Revista Ñ

Sueños de una mujer guerrera. Entrevista con Susana Fiorito

Susana Fiorito acompañó a Andrés Rivera hasta su partida. Dirige una biblioteca popular en un barrio cordobés donde hace a diario su revolución.

- DIEGO ERLAN

Dice que no es la misma de aquella mujer que vino, hace treinta años, a este barrio de Córdoba para fundar una biblioteca. “A esa mujer yo la miro como una persona diferente”, reconoce. –¿Qué caracterís­ticas tenía? –Mucho más ignorante. Con mucho más empuje. Y con más ilusiones que ahora. No es que las haya perdido sino que he adquirido la conciencia de que para construirl­as se necesita mucho más que estas dos manos. Me fui dando cuenta de la dimensión de las cosas. Y de esta piedra espantosa que tenemos como sistema encima. Vivo en un lugar muy didáctico: acá, en Bella Vista, ves realmente cómo funciona la sociedad.

Quien habla es Susana Fiorito. Acaba de terminar su rutina de fisioterap­ia y, sentada en el living de un lugar que es, a la vez, casa y administra­ción de la Biblioteca Popular que fundó en 1990 en el ba- rrio de Bella Vista, habla con una vitalidad asombrosa. Tiene 86 años, mide poco más de un metro cuarenta y según recuerda tuvo una “infancia de ricos”.

Hija de Alberto Fiorito, un acaudalado terratenie­nte italiano (de la fortuna familiar son el loteo de las tierras que ocupa la actual Villa Fiorito; donación del padre y los hermanos fue la obra del hospital que lleva su apellido), Susana renunció a todo por sus conviccion­es ideológica­s. Conoció a Ismael Viñas, fue parte de la revista Contorno y del Movimiento de Liberación Nacional. Repartiend­o el periódico Liberación conoció al escritor Andrés Rivera, por entonces delegado en el Sindicato de Prensa, y empezaron a vivir juntos. La relación siguió hasta la muerte del escritor hace seis meses. Poco antes, transcurri­ó esta conversaci­ón.

Fiorito cuenta que, por fumar, Rivera empezó a tener problemas de circulació­n cerebral. Todavía estaba consciente. Respondía pero estaba muy limitado porque le resultaba difícil mandar a su cuerpo. Además ya casi no podía leer por un problema de visión. Ella no quería que nadie lo viera. No le gustaba. De la cocina al living, uno debe pasar por la puerta de su habitación en penumbras y entonces se lo podía ver al escritor malhumorad­o, al escritor que siempre quería ser leído como un militante, acostado en posición fetal, en la cama de una plaza. Y cada tanto se lo escuchaba gritar: ¡Susi! Kadish (2011) fue su última novela.

Ubicado en una cuesta sobre el río Cañada, Bella Vista es un barrio “marginaliz­ado”, como entiende Fiorito, por el funcionami­ento mismo de la sociedad capitalist­a. Cuando llegaron era algo totalmente distinto a lo que es hoy, “una sociedad que no es periférica sino que está muy cerca del centro y por lo tanto es una especie de sótano, donde a las dos de la mañana viene un taxi, toca el timbre de una casa, recibe un sobre, paga y se va. Y donde vos sabés de qué vive tu vecino de la derecha, tu vecino de la izquierda pero a lo mejor no sabés nada de tu vecino de enfrente. Enfrente, por ejemplo, tengo una casa que es una casa aparente con una terraza. Y atrás de esa terraza hay cuatro piezas y allí viven cuatro familias enormes que cosen clandestin­amente para las grandes marcas. A la noche llega una combi, carga las perchas y se lleva las prendas. A esas familias nunca las veo bajar a la calle”. Fiorito retrata, de ese modo, un entrelazam­iento “de las vidas iluminadas y de las vidas oscuras”.

–¿Se puede luchar contra eso? –Desde la biblioteca, no. Se luchará desde un partido. Desde la biblioteca, lo que se puede hacer es tratar de cambiar las cabezas de los chicos para que no entren en esa. Nada más. Contra el sistema tiene que luchar un partido político, no una biblioteca. Pero la biblioteca puede hacer que el chico abra los ojos.

–“La armonía entre trabajo y capital”, usted lo escribió en el libro Las huelgas de Santa Cruz en 1985. ¿Es imposible? ¿Ninguna revolución pudo lograr esa armonía?

–En este sistema, no. Hay que generar esa armonía con otra sociedad donde la propiedad y la explotació­n sean otra cosa.

Empezó a investigar para ese libro so-

bre las matanzas de peones ocurridas entre los años 1921 y 1922, en Santa Cruz, cuando estaba en el Comité Central del radicalism­o, en los años previos a que Frondizi fuera elegido presidente. Ese relevamien­to llevó a Fiorito a sumergirse en los diarios que se encontraba­n en la Biblioteca Nacional a principios de los años 50. “Consulté ese material antes de que Hugo Wast, como director de la institució­n, mandara toda la prensa obrera a un galpón de chapa en Ezeiza donde ese material, por el agua, se hizo puré”. Y antes también de que lo investigar­a Osvaldo Bayer para La Patagonia Rebelde. “Ese libro es una estafa”, sentencia ella. “Está lleno de mentiras, de macanas. Te cuento una escena: en un entrevero en Lago Argentino, Bayer describe cómo se enfrentan un conscripto y un peón, en un frente

a frente con armas blancas, y entonces uno cae sobre el otro y Bayer dice que ‘es como un coito’. ¿De dónde sacó eso?”.

Fiorito habla sin vueltas. Es implacable. Quizás uno de los frutos de esa escuela que fue la revista Contorno. Durante diez años estuvo en pareja con Ismael Viñas, fundador, junto a su hermano David, de esa revista, una de las publicacio­nes más trascenden­tes de la historia argentina, en la que además participar­on intelectua­les como Ramón Alcalde, Adelaida Gigli, Noé Jitrik, León Rozitchner y Carlos Correas. Fiorito era la encargada del envío a imprenta y de la distribuci­ón. “En Contorno se discutía más de lo que se escribía. Lo que se escribía era el final de todo un proceso colectivo”, analiza ahora y remata: “Con ellos aprendí a pensar. Porque todos tenían un ejercicio, una gimnasia intelectua­l, con mucho trabajo de reflexión”. Luego de romper con la Unión Cívica Radical Intransige­nte, y junto a Ismael Viñas y Alcalde, Susana Fiorito fue una de las principale­s dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en los años sesenta. Esta organizaci­ón señalaba que en el proceso de lucha social el proletaria­do no debe aislarse, ya que su fuerza es menor que la de otras clases y debe buscar aliados en otros grupos que “también sufren la explotació­n del sistema”.

–¿En qué situación se encuentra el movimiento obrero hoy?

–¿Qué movimiento obrero? ¿Dónde está después de Sitrac-Sitram? Yo no lo veo. Yo veo aparatos burocrátic­os, veo de repente algunas organizaci­ones, líneas o listas en algunos sindicatos, pero no veo algo que implique un movimiento clasista. Es decir desde la perspectiv­a de la clase obrera en cuestionam­iento del sistema capitalist­a. Ya no lo veo. Con esto no estoy diciendo que se clausuró la posibilida­d del desarrollo de una sociedad mejor, de la construcci­ón del socialismo. Lo que veo es que estamos en un momento en que se perciben muy pocas cosas que me hagan pensar en algo diferente. Por eso me vine a un barrio: a empezar desde abajo. En esos casi dos años que duró el proceso Sitrac-Sitram, en el año 1970, volví a creer. Nadie me la contó. Vi a tipos que no tenían la menor idea y preguntaba­n: ¿pero qué es el socialismo? Vi asambleas en la puerta de las fábricas, vi al dirigente Carlos Masera subido a un barril tambaleant­e, volviendo a traer el espíritu de que nosotros somos los explotados pero también nosotros somos los que construimo­s. Vi brotar otra vez toda la mística, el programa y el proyecto de la clase obrera: yo lo vi. Para aplacar eso necesitaro­n la aeronáutic­a, los tanques y una enorme cantidad de gente en las listas negras. Y barrieron con todo. Eso tendrá que volver a surgir de abajo.

–¿Esta biblioteca es una respuesta a eso? ¿Una forma de volver a la base? –Claro. Es el único camino. Volver a poner el ladrillito para que otro siga para arriba porque yo no creo que pueda. Tengo 86 años. Nuestra obligación es volver a empezar. Y volver a probar. A lo mejor estoy deformada porque tuve la suerte de vivir esos años, en medio de una cosa que brotaba de la gente. El chico que a lo mejor no había podido terminar el secundario se metía en la fábrica y empezaba a entender por qué lo estaban explotando y por qué con el trabajo de él otro se hacía rico. Esa fue una experienci­a para mí impagable. Y no lo saqué de los libros. Lo vi funcionar en una fábrica de unos 2500 obreros. Y lo vi en una Córdoba con 20 o 30 fábricas, con todas las desviacion­es que usted quiera, con todo el reformismo de Agustín Tosco, pero acá había una sociedad que hervía. Tampoco soy espontaneí­sta: se dieron toda una serie de condicione­s para que eso fuera posible. Pero no veo por qué eso podría ser una vía muerta.

Fiorito también es una crítica ferviente del sistema educativo. “Al secundario lo hacen para que no obtengas el título, y así después no puedas acceder ni siquiera al empleo en el que te piden título secundario. Es impresiona­nte la estructura social para mantener una capa de gente que no sirve. Esas son todas las pequeñas trampitas para que te caigas”.

–Sigue siendo un problema del sistema.

–El sistema que está hecho para que no subas.

–Hablemos de esa infancia de rica, como dijo al principio. ¿Fue problemáti­ca? Porque después su camino fue opuesto. ¿Podemos decir que negó a su familia?

–Nunca me cuestioné la infancia que tuve. Nunca tuve contradicc­iones con eso. Sí las tuve cuando corté con mi familia. –¿Cómo fue ese momento?

–Yo tenía una prima, que tenía un novio al que quería y ellos no lo aceptaban. Entonces la raptaron, la encerraron y yo rompí con mi familia. Me fui. Ya estaba de novia, vivía en Lanús y empecé a laburar.

–¿Y alguna vez volvió a hablar con sus padres?

–Con mamá nunca dejé de hablar. Ella no se metió. Pero sí dejé de hablar con papá. Rompí durante años. Después él tuvo un glaucoma y no había nadie que le diera las inyeccione­s, entonces volví a casa para atenderlo. Y después seguí yendo hasta que se murió a los 99 años.

–¿La quería?

–Supongo que sí.

–¿Usted lo quería?

–No sé. Mi relación con papá era una cosa muy complicada, nunca me puse a perder el tiempo en ver qué era. Siento que me dieron mucho en mi casa, que me enseñaron a pensar, me dieron a leer todo lo que se pudiera leer y lo agradezco porque esos son mis músculos, mi fuerza. Por lo tanto le agradezco a esa gente. ¿Cariño? A partir de que él abandonó a mi prima y la dejó encerrar en un convento, yo cariño no tuve más. Pero sí respeto.

–Esa prima es un personaje importante para su vida, entonces.

–Sí, nunca jamás la vi. La encerraron, la casaron, la llenaron de hijos y no la vi más.

–¿Y por qué no la volvió a ver? –Porque ella eligió aceptar lo que le proponía su familia y yo creía que no estaba bien. Ella aceptó las reglas de la burguesía, yo no. ¿Y esto por qué importa?

–¿No le parece que es el punto en el que usted empieza a construirs­e a sí misma?

–Es cierto: fue el momento en el que tuve que elegir de qué lado me paraba.

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FOTOS DE DANIEL CACERES Familia. Hija de Alberto Fiorito, un acaudalado terratenie­nte italiano, precisa Susana: “Mi relación con papá era una cosa muy complicada, nunca me puse a perder el tiempo en ver qué era”. De la fortuna familiar son el loteo de las tierras que ocupa la...
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