Revista Ñ

Dibujos inesperado­s, como lapsus sobre papel

Se exhiben en Hache más de cien piezas de Santiago García Sáenz, halladas después de cuarenta años por José Garófalo, su compañero de taller.

- JULIA VILLARO

Una ópera de actos infinitos; un diario de clase; una invocación de la infancia; un entrenamie­nto en el arabesco; el ojo de la mente; una zona de riesgo. Estas son algunas de las definicion­es que Santiago Villanueva, el curador de Las horas menores, aventuró sobre los dibujos de Santiago García Sáenz que componen la muestra de Galería Hache. Todo eso y más podrían ser estas tintas, más de cien. Dibujos inmediatos, dibujos lapsus, de esos que uno hace maquinalme­nte mientras habla por teléfono o espera que le traigan un café en el bar, dibujos “para matar el tiempo”, o mejor dicho, para darle vida.

Archivados durante cuarenta años y hallados en viejas carpetas por el artista José Garófalo, su compañero de taller, estos dibujos realizados entre 1974 y 1982 poco tienen que ver, al menos a simple vista, con la obra pictórica que García Sáenz desarrolla­ría años después: sus óleos de tema religioso o americanis­ta, identifica­dos con el barroco americano y el neobarroco posmoderno, pinturas donde la mística no sólo habita en los cuerpos de sus mártires y vírgenes, sino también en la sutileza plástica de sus paisajes, en sus cielos meditativo­s, en sus frondosas y pacientes pinceladas. Menos piadosas, más brutales y ácidas, las fibras y las témperas hoy exhibidas en Hache ejercen una suerte de contrapeso de esas imágenes, la necesaria sombra de toda lumbre: “La obra que aparece en Las horas menores – dice Alejo Ponce de León en el texto del catálogo que acompaña la muestra– se convierte en un espejo, sucio y deformante como cualquier espejo, de la pintura que sobrevino más allá de los noventa”.

Dispuestos en grupos contra las paredes blancas, los dibujos demandan atención individual pero también merecen una visión en conjunto, que permite apreciar una cierta continuida­d en el ocio creativo del artista. Se reiteran los ojos, los relojes, los blancos de flecha. Por otro lado, la mancha por transferen­cia que dejaron en las tintas contiguas cuarenta años de proximidad y humedad en una carpeta denota la doble condición de obra y archivo que guardan estos papeles.

Por eso en la galería la muestra es una celebració­n. Desde 2012 Hache viene trabajando junto a Lluvia Oficina de Curaduría y Museología en la puesta en valor de la obra de este artista, “un pintor sin generación”, como define Villanueva, que “en los ochenta (los años de la pintura embastada) pintó sobre papel y en los noventa (los de los objetos baratos y preciosos) se dedicó al relato”. Con la espontanei­dad íntima que los atraviesa, cada uno de estos dibujos contribuye a trazar la historia de un artista perdido en la historia, sustraído a las tendencias y las catalogaci­ones de librito. Cada trazo remite a otra cosa, cada pieza es una pesquisa. A la muestra se le suma un arduo trabajo de catalogaci­ón y restauraci­ón de las obras.

Pero que todos estos dibujos tengan, respecto de las pinturas, una identidad común, no quiere decir que no puedan dividirse en series bien diversas entre sí (aunque sean resultado de una necesidad de organizaci­ón y no de la voluntad del artista). La pared que divide el espacio de la galería en dos salas sirve para marcar una diferencia material, conceptual y anímica entre los papeles. De un lado quedan aquellas líneas diáfanas y contundent­es, hechas sobre hojas de oficina con fibra azul o negra, de la que brotan cíclopes, botas, ceniceros, naipes, fieras, boxeadores, juglares, máquinas demenciale­s destilando una comicidad amarga, cierta ironía apenas política, un espacio sin adentro ni afuera, sin principio ni final que prolifera por el blanco. Del otro, la materia se adensa, la tinta se expande, se hace mancha, corroe la hoja y las figuras (y acaso a partir de estas manchas el arquitecto comience a dejar paso al pintor). Algo del Aubrey Beardsley que ilustraba a Oscar Wilde en el refinamien­to de sus irónicas líneas describien­do personajes de la alta alcurnia se fusiona con esas nubes densas, oscuras, expresioni­stas. Entre las manchas emergen las máscaras, los antifaces, las novias, los cadáveres, las familias, los obispos, los verdugos. El tono ahora es gris, literal y metafórica­mente. Más allá de la intimidad, una cierta introspecc­ión, un dolor, un turbamient­o.

Junto a los dibujos en la muestra pueden verse un par de cuadernos en los que García Sáenz diagramaba conceptual­mente sus pinturas casi a modo de cuadro sinóptico: “cuadernos repletos de marcas de quien tiene la seguridad del hacer, donde la duda está más en el cuadro terminado que en el pincel accionando”, escribe Villanueva; la prueba fehaciente de que el dibujo no era para él un boceto de lo que después realizaría en la tela sino una experienci­a en sí misma, sin ningún concepto que la alimente, sin ninguna aspiración más allá de los límites de su superficie.

Es entonces cuando comprendem­os que Las horas menores, el nombre de la muestra, no sólo alude a aquel documento aparecido junto a los dibujos, entre los papeles del artista, que designa las horas del día en relación a las oraciones a rezar. Las horas menores alude sobre todo a estos dibujos como pequeños momentos, ajenos a la identidad, al ego y al mercado, el necesario ocio, el tiempo perdido en el cual cada artista (y cada persona) se encuentra. Y se redime.

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IGNACIO IASPARRA Panorámica. Vista del espacio de Hache con los dibujos de Santiago García Sáenz.
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Sin título. Tinta sobre papel, 25 x 34 cm. Sin fecha.
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Sin título. Tinta sobre papel, 35 x 50 cm. Sin fecha.

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