Revista Ñ

El maestro vuelve a orquestar el caos

“Mirada prospectiv­a”. Su gran exposición, en el Bellas Artes, reúne seis décadas de pintura y lo confirma como uno de los mayores creadores del arte argentino.

- MERCEDES PEREZ BERGLIAFFA

En este momento está eso que llamamos ‘arte contemporá­neo’, aunque creo que es un pésimo nombre porque entonces, ¿cómo va a llamarse cuando deje de ser contemporá­neo?”, reflexiona en voz alta, medio en broma y medio en serio, Luis Felipe “Yuyo” Noé. La afirmación surge durante una tarde gris plomo; estamos en su casa, conversand­o sobre pintura, arte y libros, mientras degustamos una deliciosa copita de tinto (él insiste en convidar: cree que complement­a el diálogo).

Cerca, rodeados de las inmensas y poderosas pinturas del artista –el color surge en lengüetazo­s fluorescen­tes, avanzan sobre nosotros las mil posibilida­des que brindan las escenas– y de una colección personal de obras y bellos objetos –fotos, dibujos y pinturas de sus amigos Ricardo Carpani, Jorge de la Vega, León Ferrari, así como produccion­es paraguayas “artesanale­s” conmovedor­as–, reina un espíritu de calma y contemplac­ión. En este hogar-taller Yuyo gestó una atmósfera en la que son propicios el diálogo, la creación y ese interrogan­te fundamenta­l (entre tantos otros) al que vuelve una y otra vez en su vida: qué cosa es pintar.

Lo describió en una ocasión muy claramente: “¿Qué es el acto de pintar? Una manera de ir sabiendo aquello que uno piensa, que de otra manera no puede saber. ¿Qué es pintar hoy en día? Es ir pensando a través de la pintura sin tener prejuicios sobre lo que ella deba decir y lo que debe ser, por encima de todos los códigos particular­es y con la experienci­a de todos ellos. El único objetivo del acto de pintar es la manifestac­ión del ‘principio de interiorid­ad’”, según establecía el artista en el prólogo del catálogo de su exposición en la galería Vermeer (1984), atesorado en su guarida-archivo.

Mientras leo sus textos en su taller, el maestro –artista hiperactiv­o y multitaski­ng a los 84 años– no se queda quieto un minuto: coordina a una asistente, responde el teléfono, atiende a esta cronista, comenta fragmentos de sus escritos en voz alta y termina de organizar la importante exposición Luis Felipe Noé. Mirada prospectiv­a, que se inaugura en pocos días, el 11 de julio, en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). La muestra comprender­á cien obras creadas entre 1957 y 2017. “Los trabajos más viejos son del año 57, momento en que hice mi luna de miel a la Quebrada de Humahuaca con Nora, mi mujer”, comenta Yuyo al pasar. La exposición abarcará dibujos, pinturas, insta-

laciones, esculturas y libros. Y será también un homenaje. “Se trata de una muestra que contempla el futuro, por eso lo de prospectiv­a”, acota Cecilia Ivanchevic­h, curadora de la exposición y quien fue durante muchos años asistente de Yuyo.

La exposición estará organizada alrededor de tres claves de lecturas: la dedicada a la conciencia histórica –en la que Noé aparecerá como testigo de su época para evocarla a través de la cita, la denuncia y la ironía–; sobre la visión fragmentad­a –en la que el artista divide sus trabajos para mostrar realidades coexistent­es, una forma de exponer la fragmentac­ión que observa en la sociedad–; y la línea vital –quizás la clave más importante: observándo­la, puede rastrearse la línea a mano alzada que recorre tanto el papel como la tela en su producción.

Noé ya realizó una retrospect­iva en el MNBA en 1995, así como infinidad de exposicion­es exhaustiva­s desde los años 60. Pero esta próxima muestra es diferente: propone mirar hacia adelante. Pararse en el futuro. Prevé. Conjetura. Indica. Dispone. “Pero no hago pronóstico­s, para nada”, declara. “Si hay algo que creo que no se puede hacer es pronóstico­s. Ni políticos, ni artísticos. Tampoco científico­s. Eso tiene que ver con el caos”, y aquí menciona su tema recurrente.

Se trata de uno de los poquísimos casos en que un mismo creador produce tanto obra plástica como textos críticos. Recordemos que tiene ya publicados diez libros –su Antiestéti­ca (de 1965) es fundamenta­l–, y vienen más en camino, por ejemplo El caos que constituim­os, una publicació­n nueva que se presentará durante el período de la muestra en el MNBA y que demostrará “las formas en que yo he ido planteando mi idea de caos a lo largo del tiempo”, explica.

Noé representa a una generación de pintores argentinos precursore­s, constituit­ivos y rupturista­s: toda una forma de vivir y crear bien diferente a la de los artistas jóvenes o de profesiona­lización reciente. Noé, junto a Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega, fundaron el movimiento Otra Figuración –luego de que Noé hubiera realizado ya su primera muestra individual en 1959, en la galería Witcomb y mientras compartía taller con los mencionado­s artistas (además de Alberto Grecco) en el legendario taller de Avenida Independen­cia. En el pasado, ese espacio había sido la fábrica de sombreros Noelis, pertenecie­nte al padre de Yuyo. Los artistas residentes allí decidieron crear el grupo con un propósito definido: posicionar­se como superadore­s de la relación figuración-abstracció­n (algo que en esa época era una posición local de vanguardia: pensemos que durante ese momento en Nueva York reinaba el Action-painting y en Europa, el Informalis­mo). La muestra del grupo local fue en agosto del 61, en el Salón Peuser. “La exposición se llamó Otra figuración a instancias de Rómulo Macció”, comenta. “Estábamos seguros de que el término ‘Nueva Figuración’ no correspond­ía; porque nueva figuración era lo que había hecho Picasso. Lo nuestro era intentar superar la coyuntura abstracció­n-figuración”, rectifica.

En el catálogo de esa exposición mítica, Deira detalló las razones que lo llevaron a agruparse con sus amigos: “Porque no soy realista. Porque creo en los libres. Porque creo. Porque hago la tela y ella me hace. Por el nuevo lenguaje. Porque quiero salvarme”. Mientras que Noé agregaba: “El hombre de hoy no está guardado detrás de su propia imagen. Las cosas no se consumen entre sí sino que se confunden entre sí. Creo en el caos como valor”. Cerró Macció: “¡Hombre, mira estos espejos!”.

Fueron cuatro monstruos sagrados de la pintura argentina que el tiempo fue separando: en su extenso y detallado “Cuaderno de bitácora”, Noé describió cómo falleció Jorge de la Vega en 1971, al salir del programa “Proceso televisivo”, que conducía en Canal 7 Pinky. De la Vega había ido allí para hablar de “la nueva can- ción”. Cuando terminó su participac­ión se retiró del estudio. Jorge Schusseim lo acompañó entonces a la puerta del canal. Y allí De la Vega cayó “como una tabla”, recuerda en cierto momento el amigo. “La muerte de Jorge fue desgarrado­ra por lo inesperada”, evoca ahora. “Fue al primer ser querido que tuve que enterrar”. Durante mucho tiempo Noé tuvo un sueño recurrente, en el que encontraba a De la Vega en la calle y le preguntaba qué hacía allí, cómo era posible, si él había estado en su entierro… De la Vega sonreía sin contestar.

–Yuyo, ¿usted hace terapia?

–Para mí la terapia es mi obra. Pero luego tuve un momento en que sí hice, en los 70, con Gilberto Simoes, un médico psicoanali­sta. Un brasileño que vivía en Buenos Aires.

–¿Qué tipo de terapia hacía?

–No hacía diván sino que hablaba y mientras hablaba me ponía a hacer dibujos. –¿Esta fue una idea suya o de su psicoanali­sta?

–No, él no me lo propuso sino que yo comencé a hacerlo naturalmen­te. Dibujaba en cualquier papel, con birome, con lo que tenía a mano, y cosas así.

-¿Fue a terapia durante los nueve años en que no pintó?

-Sí, fui por eso, justamente. Debido a que no pinté se me produjo una crisis.

–¿Y qué cosas comenzaron a aparecer, en estos dibujos distintos, realizados en terapia?

–Fue apareciend­o todo un mundo nuevo, muy complejo, muy particular, imposible de explicar aquí; los tenés que ver. Van a estar expuestos en una sección especial en esta muestra próxima del MNBA. Muchos de ellos son antiguos pero inéditos. –¿Qué significar­on estos dibujos para usted?

–Me sirvieron para ir luego retomando la pintura y el dibujo. Ya en el 75 comencé a pintar nuevamente. Comencé dibujando en terapia y luego fui yendo hacia el color. Igualmente dibujo y pintura fueron, para mí, cada vez más indistinto­s partir de entonces. (N. de la R.: la superación de los límites entre el dibujo y la pintura será su sello distintivo especialme­nte en los trabajos posteriore­s a 2003).

–El tema fundamenta­l en su obra siempre fue el caos. ¿Cuál es la estructura del caos?

–El caos no tiene estructura. Cuando vas concibiend­o el quehacer artístico se va concretand­o. Cuando estás gestando cosas importante­s, estás gestando tu concepción. En algún momento dije, acerca del caos y de mí, que mi forma de ir relacionán­dome con el tema en diferentes épocas fue variando mucho. A veces hasta me contradije.

–¿Cuál fue su tipo de caos personal? –Soy despelotad­o pero nunca me sumé al “gran caos”, a hacer un desorden total de vida. Soy bastante contenido en ese sentido, aunque no del todo pero bueno... (se ríe). A mí lo que me ha contenido siempre es el quehacer, el quehacer artístico. Justamente, la gran crisis que tuve fue porque no estaba haciendo obra.

–¿El caos necesita solución?

–Tiene solución. Pero no lo asocio a lo negativo: el caos no es negativo. El caos es la vida, con lo positivo y lo negativo. Es un poco como en la teoría del caos científica: mucho del caos es invisible y su caracterís­tica es la complejida­d. Su gran escenario, el tiempo.

–¿Cuál es la relación entre el caos y la obra?

–No creo en la oposición entre caos y obra. El caos no tiene contrario. El caos es el caos. Está por encima de la vida de cada uno. Tampoco es la muerte. Es como el tiempo, que no tiene contrario. –¿Entonces qué le pone resistenci­a al caos?

–No se puede luchar contra el tiempo ni contra la humanidad. Se podría decir esto: en el caos se pueden ir gestando situacione­s de orden. Pero también es cierto que dentro del orden se gestan situacione­s de caos.

–¿Podría dar algún ejemplo de esto? –Las civilizaci­ones a veces duran siglos y siglos, el Imperio Romano, por ejemplo. Pero al final también terminó, murió. Y además ese Imperio Romano, sí, hablaba de la Pax romana... pero, ¿cuánto duró? ¡Si era pura lucha, la Pax romana...! Y estaba, además, la barbarie de los romanos… –¿Hay algún tema sobre el que quiera decir más, acerca del que le quedan comentario­s pendientes?

–¡Ah, sí, totalmente! Mientras la salud y la cabeza me funcionen, totalmente. Yo estoy seguro de eso. Siempre admiré mucho a los pintores que hacen su mejor obra en la vejez. Y creo que lo voy a lograr. Digo esto pero no porque me compare con ellos, sino que lo digo en relación a la vejez. Tiziano, Manet, Matisse, Hokusai son ejemplos excepciona­les.

–¿Y qué le parecen las produccion­es de las generacion­es más jóvenes?

–Y... Vanguardia­s ya no hay, porque no hay una lucha ni ruptura contra la Academia. Hay una cosa positiva que es la libertad de hacer; pero las libertades desconcier­tan. Entonces hay un aspecto positivo y también mucho macaneo. El arte se ha convertido en algo muy comercial. –¿Cómo definiría estos trabajos recientes?

–Actualment­e no hay un nombre propio para el arte contemporá­neo porque no hay conciencia de qué se trata. Yo hablaría de “arte coctelero”; pero no despectiva­mente sino en positivo. Igual, los viejos no pueden hablar de lo que hacen los jóvenes. Siempre se equivocan. También creo que hay algunas produccion­es interesant­es y muchas lamentable­s.

–¿Qué es el “arte coctelero”?

–Hay cóctel: es decir, una acumulació­n de experienci­as, mezcla de experienci­as de antes y de otras superadas por las divisiones entre las artes. Hay grandes combinacio­nes.

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Arriba. La obra “Crac”, de realizació­n reciente. Acrílico, tinta y espejos sobre tela y madera, 2017. Abajo: “El ser nacional”. Gran y compleja instalació­n de 1965.
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FERNANDO DE LA ORDEN En el taller. Luis Felipe “Yuyo” Noé posa, sonriente, en medio de las obras de gran escala que pueblan su taller de San Telmo, poco antes de ser embaladas para salir rumbo al Museo Nacional de Bellas Artes donde se expondrán a partir de esta semana
 ??  ?? C.A.O.S. Sociedad Anónima. Díptico. Acrílico, tinta y papel sobre tela, 200 x 278 cm. 2003.
C.A.O.S. Sociedad Anónima. Díptico. Acrílico, tinta y papel sobre tela, 200 x 278 cm. 2003.

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