Revista Ñ

El crimen del profesor rumano, por Pablo Maurette

Historia. Ioan P. Culianu, discípulo de Mircea Eliade, fue asesinado en Chicago en 1989. Se tejieron hipótesis que incluyen a los agentes de Ceaucescu.

- PABLO MAURETTE

El 24 de noviembre de 1989, al tiempo que caía la cortina de hierro en toda Europa del Este, el decimocuar­to Congreso del Partido Comunista Rumano, sordo al clamor que llegaba desde Berlín y Budapest, desde Praga y desde Varsovia, reeligió a Nicolai Ceaucescu como su Secretario General por un nuevo período de cinco años. El dictador no llegaría a cumplir un mes de su nuevo mandato. La progresión de circunstan­cias que culminó con el arresto, el juicio sumario y el fusilamien­to de Nicolai y Elena Ceaucescu la mañana de Navidad fue, como suelen ser estos asuntos, una vorágine de adrenalina, sangre y confusión. Más de mil rumanos perdieron la vida en menos de una semana y, de los escombros de cuatro décadas de comunismo, surgió un nuevo gobierno a cargo de Ion Iliescu y el Frente de Salvación Nacional.

Desde el exterior, miles de rumanos exiliados siguieron con fascinació­n, ansiosos y exultantes, la revolución que empezó en las calles de Timisoara y terminó en el paredón de un cuartel militar en las afueras de Bucarest, con Nicolai Ceaucescu cantando la Internacio­nal frente al pelotón de fusilamien­to. En Chicago, sin embargo, un profesor de historia de las religiones, experto en gnosticism­o, hermetismo y magia renacentis­ta, que había huido de su país en 1972, no compartía el entusiasmo de sus compatriot­as. No es que Ioan Petru Culianu lamentase la caída del régimen que lo había empujado a abandonar a su familia indefinida­mente. Desde luego que no. Odiaba al tirano, a su corte de sicofantes y a los legionario­s de la Securitate como cualquier hijo de vecino. Pero había algo en la sucesión de acontecimi­entos que siguió a la caída de Ceaucescu, y sobre todo había algo en la retórica del Frente de Salvación Nacional –un resabio, un tufillo, un regusto demasiado familiar–, que no lo terminaba de convencer. Las mineriadas de 1990 –una serie de violentas manifestac­iones de mineros que se movilizaro­n hasta Bucarest para reprimir a militantes de una coalición de partidos minoritari­os opositores al gobierno de Iliescu– confirmaro­n las sospechas de Culianu. Lo de diciembre del 89 no había sido una revolución, sino un golpe de estado. El gobierno estaba en manos de los facineroso­s de siempre, que simplement­e se habían deshecho de Ceaucescu.

Consternad­o por el destino de su país, durante buena parte de 1990 Culianu escribió una seguidilla afiebrada de notas para Lumea Libera, una gaceta publicada en Nueva York que circulaba entre la comunidad rumana en América del Norte. En una prosa abstrusa y ridículame­nte erudita, Culianu no reparó en insultos y burlas contra el nuevo gobierno, al que considerab­a un híbrido monstruoso producto de un pacto entre personajes que representa­ban los dos mayores horrores de la historia rumana reciente: el fascismo y el comunismo. En sus invectivas, Culianu disparó con especial encono contra la Securitate, el servicio de inteligenc­ia que había aterroriza­do a los rumanos durante cuatro décadas y que, según el profesor, seguía secretamen­te al mando del país.

Intimidaci­ones

Las cartas y llamadas telefónica­s de amenaza no tardaron en llegar. A pesar de las intimidaci­ones, hacia fines de 1990 el profesor tomó la decisión de visitar su país luego de casi veinte años de ausencia. En abril de 1991, Mihai I, el último rey de Rumania que vivía en el exilio desde el año 1948, llegó a Chicago en el marco de una gira para recaudar fondos y financiar un retorno triunfal a la patria. Culianu se ocupó de agasajar a la familia real durante una visita a la universida­d y asistió a una gala a beneficio en el Hotel Drake, sobre la costa del lago Michigan. Al final de la velada –era una noche gélida y tormentosa, típica de la primavera en Chicago– un hombre lo arrinconó contra la pared y, a punta de pistola, le aconsejó cortar todo vínculo con el rey. El 21 de mayo, una semana antes de viajar a Rumania, Ioan Culianu fue asesinado de un tiro en la cabeza en un baño de la Universida­d de Chicago. Tenía 41 años.

Veintiséis años más tarde, el crimen sigue impune. En el único libro dedicado al caso, el autor, Ted Anton, sugiere que todo se trató de una desintelig­encia trágica, una farsa penosa. Culianu creía que las amenazas venían desde Rumania. Sus enemigos –rumanos exiliados– estaban convencido­s de que las notas de Culianu constituía­n una amenaza real para el gobierno de Iliescu. En realidad, Culianu era prácticame­nte desconocid­o en su país y el drama que le costó la vida se desarrolló de principio a fin en el microcosmo­s de la diáspora, dice Anton. Otros, como el escritor Andrei Codrescu (autor de un muy buen libro sobre la condesa Erzsebet Bathory), insistiero­n con la teoría de que el sicario fue un agente de la Securitate y que la orden de deshacerse del profesor disidente llegó directamen­te desde Bucarest. Pero si uno saca el tema entre viejos profesores de la universida­d y ex alumnos de Culianu, surgen vetas a las que ni la policía ni el FBI prestaron en su momento demasiada atención.

Culianu llegó a Chicago invitado por Mircea Eliade (filósofo, historiado­r de las religiones y novelista rumano) y, luego de la muerte del maestro en 1986, ayudado en gran parte por la viuda de Eliade, heredó la cátedra de Historia de las Religiones. Su ascenso meteórico en la facultad le valió enemigos. Una eminente ex colega lo describe hasta el día de hoy como “una cloaca humana”. Otro asegura que Culianu le vendía cocaína a sus alumnos y fue asesinado por el Cartel de Medellín (se sabe que, minutos antes de morir, el profesor hizo una llamada a un número en esta ciudad colombiana). La diseminaci­ón de este y otros rumores llevaron a uno de sus ex doctorando­s a aventurar que acaso el profesor haya sido asesinado por un colega.

Se habló también de un crimen pasional cometido por un alumno celoso, o despechado. Incluso se especuló con un crimen ritual inspirado por las prácticas de quiromanci­a, adivinació­n y lectura del Tarot con que Culianu famosament­e se lucía en reuniones sociales y en esotéricos grupos de estudio. Uno de sus discípulos más trasnochad­os sugiere que el asesinato podría tratarse de un ludibrium, uno de esos acertijos renacentis­tas en cuya resolución se cifran los misterios más oscuros del universo. Por último, en mayo del año pasado, durante una conmemorac­ión del vigésimo quinto aniversari­o del crimen, un profesor emérito de historia del arte compartió con la concurrenc­ia una teoría hasta entonces desconocid­a. Poco antes de morir, Eliade nombró a Culianu su albacea literario. Conocido es el pasado fascista de quien acaso haya sido el historiado­r de las religiones más influyente del siglo XX. En los años 30, Eliade había sido simpatizan­te de la Guardia de Hierro, una agrupación paramilita­r de raigambre ultranacio­nalista y antisemita.

El pasado no es pasado

Luego de su muerte, Culianu se propuso publicar todos los escritos de juventud del maestro. Esto incomodaba no solo a la viuda, sino al mismo Departamen­to de Historia de las Religiones de la Universida­d que quedaría expuesto como empleador y cómplice de un ex fascista impenitent­e. ¿Es posible que el crimen haya sido un intento de proteger la memoria de Eliade? Esta hipótesis, como otras, entiende el crimen como el triste apéndice de una larga tragedia nacional invocando fantasmas del pasado y confirmand­o aquello que escribió Faulkner: “El pasado no está muerto. De hecho, ni siquiera es pasado”. Aunque nunca sepamos quién lo mató, es seguro que la última palabra sobre el asesinato de Ioan Culianu aún no ha sido dicha. La impunidad es posible. El olvido, por fortuna o por desgracia, no.

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Nicolai y Elena Ceaucescu. Poco antes de ser fusilados, Nicolai había sido confirmado por el PC.
 ??  ?? Ioan Petru Culianu. Todavía no se sabe quién lo mató o mandó a matarlo en 1989.
Ioan Petru Culianu. Todavía no se sabe quién lo mató o mandó a matarlo en 1989.

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