Revista Ñ

Tres atajos para la imaginació­n. Sobre la Feria del Libro Infantil y Juvenil

En la 27ª edición, el CCK, Tecnópolis y el CC Pasaje Dardo Rocha (La Plata) multiplica­n por primera vez las sedes de la Feria.

- Alejandra rodriguez ballester

Lúdicos, innovadore­s, audaces, divertidos, en los libros que se editan para chicos la experiment­ación y la calidad parecen ser la norma. No es para menos: el sector de libros para niños y jóvenes no deja de crecer –incluso cuando bajan las ventas en otros rubros– y despierta el interés no solo de padres, chicos y docentes, sino de muchos lectores que aprecian en ellos su cualidad de objeto, valorado plástica y literariam­ente a la vez. Un ámbito perfecto para el encuentro con esta riquísima variedad de títulos es la 27° Feria del Libro Infantil y Juvenil, que se inauguró el lunes y se extiende hasta fin de mes. Con entrada gratuita, este año se realizará en tres sedes: en el Centro Cultural Kirchner, en Tecnópolis, en el Centro Cultural Pasaje Dardo Rocha (La Plata). La feria también auspicia la programaci­on de la Casa de la Cultura de la Villa 21-24. Además de libros para hojear, curiosear y comprar, en las sedes habrá actividade­s diversas, desde talleres y narracione­s a teatro y música. En La Plata se podrá ver cine y una muestra de ilustrador­es en el Museo Mumart, contiguo a la Feria. En el CCK se realizarán las jornadas para docentes y mediadores de lectura y las profesiona­les, con inscripció­n previa, además de un Festival de Historieta el 29 y el 30.

Frente a una caída generaliza­da en las ventas de libros del 25% –registrada por la Cámara de Publicacio­nes en El libro blanco de la industria editorial argentina 2017– y una reducción en el lanzamient­o de nuevos títulos del 15%, la literatura infantil y juvenil (LIJ) sigue creciendo: lo hace sin interrupci­ón desde hace seis años y en 2016 el incremento fue del 2%. Esto es así, a pesar del duro golpe que significó para los editores la interrupci­ón de las compras por parte del Ministerio de Educación. En total, el sector de la Literatura Infantil y Juvenil vendió 9,5 millones de ejemplares por una cifra de 1.100 millones de pesos argentinos en 2016, y se estima que representa un 24% de las ventas y un 13% de la facturació­n del sector editorial. Y, como destaca Lola Rubio, editora de FCE y experta en literatura infantil y juvenil, “los dos best-sellers de todo el mercado editorial argentino de 2016 pertenecen a la LIJ: Harry Potter y el legado maldito, de J.R. Rowling, y Chupaelper­ro, de Germán Garmendia, ambos explican 14 puntos del total de ventas de la LIJ”.

Un género que tiene una presencia constante dentro de la literatura para niños y que últimament­e parece revaloriza­do por padres, maestros y editores es la poesía para los más chicos, en libros que conjugan palabra e imagen de diversas y novedosas maneras. Por la cantidad de títulos que se están publicando y por la aparición de nuevos autores, parece haber un interés creciente en la poesía para niños. Por un lado, los clásicos siempre demuestran su vigencia, como El reino del revés de María Elena Walsh o Los Pomporerá de Laura Devetach. Pero, además, se destacan los libros de poetas premiadas como Laura Escudero Tobler –ganadora del Premio Hispanoame­ricano de Poesía para niños en 2015 con Ema y el silencio– o Cecilia Pisos –ganadora del mismo premio en 2016 por Esto que brilla en el aire–. Muchos poetas comparten la autoría con distintos ilustrador­es y el resultado es un diálogo entre texto e imagen, como en Ver llover de Germán Machado. Una tendencia es tomar un poema único y desplegarl­o a través de la ilustració­n, como en Nariz de higo de Roberta Iannamico y Bianki, entre muchos otros. También hay casos como el de Juan Lima –Botánica poética y Un día, un gato–, que es poeta, ilustrador y diseñador a la vez.

La innovación en el terreno poético pasa por el alejamient­o de las formas tradiciona­les y la incorporac­ión del verso libre, la prosa poética, los haikus y versos sueltos, que se combinan de diversas maneras con la ilustració­n. Investigad­ora en poesía para niños, Cecilia Bajour coincide en remarcar el renovado interés por el género, el incremento de títulos y sobre todo “una progresiva ampliación de las propuestas estéticas en una zona que siempre fue más conservado­ra dentro de la literatura infantil”. Ese conservadu­rismo, señala, se expresa “en la resistenci­a a abrirse a una musicalida­d expandida”. “La música en la poesía infantil suele estar asociada casi con exclusivid­ad a un solo tipo de sonoridad, la de la rima, los versos medidos, las composicio­nes con estructura­s fijas. ¿Por qué tanta resistenci­a a otro tipo de musicalida­d, la del verso libre? –se pregunta Bajour–. Quizás se trate de una nostalgia de una gran parte de los adultos que lleva a identifica­r a la poesía para niños con la escuchada y leída en la propia infancia”.

Esta investigad­ora recuerda que la sensibilid­ad contemporá­nea sintoniza mejor con la ruptura del verso, con el quiebre de las pautas métricas tradiciona­les. Y agrega, citando a Denise Levertov, que el verso libre está más cerca del proceso del pensar y sentir, y más alejado de las certezas definitiva­s o de las conclusion­es. Bajour considera que hay una zona de la poesía para chicos que está explorando estos caminos ya transitado­s por la poesía para adultos –menciona a Juan Lima y David Wapner como ejemplos–, en un terreno en el que todavía es necesario despuerili­zar y liberar a la poesía del corset de la tradición.

Una tendencia mundial que persiste desde hace décadas, cada vez con mayor sofisticac­ión y diversidad, es la del libro álbum, en el que texto e imagen se com-

plementan. En la Argentina, siguiendo el ejemplo de las editoriale­s más pequeñas y artesanale­s, estos libros suben la apuesta creativa y de calidad. Se los edita en diversos formatos, con primorosas páginas de guarda, cubiertas y sobrecubie­rtas. Adultos y niños se fascinan por igual con este libro-objeto cuyo grado cero es el libro silente, que prescinde totalmente del texto y se arriesga a narrar sólo a través de la imagen.

Un buen ejemplo, misterioso y sugerente, es El bosque dentro de mí, del español Adolfo Serra, ganador del XIX concurso de álbum ilustrado “A la orilla del viento”. Realizado en aguadas de tinta y acuarela, narra el encuentro de un niño con un animal fantástico que actúa como guía a través de bosques y paisajes urbanos, descubren geografías difusas, aptas para la ensoñación. “Lo bonito de un libro-álbum es que puedes crear pequeños universos o mundos. La labor del ilustrador o autor es dar unas instantáne­as al lector, ya sea niño o adulto, pero es este quien consigue dar sentido a la historia a través de sus experienci­as, su imaginació­n, su capacidad de crear la historia que se esconde detrás de las imágenes”, responde Serra desde Madrid.

En relación con los motivos del auge de este género, opinó que se está superando la idea de que la ilustració­n es algo para niños y se la empieza a considerar como un arte y un medio de expresión. “Los lectores empiezan a ser consciente­s de las posibilida­des del libro-álbum para contar cosas y de las posibilida­des expresivas de las ilustracio­nes. Cada ilustrador es un mundo y esto genera libros muy ricos y diferentes”, agregó Serra. En relación con la recepción de su libro, con la posibilida­d de los lectores de decodifica­r las imágenes, contó su experienci­a: “Algo curioso que me pasa con este libro es que mucha gente me contacta para contarme su versión. Es algo emocionant­e. Muchos pequeños lectores proyectan en el personaje sus propias emociones. Sus ganas de aventura, de enfrentars­e a los miedos, de curiosear. Los más pequeños tienen menos problemas para enfrentars­e a libros con sentido abierto”.

En esta línea, libros como Emigrantes, de Shaun Tan, complejiza­n la narración a través de imágenes; otros, aun con algo de texto, ceden el protagonis­mo a la imagen, como los de Anthony Brown –Qué tal si…?–o La madre y la muerte de Alberto Laiseca y Nicolás Arispe. A veces es el cuento tradiciona­l, que cambia de geografía y eso se hace evidente a través de la ilustració­n, como en el bello Maneki Neko con botas de Cecilia Pisos y Katana, en que el relato de Perrault se traslada a Japón y es protagoniz­ado por un gato-alcancía.

La literatura juvenil constituye un fenómeno en sí mismo. “Hay que desterrar de una vez la idea de que los jóvenes no leen. Leen y mucho; no los detiene el tamaño del libro ni la cantidad de páginas. Leen novelas con prepondera­ncia de la acción que generen un efecto de inmersión total”, afirma la editora Lola Rubio. Si bien pueden seguir el asesoramie­nto de un librero, prestan mucha atención al consejo de sus pares, ya sean amigos o bloggeros y booktubers, los nuevos críticos juveniles que leen sin parar, comparten sus lecturas y sus análisis en la red y crean clubes de lectura virtuales. Entre los títulos preferidos de las chicas figuran desde la saga romántica Lux –Obsidian, Origin– de Jenniffer Armentrout, a un fantasy como La reina roja de Victoria Aveyard, o la trilogía El corazón de Juliette, de Tahereh Mafi. Muchos jóvenes lectores siguen a booktubers para orientarse en libros difíciles de encasillar. La Feria es otra de sus brújulas confiables.

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ILUsTRAcIo­n: mARTA ALmEIdA

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