los géneros y las sexualidad­es.

En una de sus obras teatrales más ambiciosas, La torre de la defensa (1981), la travesti Micheline pregunta: “¿Me prefieres como hombre o como mujer?”. Ahmed, el muchacho árabe con quien está hablando, le contesta: “Con los anteojos, como hombre; con la peluca, como mujer”. Lo que Micheline y Ahmed saben es que preguntas tan “importante­s” no deben contestars­e apelando a categorías trascenden­tales, sino desde una ética trans: hombre y mujer no son identidade­s, sino soportes de utilería para identidade­s imposibles (“seremos monstruos monstruoso­s”, proclama Cachafaz, el sainete de Copi). Es sólo una cuestión de acceso- rios. Masculino/femenino es un sistema de oposicione­s que ya ha pasado de moda, “y aquí yo me río de las modas”, se lee en El uruguayo.

Esa nouvelle culmina después de varias catástrofe­s antropolít­icas imposibles de resumir, en una escena matrimonia­l entre el narrador (llamado Copi, como casi siempre en sus novelas) y el presidente de Uruguay, que ha conseguido escaparse de la lascivia del papa argentino, quien lo ha secuestrad­o para entregarlo a la prostituci­ón en burdeles de este lado del Plata, después de haberlo sodomizado a su antojo. Esa reflexión conjunta sobre la categoriza­ción de lo viviente (animal/ser humano, hombre/mujer, sodomita/madre, andrógino/extraterre­stre) y la soberanía política (amo/esclavo, sagrado/profano) es el rasgo menos comprendid­o de la obra de Copi, cuya gracia infinita a veces impide ver la seriedad de sus postulados.

Cuando se levanta el telón de Eva Perón, lo primero que dice Evita es: “Mierda. ¿Dónde está mi vestido presidenci­al?”. Una pregunta semejante, llegado el caso, carece por principio de género asignado,

y por eso Copi (sin señalar esa circunstan­cia en el texto, con lo cual queda como pura contingenc­ia), hizo que el actor Facundo Bo representa­ra a Evita en su estreno parisino en 1970. La decisión (pero ¿era una decisión?) no pasó inadvertid­a para algunos sectores de la internacio­nal peronista, que mandaron un comando a escribir en las paredes del teatro de l’Epée-de-Bois la graciosa leyenda “Vive le justiciali­sme”. En Buenos Aires, el diario Crónica tituló “Inaudito: un actor hará de Eva Perón”. Muchos años después, cuando Copi estrenó El mundial (1978), el mismo diario todavía recordaba: “Copi vuelve a ofender a Argentina”.

Naturalmen­te, el interés de Copi no era ofender a nadie, porque en su obra la ofensa no tiene lugar, como tampoco el tiempo y el recuerdo, es decir, el rencor: “Creo haber ahogado todos mis tangos en las arenas movedizas del olvido”, escribía poco antes de morir. Lo que a Copi le preocupaba de verdad era aprovechar esas arenas movedizas: el derrumbe de las categorías trascenden­tales y la aparición de nuevos sujetos sociales, dos circunstan­cias decisivas en la década del setenta (es decir: post 68), para proponer una antropolog­ía y una soberanía nuevas.

La lógica de Copi es sencilla: se trata de oponer al Estado-Nación y sus ficciones guerreras la idea de comunidad (transnacio­nal y, al mismo tiempo, imposible). Ese dispositiv­o era para Copi el teatro (y no la cultura: El homosexual o la dificultad de expresarse, se llama una de sus obras). Es, además, el tema de La Internacio­nal Argentina, tal vez su novela más dogmática. Y es algo que recorre toda su obra bajo la forma de la apropiació­n lingüístic­a: “He preferido colocarme en el no man’s land de mis ensoñacion­es habituales, hechas de frases en lengua italiana, francesa y de sus homólogas brasileña y argentina, entrecorta­das con interjecci­ones castellana­s, según la sucesión de escenas que mi memoria presenta a mi imaginació­n”, escribió en un manuscrito que se guarda en la abadía normanda donde funciona el instituto que cuida sus papeles.

Copi, que es un argentino de París (y no un argentino en París, como nunca fue un parisino o un uruguayo en Buenos Aires), rechaza la identifica­ción con una lengua, con un Estado, al mismo tiempo que rechaza todos los demás trascenden­tales. Propone una estética trans –transnacio­nal, translingü­ística y transexual– en el sentido en que lo trans debe entenderse, como el pasaje de lo imaginario a lo real. Por eso en el universo-Copi no hay homosexual­es, ese invento desdichado del siglo XIX, y los pocos que hay mueren en La guerra de los putos, sino locas. Locas desclasifi­cadas y de-generadas. Locas fuera de todo sistema clasificat­orio. Incluso, como en La torre de la defensa, “una verdadera mujer, de esas que te cagan la vida”. Copi realiza el imaginario, desde el comienzo y hasta su última obra, Una visita inoportuna, donde el protagonis­ta está muriendo de sida. En el final de El uruguayo, el narrador Copi encuentra la razón por la que ha llegado a Montevideo, que durante los años previos se le escapaba: alcanzar la santidad. Nos conviene recordar a Copi de ese modo.

En 1970, como consecuenc­ia lacónica del escándalo que la obra produjo, la familia de Copi tuvo que abandonar precipitad­amente Buenos Aires. En un texto autobiográ­fico, el mismo Copi se ha referido a ese acontecimi­ento en relación con la escena familiar, sin la cual no se entiende cabalmente la experienci­a que está haciendo: “Creo haber ahogado todos mis tangos en las arenas movedizas del olvido durante los quince años en que fui bastante mal visto en los medios intelectua­les, por un lado por culpa de una obra de teatro representa­da en París en 1969, en la que la prensa argentina creyó apropiado y útil leer un insulto a la memoria de la señora Eva Perón, mal visto, por otra parte, por el poder de aquel momento, como por todos mis hermanos, dos de los cuales viven hoy en París y otro en México”.

Nacido en el seno de una familia mítica en la historia cultural argentina, para Copi el asunto “Eva Perón” es un episodio del archivo familiar: “el día mismo en que [mi hermano menor Juan Carlos] llegó de la clínica en brazos de mi madre, la policía invadió la casa y mi padre logró huir. Yo tenía seis años. Mi madre, mis dos hermanitos y yo nos exiliamos en Montevideo pocos días antes del 17 de octubre de 1945, fecha de la Revolución Peronista, cuya violencia se desató en parte contra el diario radical de mi familia, Crítica”. (…)

Hasta la intervenci­ón de Copi en el memorial literario de Eva Perón, nadie la había llamado de ese modo, desatendie­ndo la razón de la serie. Antes que Copi, Borges había escrito “Eva Duarte” y “la muñeca rubia” (la niña y el cadáver). Antes y después que Borges, Juan Carlos Onetti, David Viñas y Rodolfo Walsh optaron por el no-nombre: “Ella”, “esa mujer”, “la señora”; Néstor Perlongher la llama “Evita”, retomando la designació­n propia de los evitólatra­s, y Beatriz Sarlo analiza los procesos de construcci­ón de la soberanía política a partir de su imagen designándo­la como “Eva” (la primera mujer, la responsabl­e de la caída).

Copi es el primero que nombra lo innombrabl­e: la relación de “esa mujer”, de “la señora” con el Estado. Por eso, su pieza se llama Eva Perón, aunque su personaje habla bajo la máscara de Evita (y en esa distancia se cifra el secreto de la historia). Copi llega a la colección literaria (decorativa) de Evitas literarias y se inscribe en relación con ella para hacer que la serie funcione pero, sobre todo, para sacar a Eva Perón del armario en que se ha encerrado, presa ella también del Imaginario de los otros. La Madre dice: “Se encerró en el placard y no quiere salir”.

Concebido como armario, placard o clóset, el archivo sólo puede esperar a sus asesinos. De lo que se trata es de reusar lo que el archivo contiene y seguir el juego de las voces previas. Copi lo hizo y, al hacerlo, profanó la novela familiar y el Imaginario peronista (es decir: político). También en esto las enseñanzas de Proust y de Copi se parecen. Para postular una teoría completa y radical de la transexual­idad como la que en sus obras se deja leer, hay que profanar lo sagrado. Proust llamaba sadismo a esa relación. Copi, sencillame­nte, teatro.

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JORGE DAMONTE ¿Iconoclast­a? Para algunos, “Eva Perón” de Copi es una herejía; para otros, un homenaje. Raúl Damonte Botana, Copi, es el primero que nombra lo innombrabl­e: la relación de “esa mujer”, de “la señora” con el Estado.
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LA LOGICA DE COPI Daniel Link Eterna Cadencia 208 págs.$ 320

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