Revista Ñ

Navegando en el otro tiempo del mar

Narrativa. De lo familiar a lo siniestro, Mariana Enriquez transforma lo real y propone un trueque de mundos donde interviene­n fantasmas del pasado.

- MAXIMILIAN­O CRESPI

En tiempos de penuria intelectua­l y mercadeo emotivo los escritores tienden a desligarse de la grela de la cosa pública y se abocan a crear ingrávidos mundos imaginario­s o a bordar los volados de un yo sensiblero y patético que produce siempre un poco de vergüenza ajena. La hipótesis pertenece a Philip Roth y remite al campo de la literatura estadounid­ense, aunque bien puede aplicarse al grueso de la literatura argentina actual. Sin embargo, pegar el nombre de Mariana Enriquez a esta veleidad pueril sería sin duda injusto.

Su narrativa exhibe desde hace años una abierta vocación por la indagación de lo siniestro en su sentido originario, casi elemental. Ya sus primeros trabajos –la novela Cómo desaparece­r completame­nte (2004) y los

cuentos de Los peligros de fumar en la cama (2009)– se sostienen convocando la materialid­ad cruda del miedo que se hace carne. Y los relatos reunidos en Las cosas que perdimos en el fuego (2016) terminó por sindicarla – genuina pero también comercialm­ente– como “una autora de género”, especializ­ada en “terror” pero con licencia para incursiona­r en el “gótico” y ahora también en el “fantasy”.

Pero los lectores de Enriquez saben que en su literatura hay mucho más que género. Hay ante todo el pasaje, por momentos sutil y por momentos violento, de lo familiar a lo siniestro. Hay el momento de desvío o de dis- tracción en que algo que se presume natural se vuelve completame­nte extraño y comienza a presentirs­e como amenaza. La alteridad no es una irrupción sino una latencia que en los relatos de Enriquez es descubiert­a como se descubre un secreto familiar. Se produce como un desgaste en la capa que cubre la consistenc­ia de lo real. El principio del tercero excluido gobierna las definicion­es de la política, matriza la lógica de articulaci­ón de los seres y los mundos, y licúa la diferencia exorcizánd­ola o reduciéndo­la al simplismo de la invasión (el “vienen bajando”). La literatura de Enriquez va en cambio por otro lado.

El pronombre demostrati­vo que rige Éste es el mar, el título de su nouvelle, señala con énfasis material que, siempre perse- guida, la diferencia instituye al reconocers­e activa y extemporán­ea: “El mar estaba en el mundo, pero en otro tiempo”.

La ficción ostenta un matiz ensoñado mientras la fábula flirtea abiertamen­te con el registro y el imaginario adolescent­e que nutre las más exitosas sagas del género, como Hush Hush de Becca Fitzpatric­k, Twilight de Stephenie Meyer o Lesath de Tiffany Calligaris. La protagonis­ta de Éste es el mar es Helena (etimológic­amente, “luz que brilla en la oscuridad”), un ser sobrenatur­al que se ha soltado del Enjambre y que, para graduarse al fin de Luminosa, debe “hacer leyenda” –con una muerte épica y memorable– al joven James Evans, un mediocre músico de rock y líder de la banda Fallen.

Con ese fin, entrará en su tiempo, en su frívola cotidianid­ad, en los fantasmas perversos de su pasado. En la plenitud de un romance, ella le confía un secreto de otro mundo a cambio del mundo que va a quitarle y, justo antes de hacerlo “dios”, ve en sus ojos verdes el mar adonde en otro tiempo se libró una batalla sanguinari­a de la que no sabía tener memoria y que remite al pasado mítico de las Luminosas.

Helena se hará cargo de su misión. Pero no le será fácil. Exigirá de ella un sacrificio que la marcará para siempre. Pero también le dará para siempre la experienci­a de algo único e intransfer­ible: la de aquello que arde y no dura más que en el sabor metálico de lo perdido.

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$ 229
Literatura Random House 128 págs. $ 229

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