Revista Ñ

La gran tragedia de Frank Lloyd Wright

Historia. Taliesin, la casa-estudio que construyó en 1911 para su amante, Martha Borthwick, simbolizó pasión y muerte en la vida del genial arquitecto.

- PABLO MAURETTE

El 8 de junio se cumplieron 150 años del nacimiento de Frank Lloyd Wright y, en el alud de notas, artículos, muestras y charlas que semejantes efemérides suelen desencaden­ar, predominan, con justa razón, aquellas de corte celebrator­io. Wright (1867-1959) fue uno de los arquitecto­s más importante­s del siglo XX y nunca está de más recordar cómo llegó a adquirir tamaña estatura, o discutir el legado de su visión, tan revolucion­aria como polémica; o, sencillame­nte, dedicarse a recorrer su obra y apreciar una sensibilid­ad artística que conjugaba, con armonía inusitada, la materia y la forma, la naturaleza y el artificio, la exuberanci­a y el decoro, la elegancia y la vitalidad.

El objetivo aquí, sin embargo, es recordar más que celebrar. A medida que pasan los años y van muriendo los coprotagon­istas de la épica que fue la vida de Wright, las vicisitude­s de su tormentosa privacidad se esfuman hasta perderse en el trasfondo de la historia. Como sucede con todos los grandes creadores, la obra va poco a poco devorándos­e al artista hasta que lo fagocita del todo. Y si bien toda gran obra se sostiene por sí misma, sin necesidad de exégesis historicis­tas o notas biográfica­s a pie de página que apuntalen el edificio de la tradición, no deja de ser cierto que toda obra es también producto de un contexto único e irrepetibl­e y que surge en medio de circunstan­cias específica­s que la determinan. En el caso de Wright, una de sus obras en particular está íntimament­e ligada con un acontecimi­ento que marcó su vida para siempre. La obra es Taliesin, una casa y estudio en Wisconsin donde Wright vivió varios años, y la tragedia es una de las masacres más resonantes de la primera mitad del siglo XX.

En 1903, Edwin Cheney, un ingeniero de Oak Park, en las afueras de Chicago, contrató a Frank Lloyd Wright para que le diseñase una casa. Wright vivía desde hacía años en Oak Park con su mujer y sus seis hijos; allí fue donde surgió y floreció el estilo prairie que ya estaba haciendo de él uno de los arquitecto­s más admirados de Estados Unidos. Durante la construcci­ón de la casa de la familia Cheney, Wright inició una relación amorosa con la mujer de su cliente, Martha Borthwick, conocida por todos como “Mamah”. Tras años de clandestin­idad, en 1909, Frank y Mamah confesaron el amorío a sus respectivo­s cónyuges.

Con la noticia del affaire estalló un escándalo en la pequeña y conservado­ra comunidad de Oak Park; y Frank y Mamah abandonaro­n a sus familias y viajaron a Europa escapando de la condena de sus amigos y vecinos. Fue un viaje inolvidabl­e para ambos. En Berlín, Wright presentó dos volúmenes con sus obras que le valieron la consagraci­ón en Europa y, entre las joyas de la arquitectu­ra renacentis­ta toscana, encontró inspiració­n para una cantidad de proyectos futuros. Mamah, por su parte, entró en contacto con los escritos de la pensadora feminista sueca Ellen Key. En 1910 volvieron a Estados Unidos y Wright empezó a preparar un nuevo proyecto en Spring Green, Wisconsin.

Taliesin es el nombre de una divinidad silvestre de la mitología galesa. Wright concibió la estancia de más de doscientas hectáreas como un desafío a quienes condenaron su relación con Mamah; y la casa, como una fortaleza para dos amantes fugitivos. “No será como nada de lo que haya visto antes”, anunció antes de empezar, “una casa natural, que respete todos los principios que dieron sentido a la arquitectu­ra desde sus comienzos”.

El fin de la inocencia

Se construyó sobre una colina, a la manera de un burgo medieval fortificad­o, usando solo materiales locales y fiel al concepto de organicida­d con el entorno que Wright había hecho marca registrada de su estilo. “La casa y la colina, felizmente casadas”, proclamó cuando se inauguró en 1911. Originalme­nte se trataba de un complejo de piedra caliza amarilla compuesto de tres partes: un enorme estudio y la casa unidos por una logia. Como ya era su costumbre, Wright diseñó los muebles y, en el centro del patio, hizo construir un “círculo de té”, una extraña estructura de piedra inspirada en la cultura japonesa y en los espacios de asamblea de los indígenas nativos de la zona. Eric Lloyd Wright diría, mucho después de la muerte de su abuelo, que Taliesin era un santuario para Frank, un lugar donde pasaban cosas sagradas.

Los primeros tiempos en Taliesin fueron de intensa productivi­dad para los amantes. Wright trabajó en obras de gran importanci­a, como los jardines de Midway, en Chicago, y Mamah, más comprometi­da que nunca con la causa feminista, tradujo cuatro libros de Ellen Key – había aprendido sueco especialme­nte–. A pesar de que el escándalo social por el romance persistió, Frank y Mamah vivieron tres años de relativa dicha en su paraíso de reclusión bucólica. A fines de julio de 1914 llegó la noticia del estallido de la Primera Guerra Mundial, que fue recibida por los amantes con honda desazón, como un ominoso preanuncio de tiempos aciagos que se acercaban. Nadie se podría haber imaginado que llegarían tan rápido. Dos semanas después fue la tragedia.

El sábado 15 de agosto de 1914 en Taliesin fue un día tórrido y seco. Frank Lloyd Wright estaba en Chicago y en la casa había once personas: Mamah y sus dos hijos, seis empleados de Wright que vivían y trabajan en el estudio, y dos sirvientes, Julian y Gertrude Carlton. El matrimonio Carlton, ambos de treinta años, había llegado a Taliesin en junio. Eran oriundos del Caribe, de Barbados o de Cuba. Nunca se supo.

Julian Carlton nunca se sintió cómodo en Taliesin y le había manifestad­o a su mujer su deseo de renunciar. Unos días antes de la tragedia, había tenido un altercado con uno de los dibujantes empleados por Wright, que le dijo “negro hijo de puta”. Wright y Mamah decidieron despedir a la pareja y les dieron hasta el día 15 para irse. Ese sábado, a la hora del almuerzo, Julian Carlton, de punta en blanco, le sirvió el almuerzo a Mamah y sus dos hijos, de doce y ocho años, y mientras comían se ubicó detrás de su patrona y le partió el cráneo de un hachazo. Luego asesinó a los dos chicos. Acto seguido, fue hasta el comedor de los empleados, sirvió el primer plato, salió, cerró las puertas con llave y vació varias latas de gasolina por debajo de la puerta. Uno de los empleados vio el líquido que se filtraba por debajo de la puerta y pensó que Carlton estaba baldeando el pasillo. Entonces estalló el infierno. Varios lograron salir de la habitación en llamas y afuera se encontraro­n con Carlton, que los esperaba con su hacha. Ese día en Taliesin murieron siete personas y la casa fue parcialmen­te destruida por el fuego. Carlton se escondió en una caldera y tomó ácido clorhídric­o. La policía lo encontró horas más tarde, agonizando. Vivió, sin embargo, un mes más y murió de hambre en la cárcel –el ácido le había destrozado el esófago–.

Wright volvió de Chicago el mismo día de la tragedia. A los pocos meses, empezó la reconstruc­ción de Taliesin, que volvió a incendiars­e en 1925 y Wright, con esa tenacidad que a veces inspira la memoria de los muertos, la volvió a construir. Algo en él murió con Mamah Borthwick, dicen quienes lo conocieron. Según el historiado­r Robert Twombly, el período prairie terminó oficialmen­te con el horror de Taliesin. En trágica sintonía con su tiempo, Wright vivió el fin de una edad de la inocencia a la vez que el mundo se desgarraba en la peor guerra jamás vista. Más de un siglo después, Taliesin todavía domina el paisaje desde una colina en las praderas de Wisconsin.

 ?? THE FRANK LLOYD WRIGHT FOUNDATION ?? En casa. Wright en Taliesin. Para algunos críticos, la arquitectu­ra de los EE. UU. es impensable sin ella.
THE FRANK LLOYD WRIGHT FOUNDATION En casa. Wright en Taliesin. Para algunos críticos, la arquitectu­ra de los EE. UU. es impensable sin ella.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina