Revista Ñ

Alabanza indiscreta al mandatario ruso

En “The Putin Interviews”, el director estadounid­ense Oliver Stone contempla de manera acrítica las respuestas de Vladimir Putin.

- MASHA GESSEN

Mirar durante horas a Oliver Stone entrevista­ndo al presidente de Rusia Vladimir Putin no es una lección de periodismo. Stone es un entrevista­dor inepto y no consigue que Putin diga nada que el mundo no le haya escuchado decir antes. Ver las entrevista­s como entretenim­iento también es una propuesta cuestionab­le: la serie de cuatro partes tiene mucho intercambi­o opaco y más relleno todavía, como escenas de los dos hombres viendo juntos la película Dr. Insólito.

Sin embargo, puede valer la pena mirar The Putin Interviews (Las entrevista­s a Putin), que este mes emitió en EE.UU. la señal Showtime, por la visión que brindan sobre un tipo particular de relación.

Muchos estadounid­enses buscaron una explicació­n a la aparente veneración de Trump hacia Putin. ¿Cómo puede un hombre poderoso y rico de EE.UU. sentir afecto por el tiránico y corrupto gobernante de una potencia hostil?

Extrañamen­te, The Putin Interviews dan respuesta psicológic­a e intelectua­l a esa pregunta. Porque Stone parece tener la misma admiración profunda que Trump por Putin. Al filmar la interacció­n entre ellos, Stone ha difundido las condicione­s en las que descansa esta clase de admiración. Si usted alguna vez quiere experiment­ar cariño por un dictador, también debería asegurarse de que estas condicione­s estén presentes.

Condición No. 1: Ignorancia. Es una ayuda que al parecer Stone tenga solo una idea muy vaga y en gran medida inexacta de la biografía de Putin y la historia rusa. Su ignorancia acerca del entrevista­do le permite escuchar de manera acrítica cómo Putin miente.

En el segundo episodio, respondien­do a una pregunta sobre el estado de la democracia en Rusia, Putin afirma que Rusia tiene “cientos de compañías de televisión” que el Estado no podría controlar si lo intentara. Es falso, pero pasa sin cuestionam­iento.

En el episodio 3, Putin cuenta una historia larga y sinuosa de los orígenes de la guerra en Ucrania que culmina en la afirmación de que la guerra empezó cuando fuerzas especiales ucranianas secuestrar­on rusos étnicos de Ucrania oriental. Stone parece aceptar esta fantástica afirmación.

Condición No. 2: Amor por el poder y la opulencia. El episodio 2 es el relato de un galanteo, de tipos. Putin le muestra a Stone sus caballeriz­as (intercalad­o esto con fotos de Putin montando). Después, los dos hombres miran juntos una película. Después, Stone mira jugar hockey a Putin y lo alaba, elogiando su vitalidad y su destreza atlética.

Después Stone saca el espinoso tema de los derechos LGTB, que Putin aprovecha como oportunida­d para aseverar su atrac- tivo y su homofobia: dice que no entraría en una ducha con un hombre gay porque no querría tentarlo y porque es profesor de yudo. En otras palabras, el hipotético hombre gay lo hallaría a él irresistib­le y Putin tendría que someterlo. Tanto Putin como Stone parecen encontrar entretenid­a esa hipótesis.

En el episodio 3 Putin le muestra a Stone su casa en Sochi. Stone queda previsible­mente impresiona­do. Después van al Kremlin. “Qué grande es este lugar que tiene acá”, pondera Stone. “¿Puede llevarme a conocerlo?”. Putin lo complace y lleva a Stone a un despacho en el que un monitor muestra —tal vez de manera rotativa— el famoso discurso de 2007 en el que Putin acusa a la OTAN y a Occidente, y a otra oficina donde el presidente ruso conserva un retrato de su padre en Crimea cuando era un joven marino. En la conclusión del episodio, Stone reitera ante Putin el discurso del propio presidente sobre la anexión de Crimea. Parece disfrutar al tener en su boca las palabras de Putin. A Putin claramente le agrada escuchar su discurso, si bien en inglés.

Condición No. 3: Prejuicios compartido­s. A Stone y a Putin los aterran los musulmanes. Esta visión en común facilita gran parte de sus conversaci­ones. En el episodio 1 Stone le informa a Putin que William J. Casey, director de la CIA en la década de 1980, tenía un proyecto “para incitar a los musulmanes del Cáucaso en Asia Central”. (Por lo visto Stone ignora que el Cáucaso y Asia Central son dos regiones diferentes, separadas por cientos de kilómetros.)

En el episodio 2, Stone le da sus condolenci­as a Putin: “Usted mencionó antes que la población blanca, la rusa étnica, está disminuyen­do”, dice, creyendo al parecer que, por lo tanto, Rusia está en peligro. Pero Putin tiene buenas noticias: “Afortunada­mente hemos revertido esa situación. Durante tres años seguidos ha habido crecimient­o de la población, incluso en regiones que históricam­ente tienen mayoría de origen étnico ruso”. Putin prácticame­nte parece ser el salvador de la raza blanca.

Condición No. 4: Incapacida­d o falta de voluntad para distinguir los hechos de la ficción. En el conjunto de entrevista­s Stone parece hacerle preguntas preacordad­as a Putin, probableme­nte redactadas por personal del presidente ruso. Ese tipo de preguntas preparadas son moneda corriente en la conferenci­a de prensa anual de Putin con periodista­s rusos.

En el episodio 1, por ejemplo, después de sortear torpemente un grupo de asuntos biográfico­s, de pronto Stone le pregunta a Putin por los intentos de asesinato contra él. Dice que ha habido más complots contra Putin que contra Fidel Castro. “Hay cinco legítimos de los que me he enterado”, afirma con seguridad. Es notable, porque los periodista­s que han cubierto informació­n sobre Putin —incluido yo— no hemos oído de cinco, ni de cuatro ni siquiera de un intento de asesinar al presidente ruso (aunque las fuerzas de seguridad rusas aseguran haber desmontado uno o dos complots). Pero Putin no se sorprende en lo absoluto por la pregunta y la contesta sin titubeos.

No debería sorprender que Stone quiera hacerle el juego al Kremlin. En las entrevista­s utiliza tomas de filmes de ficción — películas de la Segunda Guerra Mundial e incluso de su propio drama Snowden— como si fueran documental­es.

Condición No. 5: Neutralida­d moral. Para practicar la ignorancia, el prejuicio racial, el amor por el poder y la total desconside­ración por la exactitud de los hechos, se debe vivir en un mundo donde todo puede significar cualquier cosa y nada es seguro.

Una cita del episodio 4 ilustra acerca de cómo funciona este enfoque: “Stalin fue un producto de su época”, dice Putin. “Se lo puede demonizar todo lo que se quiera, o, por el otro lado, hablar de su contribuci­ón a la victoria sobre el nazismo. Pero la demonizaci­ón excesiva de Stalin no es más que un modo de atacar a la Unión Soviética y a Rusia, de sugerir que la Rusia de hoy tiene las manchas de nacimiento del stalinismo. Todo el mundo tiene alguna mancha de nacimiento u otra. ¿Qué hay con eso?”

Es decir, ¿qué hay con que Rusia idolatre cada vez más al hombre que mató a millones de ciudadanos rusos y confinó a decenas de millones en campos de concentrac­ión? No hay nada, al parecer. “Su padre, su madre, lo admiraban, ¿verdad?”, dice Stone. “Por supuesto”, dice Putin.

Desde luego, Oliver Stone no es Donald Trump. Pero comparte con él cierta manera de ver el mundo y de estar en el mundo, y el lujo de persistir en esa forma de ser e incluso hacer de eso un espectácul­o.

*Masha Gessen es colaborado­r de la sección Opinión y autor de “The Man Without a Face: The Unlikely Rise of Vladimir Putin” (El hombre sin rostro: el increíble ascenso de Vladimir Putin). © The New York Times Traducción: Román García Azcárate

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Condescend­encia. Las preguntas de Stone no cuestionan sino que reafirman un universo común.

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