La culpa, sombra del nazismo
En el reinado del individualismo, escasean cada vez más los motivos por los que formar comunidades. Según Schlink, jurista de profesión, existe un vínculo que puede unir a una generación entera, aunque no necesariamente para bien: el vínculo de la culpa. Por lo general, las culpas se atribuyen al delito cometido por un individuo dentro de una sociedad con un sistema jurídico dado. Bernhard Schlink, sin embargo, considera que la culpa puede tocar a una generación entera y que, si bien no es genética ni heredable, pasa a la siguiente, no acaba en el pasado al que pertenece. Es en este sentido que puede hablarse de una Culpa del pasado, tal como se llama un libro de ensayos que dedicó al tema bajo el modelo del “mal” por excelencia del siglo XX, el nazismo.
Esa culpa forma un nexo y una vez vuelta pasado no se deja olvidar, es una nube que hace sombra sobre el presente. Lo hace de una forma que supera las dimensiones de la justicia, que desconoce esta capacidad de la culpa de pasar de una persona que ha cometido un delito a otra que no. ¿Cómo se forma este vínculo? En base a la solidaridad con los responsables, tanto horizontalmente como hacia delante, hacia la siguiente generación. Schlink lo ve en su dimensión personal: son nuestros abuelos o nuestros padres los que se han visto implicados en crímenes, dice, y mientras les demos lugar, algo de esa culpa se habrá trasladado a nosotros. La expresión recuerda a un término de Benjamin, quien hablaba del nexo de culpa de los vivos. “Tras una generación en que tanto las víctimas como los victimarios tenían vergüenza de hablar del pasado, la nuestra fue decidida, y para nosotros hablar del pasado resultó una obviedad”.
Esto no deja de conllevar un riesgo de banalización; es difícil no encontrar en algún momento del día, en la televisión alemana o en la radio o en el diario, un segmento que no hable del Tercer Reich. Y sin embargo, al mismo tiempo, crecen los movimientos de derecha en Europa. A diferencia de la alemana, hay sociedades, como la española, que apostaron a construir co- munidad en base a un olvido del pasado, en su caso el de la guerra civil. Está la famosa “Comisión para la verdad y la reconciliación” en la experiencia sudafricana. Desde el punto de vista del derecho, el caso de Alemania es el contrario. Y sin embargo, a pesar de los juicios, el nexo de culpa sigue su curso.
“El pasado no se deja liquidar en ningún caso. No solo porque sus horrores son tan horrorosos que no pueden ser olvidados. No solo porque señalan las amenazas a nuestra existencia como civilización. Sino que el pasado es también la materia que contiene todos los problemas morales”. Eso que supera a las herramientas del derecho, eso que resulta atribuible no a un solo hecho, como un crimen puntual y condenable, sino a un amplio conjunto de sujetos implicados, es la materia de la que está hecha una comunidad. Una instancia ideal debería conformarla, reuniendo una doble tarea de las generaciones, que la jurisprudencia no puede cumplir: tanto entender como juzgar. Es ahí donde, podemos decir, se pone en juego la escritura de ficción. Los libros de Schlink lo han intentado.
En El lector, se trata de juzgar a una mujer que es culpable, y que ante el tribunal agrava su culpa. El pasado nazi es también el de Selb, el protagonista de su trilogía de policiales. En El fin de semana un grupo de antiguos amigos espera a un ex integrante de la RAF, que sale de la cárcel después de veinte años. Con mejores o peores armas literarias, Schlink busca reparar con un registro las falencias de otro, el de la justicia. Ninguno dará fin al pasado. Porque aunque una comunidad se proponga el olvido, habrá alguien que siempre recuerde, en último términos la historia misma, apunte o no a la reconciliación, mantenga o no en mano las armas de la crítica. Aunque esto esconda una extraña paradoja: “Quien se enfoca afanosamente en el trabajo de la memoria no quiere seguir estando atado al pasado. Quien recuerda pretende tener el derecho a olvidar”.