Flora y fauna
Si el mundo no es como lo soñaste, ríete de él o reinvéntalo. Ese podría ser un lema de Benito Eugenio Laren, el artista argentino que por estos días exhibe su obra en Fundación Fortabat y que ahí mismo fue coronado rey. Es que no solo sus cuadros –en su mayoría montados sobre soporte de vidrio, y en los que utiliza cantidades industriales de brillantina, además de hologramas, monedas y papeles metálicos– y los objetos que interviene –muebles, raquetas, matafuegos o relojes– responden a una estética exacerbada, sino que él mismo se construye también, desde el humor y con peluquín, como objeto de su arte. Un personaje desmesurado que, antes que someterse a una realidad que “lo frustra”, según él mismo expresó, crea y reinterpreta haciendo pie en su inadaptación voluntaria y su excentricidad.
Proveniente de la generación de artistas de los años 90 surgidos en el Centro Cultural Rojas, creó, además, su propio país, Larenland, que se rige por las únicas reglas que él respeta, las de la fantasía. En su tierra rige un billete atípico –el “dolaren”. Larenland tiene además su propia gaseosa (“Naranjoda”) y sus propias bebidas alcohólicas (“Cabaret Sabañón” y “Atorrantés”). En su galaxia pop de Laren, nada parece ser tomado en serio: tampoco el arte. Y mucho menos el artista. Por sobre la solemnidad, las formalidades, e incluso el refinamiento, reinan el artificio y la comicidad. Y eso fue parte de lo que se vio en la ceremonia de coronación, la semana pasada.
Benito –que había ingresado a la Fundación escoltado por cortesanas, Barbies humanas, tenistas, un oso, un cardenal y otros personajes que parecían salidos de una fábula–, nombró en el acto a los embajadores y ministros de su tierra imaginaria: una veintena de amigos que subieron por turnos a jurar sobre el escenario, mientras parte del público agitaba banderitas con el ícono de un ovni.
Amalia Amoedo, nieta de Amalita Fortabat y amiga del artista fue nombrada ministra de Belleza. Luego se entregaron otros cargos gubernamentales, a embajadores y responsables “de Producción Musical”, “de Algo”, “de Finanzas”, “de Salud Dental”. Estaban presentes la cantante Lucía Galán, la diseñadora Verónica De la Canal, la artista plástica Karina El Azem, los integrantes del grupo Mondongo, Gino Bogani y Roberto Jacoby, entre otras figuras invitadas.
Así es Larenland, la galaxia que concibió Alberto Juan
(San Nicolás, 1962) antes de reinventarse como Benito Eugenio (“e´un genio”), e idear su propio apodo, a partir del cruce del nombre de un amigo del colegio y el de su admirada Sofía Loren. Ya expuso en Nueva York y sus obras integran las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, el Macro de Rosario y la Fundación Fortabat.
Benito fue el primer y único habitante de su tierra hasta que su hijo Carlos Guillermo (por Guillermo Vilas y Carlos Gardel) fue convocado, y nombrado príncipe de Larenland y Duque de las islas Divinas. “Lo admiro, yo sabía que él iba a superarme y lo logró”, dijo el artista. “Por ejemplo, yo repetí 3ro, 4to y 5to año del secundario, pero él me ganó y repitió 3er grado”.
Un piso más arriba puede verse la muestra “Fabularen”, curada por Claudio Ongaro Haelterman. Entre las 120 piezas expuestas se incluyen, además de los objetos intervenidos, los retratos abrillantados de la serie “Pop Oh Art” –con los rostros de Michael Jackson, Mirtha Legrand, Brigitte Bardot, Viviana Canosa y Frida Kahlo– y pinturas de extraterrestres y viajes espaciales. Casi en el final del recorrido se encuentra la instalación “Monoambiente” –una cama, dos mesas de luz y un peluche de un mono– que propone guiños a la obra de otros 27 artistas argentinos, entre ellos León Ferrari, Guillermo Kuitca y Fabio Kacero. Y están también, un poco más allá, sus propias versiones del cuadro “El grito”, de Edvard Munch y de cuadros de Cándido López, Xul Solar y Antonio Berni. En este mundo paralelo, estaba claro, todo puede ser remixado y reinventado. (En Olga Cossettini 141, con entrada a $80.)