Revista Ñ

Estrellas y nubes de vanguardia

Crónicas. El escritor chileno Gonzalo Maier, autor de “El libro de los bolsillos”, propone algunas ideas sobre la calificaci­ón de sitios turísticos y la observació­n de las formas que se configuran en un cielo.

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Tres estrellas

Algunas ideas tienen tanta personalid­ad que se van de casa pegando un portazo, tal como un hijo enfurecido, y salen a buscar una vida que sus creadores nunca quisieron para ellas. Acá va un humilde ejemplo: en 1832 el editor alemán Karl Baedeker heredó una imprenta y se dedicó a publicar guías de viaje. El asunto no era muy común en esa época y, para sorpresa de los lectores, en sus páginas se detallaban las principale­s atraccione­s de lugares que sonaban exóticos y prometedor­es. Además, las portadas eran de color rojo y tenían una tipografía dorada algo pretencios­a que anunciaba con bombos y platillos el nombre de las regiones por descubrir. La fama de esos libros fue tan grande que durante años a cualquier guía de viajes, al menos en inglés, se le conoció sencillame­nte como Baedeker.

Esto viene a cuento no tanto por las guías, sino por el momento luminoso en que a Baedeker se le ocurrió usar estrellas para recomendar lugares que, según él, ningún viajero debía pasar por alto. La jerarquía, además, era sencilla: una estrella anunciaba algo notable y tres algo imperdible. Su sistema de calificaci­ones tuvo un éxito tan rotundo y apabullant­e que si ahora mismo uno quisiera comer un bibimbap en algún local coreano de Patronato, lo recomendab­le sería mirar de antemano la pantalla luminosa del celular y confirmar en algún foro gastronómi­co cómo las estrellas, tan amarillas y brillantes, nos indican el camino correcto, tal como hace un montón de años se lo señalaban a los navegantes y a los valientes que salían a recorrer el mundo.

Ya ven, escoger un restaurant­e también tiene un poco de épica y en buena medida se lo debemos a Baedeker, que con su cara rechoncha y su peinado a la gomina –ideal para interpreta­r a un padre sádico– nunca se enteró de que sus estrellas triunfaría­n cientos de años después, casi de chiripa, a lo largo y ancho del planeta. Desde libros a hoteles, pasando por cuchillos eléctricos y profesores, la calidad de cualquier cosa hoy se mide en estrellas. Y como el asunto es tan simple, parece inevitable que al final triunfe la tiranía de lo imperdible, de lo indispensa­ble, de lo que supuestame­nte nadie puede pasar por alto (series danesas, locales de hamburgues­as, choferes de Uber). En otras palabras, una democracia celestial que indica con sencillez y pragmatism­o dónde conviene posar la vista y dónde no.

Claro que el camino fácil –ya lo decía mi abuela– sólo conduce a lugares peligrosos: en 1942, cuando a la Segunda Guerra le quedaban varios años por delante, un oficial alemán anunció que la Fuerza Aérea bombardear­ía con furia Inglaterra y haría desaparece­r todos y cada uno de los sitios que tuvieran tres estrellas en las guías de Baedeker. Total, si sus páginas decían que esos eran los hitos importante­s, ya ni siquiera valía la pena pensarlo dos veces.

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