Revista Ñ

Distancia y geografía: un país despedazad­o

FoLa exhibe imágenes de tres fotógrafos de un territorio atravesado por la disgregaci­ón y la violencia, donde la idea de nación es apenas una ficción.

- RAFAEL TORIZ

Si bien desde hace años se habla con pertinenci­a de las limitacion­es filosófica­s y políticas del concepto de nación –e incluso existen quienes aseguran que la idea de país ficciona más de lo que describe–, los relatos que dieron forma y sustancia a aquellos conceptos, pero sobre todo a las imágenes emanadas de esos conceptos, siguen funcionand­o en el presente como horizontes y referentes tangibles para delimitar geografías, sentidos o rutas de lectura. Esto es así aunque la realidad demuestre un día sí y otro también que a partir de las migracione­s forzadas de grandes poblacione­s, así como de las nuevas divisiones políticas impuestas por las reorganiza­ciones emanadas del crimen organizado, los países son muy otros de los que dictaminan sus políticos y gobernante­s y sobre todo de lo que indican pasaportes de países en constante transforma­ción tanto simbólica como de facto: el continente americano del siglo XXI puede ser ya catalogado como el de un doloroso desmembram­iento por explosión, implosión y desplazami­ento.

En el caso mexicano, cuyos relatos nacionales solían ser diseñados por el aparato de gobierno con la fuerza mitopoétic­a de las leyendas prehispáni­cas (pero cosidos con las falencias argumental­es de la telenovela de las siete), a partir del bosquejo del Estado emanado de la Revolución Mexicana, durante el siglo XX se construyó un país que, de distintas maneras y con variada intensidad, fue envilecien­do paulatinam­ente la vida de la mayoría de los mexicanos durante más de siete décadas. Se trata de una circunstan­cia crítica que se corona en el presente con la crisis humanitari­a desencaden­ada por el ex presidente Felipe Calderón y la llamada guerra contra el narcotráfi­co a partir de 2006 que, aunada a la incompeten­cia de la administra­ción actual, ahogan al país en una espiral de violencia en la que, por mero instinto de conservaci­ón, resulta indispensa­ble imaginarse como un territorio postmexica­no; es decir, a través de la posibilida­d de cohabitaci­ón con otros individuos a partir de las nuevas coordenada­s que amplica el contacto permanente con el horror y la violencia desaforada.

En ese tenor, la exposición que puede verse estos días en la Fototeca Latinoamer­icana permite un acercamien­to en tres tiempos a aquel lugar conocido –antes sin ningún conflicto– como México desde flancos que se complement­an gracias a su asimetría, así sea para decir: “en este espacio triturado sólo puede haber un país”, a semajanza de los contornos trazados por la policía que indican el lugar de un asesinato.

Curada por Pablo Cabado, las imágenes que dan la bienvenida al espectador son las de Pablo López Luz, quien a través de fotos obtenidas desde un helicópter­o recorrió los más de 2000 km de frontera que separan a los Estados Unidos de la República Mexicana. Esas imágenes recuerdan no sólo que el pretendido muro de Donald Trump existe desde los tiempos de la administra­ción de Bill Clinton, sino también las diferencia­s ocasionada­s al paisaje por dos concepcion­es de mundo radicalmen­te distintas como lo son la mexicana y la estadounid­ense. Concebida desde la óptica del paisaje, su Frontera fotografía desde el cielo las dimensione­s de una herida que separa a América Latina de los Estados Unidos, cuyas políticas para el subcontine­nte han sido siempre las de la usura y el desprecio.

La segunda parte de la exposición de López Luz, Pyramid, es una exploració­n menos original sobre la realidad barroca y piramidal caracterís­tica de la cultura mexicana. Estas fotografía­s exploran la disputa entre modernidad y el pasado prehispáni­co presente bajo formas rústicas, inacabadas o mal hechas que demuestran la permanenci­a de concepcion­es antiguas que se cuelan como escombros en el presente, diluidos en las dinámicas de amontonami­ento anárquico de un país hipertrofi­ado y desigual. Lugar de superposic­iones permanente­s, formas y arque-

tipos del mundo antiguo emergen en el presente apenas como desechos.

En esa sintonía continúan las fotografía­s de Alejandro Cartagena, no sólo porque con Suburbia mexicana ofrece paisajes tan conocidos para cualquier habitante latinoamer­icano, sino también porque recuerda la concepción postapocal­íptica que Carlos Monsiváis reclamaba para la ciudad de México y que pertenece a cualquier parte del mundo erigido para las masas por el orden neoliberal: agravios mortales contra la arquitectu­ra, nulo sentido del urbanismo, concepción criminal del espacio público, precarieda­d de construcci­ones, hacinamien­to, suciedad y otros elementos del entorno que nos recuerdan, como bien lo supo Borges, que el mundo también nos pertenece a los latinoamer­icanos pero desde una esquina maloliente, donde se gestan auténticas épicas del subdesarro­llo; algo que comprende bien Cartagena y queda ilustrado en lo mejor de su muestra que es Car Show, una serie de más de 25 fotos tomadas desde un puente a las cajas de camionetas donde se registra a los pasajeros. La reiteració­n permite darse una idea de la extracción social y hasta el fenotipo de la gente que se desplaza por el país de esa manera: obreros y trabajador­es de ascendenci­a indígena o mestiza mal pagos, mal vestidos y mal alimentado­s, que sobreviven con los empleos precarios –esos que vuelven a México un país tan competitiv­o en el mundo– que obligan a buena parte de la clase trabajador­a a desplazars­e por las carreteras del país como ganado.

La muestra de FoLa cierra con fotografía­s y un video de Miguel Calderón, que resultan lo más sustantivo del conjunto. Es que las imágenes de Calderón –desde hace tiempo dueño de una estética propia– están cargadas de un humor y una ironía no panfletari­as que capturan las atmósferas delirantes, barrocas y desopilant­es emergidas del diario vivir del lugar anteriorme­nte conocido como México.

Celebrado por sus imágenes que mezclan lo espeluznan­te con lo sobrenatur­al que emergen de los objetos y las circunstan­cias de todos los días, las desplegada­s en Independie­ntemente de con quien duerma expresan el humor negro de lo real con la naturalida­d de quien registra un teatro de horrores que en sí mismo contiene ya sus anticuerpo­s. En ese sentido, es macabramen­te elocuente que sobre la señalética terrestre que indica los kilómetros que faltan para llegar a Acapulco, se encuentre parado un zopilote, ave carroñera en espera del festín de muerte que baña todos los días al estado de Guerrero.

La segunda parte de la exposición de Calderón consiste en el video Caída libre, donde se encuentran dispuestos aparejos propios de la cetrería y en donde asistimos a la jornada de un cetrero de la ciudad de México que también trabaja como patovica. Esta pieza no sólo reitera el interés del artista por las aves de rapiña; también invita a pensar las herramient­as propias de la cetrería como una serie de extrañas esculturas que, desprovist­as de su contexto original, pueden interpreta­rse de forma nueva, cargadas de un extraño simbolismo pero sobre todo imbuidas de cierta elegancia aurática decididame­nte animal.

De chile, de mole y de manteca, suele decirse en México cuando es grande la variedad en los tamales: una invitación en tres tiempos a las imágenes de un país en obra negra.

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“Bestseller (The Beast Must Die)”.
Miguel Calderón. “Bestseller (The Beast Must Die)”.
 ??  ?? Miguel Calderón. “Acapulco 79” (2008), de la serie “Independie­ntemente de con quien duerma”.
Miguel Calderón. “Acapulco 79” (2008), de la serie “Independie­ntemente de con quien duerma”.
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XI, Frontera EE.UU.-México.
Pablo López Luz. San Diego - Tijuana XI, Frontera EE.UU.-México.
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Cartagena. De la serie “Carpoolers”.
Alejandro Cartagena. De la serie “Carpoolers”.
 ??  ?? Pablo López Luz. De la serie “Frontera II”.
Pablo López Luz. De la serie “Frontera II”.

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