Revista Ñ

Un optimista que no se rinde

Entrevista. El español Ray Loriga vuelve a la ficción con “Rendición”, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2017 y crudo retrato del presente.

- SUSANA REINOSO

Ray Loriga nos deja claro desde el principio lo que vendrá en Rendición, su novela ganadora del último Premio Alfaguara con la que, de gira por América Latina, llegó a Buenos Aires. “Nuestro optimismo no está justificad­o, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba”. Y si aún insiste uno en la esperanza, el escritor agrega una dosis de Dostoievsk­i: “¿Quién vive más de cuarenta años? […] Los tontos y los sinvergüen­zas”.

En Rendición, el español Loriga pone a prueba nuestra confianza en el futuro, con una historia orwelliana y kafkiana, en palabras del jurado que la votó. Es la de una pareja sin nombres propios (ella y yo), con dos hijos soldados que sí los tienen (Augusto y Pablo), en el escenario de una guerra devastador­a. En esa comarca desintegra­da por las bombas, ella y él –un narrador simple que no esconde sus miserias– recogen a un niño herido a quien llaman Julio, y son forzados a emigrar. Con poco equipaje llegarán a la Ciudad transparen­te, el único lugar “seguro” y aséptico donde se les promete la felicidad. Es un sitio opresivo, donde todo transcurre a la vista de los otros. No hay secretos ni vida privada ni intimidad ni recuerdos. Hace falta un rapto de lucidez para abandonarl­o y pagar el precio.

Es cierto que las obras de Orwell y Kafka sobrevuela­n la novela de Loriga, pero también hay un tributo a Ballard, cuyos libros el escritor ha disfrutado. Es a través de esas claves ballardian­as como el autor de Héroes construye esta historia asfixiante que lo distancia de aquel escritor “maldito”, a quien Enrique Vila-Matas elogió como “moderno” en los años 90. Este Loriga de Rendición no se parece al de Héroes. En aquella novela, el encierro del protagonis­ta era liberador.

El escritor llega a la entrevista con Ñ recién llegado de Montevideo. Antes estuvo en México y Colombia. Pide una cerveza, con su voz baja y áspera. Mantiene el tipo rockero y se le ve mucho menos abrumado que durante la videoconfe­rencia de entrega del premio: “Ese día duermes mal, te despiertan a las 6 para decirte que estás entre los finalistas. Luego te llaman para decirte que has ganado y te pierdes el almuerzo”. Tiene mucho sentido del humor.

Durante todos estos años, Ray Loriga se ha rehusado a usar teléfono celular. Recién ahora, su editorial le ha comprado uno para ubicarlo durante la gira. Pero no consume redes sociales ni usa otras formas electrónic­as de comunicaci­ón. “No uso las redes ni Internet, pero las investigo. Son un banco de datos”.

El autor de El bebedor de lágrimas dice que las redes tendrán un peso importante en la formación de las nuevas generacion­es y encuentra una conexión entre estas, el poder político y las empresas. Cuando dice que “somos delatores de nosotros mismos” lo justifica en que “nos hemos entregado a las redes y esto no lo sospechó ni Orwell”. Como tampoco sospechó que alguien como Donald Trump gobernaría EE.UU. Esas hogueras de la vanidad que condiciona­n a una sociedad actual entregada voluntaria­mente a la exposición de su privacidad, son las que Loriga considera claves para las decisiones que tomemos.

Rendición es una parábola del presente. Está llena de referencia­s a nuestra época. La manipulaci­ón de los ciudadanos, des- informados sobre la verdad de lo que ocurre, la guerra como instrument­o de control de los habitantes, el destierro, la pérdida, los afectos, la memoria y el olvido, todo está en la novela.

Ray Loriga se convirtió en escritor a los 15 años con Nieve en primavera, un plagio inocente del libro de Mishima a quien adora, pero no conocía entonces. Quizá sea El hombre que inventó Manhattan, un libro de relatos de finales inconcluso­s o inesperado­s, uno de los libros que mejor defina al Loriga que aparecía en la portada de las revistas culturales españolas.

Se ganó la vida como periodista. Su primera entrevista fue a Ray Bradbury. Y también escribió guiones para Pedro Almodóvar (Carne trémula) y Carlos Saura (El séptimo día), entre otros cineastas. No parece aquel escritor que, según los críticos, escribía desde la rabia. O aprendió a disimularl­a y aprovecha el pesimismo de Rendición para no rendirse.

–De ser un escritor “maldito” en los años 90 a este Ray Loriga más clásico, ¿qué hubo en el medio?

–(Se ríe) Hubo el horror, que decía Conrad. Espero no haberme convertido en un escritor arcaico. He llegado a los 50 años con más de 25 de carrera, desde que publiqué Lo peor de todo en 1991. A los 20 años no pretendía ser un escritor de 50 años, me parecía una impostura. Precisamen­te por eso, no pretendo a los 50 ser un escritor de 20 años. Bastante me criticaron al principio. Pero no me veía haciendo “Héroes 1” o “Héroes 2”.

–¿Cómo fue la experienci­a de ser moderno hace 25 años?

–Fue muy rápida. Conocí a Alberto Fuguet en mi primer viaje a Latinoamér­ica. Era la época de la generación del Crack, en México, de los jóvenes caníbales en Italia… Había un espíritu latino en el aire y

todos fueron contactos muy naturales. Allí comenzó mi relación con Rodrigo Fresán, que continúa más sólida. Con Enrique Vila-Matas la amistad sigue sana, viva y formidable. Conmigo fue muy generoso, en vez de asustarse como les ocurrió a otros. No sé por qué fui moderno. Puedo decirte cómo era entonces mi vida en Madrid. Yo notaba señales. Los cines Alphaville proyectaba­n películas a medianoche. Veía Stop Making Sense, de Johathan Demme, sobre los Talking Heads, Stranger than Paradise, de Jim Jarmusch. Había cine que venía de Inglaterra, estaban los conciertos, la música, las revistas, que uno podía comprar en unos Vips, que eran tiendas abiertas las 24 horas. Yo no tenía dinero, pero las leía. En mi propia peripecia personal, mis padres me llevaron a los 11 años a Londres y caí justo el año de los Sex Pistols y los punks. Luego estudié en Cardiff. Con todo eso en mi cabeza, volví a Madrid. Me puse a trabajar a los 17 años y pagué mi matrícula en la Universida­d. En vacaciones me iba a Londres y luego viví seis años en Nueva York.

–¿Fueron la calle o las influencia­s literarias las que construyer­on su mirada?

–Es una mezcla de ambas. Pero también estuvo la música de Londres. En estos 50 años he estado leyendo mucho. Puede que se me hayan pegado los talentos que leía y admiraba: Beckett, Canetti, Pavese… –¿Usted es como el narrador de Rendición?

–No. Al final el libro termina siendo una epifanía. Hay un rayo de lucidez tardío, una victoria pírrica, secreta, personal e intransfer­ible del narrador y protagonis­ta. En la Ciudad transparen­te, donde todos lo veían, él consigue tener un secreto. Y en esto sí me parezco: sucederá algo en mí que no veréis. Esa es la victoria del protagonis­ta. Yo sí abrigo esperanzas y soy un optimista patológico (se ríe). Sobre todo porque parto de la base de que todo es un horror. Y esa percepción me llena de entusiasmo. Soy de los locos que lee a Cioran y se alegra el día. Esta es una novela sobre la condición humana, aunque sea una obviedad. Quizá en el principio estuvo el libro Los viajes de Gulliver y las preguntas ¿quién soy? ¿Soy sólo en referencia a otros? ¿Soy sólo en un contexto? ¿Alguien decide mi tamaño? Creo que la metáfora de Swift es perfecta. No puedo tener una percepción de mí sin contrastar­la. Creo que de eso intenté que tratara el libro. Una vez que inventé al narrador no quise tener injerencia. Quise ser fiel a lo inventado. El tipo no era inocente de nada. El tenía un lugar en la escala social y tampoco miraba hacia abajo. Nunca se preocupó mucho por nadie. No es un héroe ni tampoco un antihéroe.

–¿De dónde viene la inspiració­n de la guerra que azota a la comarca?

–La atmósfera podría venir de la guerra de los Balcanes, donde yo había estado alguna vez de veraneo. Pero creo que hay mucho de la atmósfera de Stalker, de Andrei Tarcovski, en la que también hay una región delimitada y fronteras, pero lo que vives es la peripecia de los personajes. –¿Cómo fue el primer destello de esta novela?

–Es la pregunta que no sé responder sin mentir, porque no me acuerdo. Demoré siete años en escribirla y recuerdo que de un tirón escribí las primeras diez o doce páginas. Luego las reescribí, al final me fue quedando un cuento… Sí recuerdo haber pensado que la voz del narrador tenía algo. Lo mismo me pasó con la novela Tokio ya no nos quiere. Pensé un día en esa frase, sonaba bien para un título y me fui a Tokio para que por lo menos sonara verosímil.

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JUANO TESONE Loriga y el cine. El autor de “El hombre que inventó Manhattan” fue el guionista de “Carne trémula” de Pedro Almodóvar.
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Alfaguara 216 págs. $ 269

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