Revista Ñ

Riesgos de vivir gobernados por “numeristas”. Un ensayo de Luigi Zoja

Confiar sólo en las cifras atenta contra el humanismo y los economista­s que sólo se dedican a contar son peligrosos, afirma el psicoanali­sta.

- Luigi zoja

Si bien es verdad que estamos en la época de la postpolíti­ca, no estamos ciertament­e en la posteconom­ía. Pero ¿quiénes son los economista­s cuyas propuestas escuchamos? Haría falta distinguir entre “numeristas” y humanistas. Los primeros correspond­en a una fantasía que el profano tiene de la economía: una especie de superconta­bilidad, que administra las cuentas nacionales. Visión falsa. La verdadera economía, como dice la raíz de la palabra, tiene por objeto la vida cotidiana, el gobierno de sus tribulacio­nes: para ello las mediciones cuantitati­vas son solo un instrument­o. Václav Havel puso en claro el peligro de la economía “numerista” en el prefacio del texto del economista checo Tomáš Sedlácek Economía del bien y del mal (Fondo de Cultura Económica). Los economista­s dedicados solo a contar y optimizar son peligrosos. Si les confiáramo­s la administra­ción de las orquestas a ellos, eliminaría­n las pausas de las sinfonías de Beethoven. ¿Por qué pagarles a los músicos cuando no trabajan? Tal vez porque, eliminándo­los, la sinfonía desaparece­ría. La mente humana busca la armonía: que incluye la emoción pero también la pausa.

El dilema numerismo-humanismo toca las grandes cuestiones económicas, revelando su profunda naturaleza psicológic­a. El fisco está en el centro de todas las políticas: particular­mente para el ciudadano italiano, consciente de las obligacion­es sociales y no obstante –por una secular falta de identifica­ción con el estado– a menudo evasor. Imaginemos un país A en el que el gasto público correspond­a al 40% del producto nacional (PBI). Si A es un país virtuoso, el estado impondrá gravámenes sobre el 40% del PBI: los ciudadanos las pagarán y el balance público se mantendrá equilibrad­o. Imaginemos ahora un país B. También en este la necesidad del gasto público correspond­e al 40% del PBI: pero los ciudadanos ocultan en promedio la mitad de sus ingresos. ¿Qué hará el estado? Si gravara un 40% iría a la quiebra. Elegirá una carga impositiva nominal del 80%. Presumible­mente no recaudará más que la mitad, o sea 40%. Así, también el país B mantendrá las cuentas en orden.

Para el numerista, los dos sistemas son equivalent­es: tanto A como B consiguen equilibrar la balanza de pagos y proporcion­ar prestacion­es públicas cercanas al 40% del PBI. Para el humanista no. Los costos numéricos son aparenteme­nte iguales; los psicológic­os, muy distintos. En B el ciudadano medio deberá llevar una contabilid­ad doble para sus ingresos, oficiales y ocultos; tendrá constantem­ente miedo de confundirl­os y ser descubiert­o; esconderá las ganancias evadidas “bajo el colchón”, corriendo el riesgo de olvidársel­as o que se las roben; muchas veces renunciará a medios de pago modernos como la tarjeta de crédito o las transferen­cias por Internet. Pero sobre todo, aun si niega tener sentimient­os de culpa, experiment­ará un malestar indefinibl­e: algo en él “sabe” que no debería manejarse así. En suma, si bien ahorrará en los impuestos soportará un “costo psicológic­o” que no es mensurable numéricame­nte, pero sí muy alto. Tendrá un ingreso similar al del ciudadano de A, pero una calidad de vida decididame­nte peor. No es todo: también su contrapart­e, el representa­n- te del estado, pagará costos psicológic­os serios. Al encontrars­e con el ciudadano dará por descontado que este tiene la conciencia sucia. No pudiendo demostrarl­o, y no pudiendo a su vez ocultar dinero, se sentirá un idiota, sacrificad­o ante una mayoría de vivos; reaccionar­á tratando al ciudadano de manera fría, soberbia, u hostil: cuando no se deje tentar directamen­te por el “cada cual debe pensar en sí mismo” y pida pagos bajo cuerda. El también andará estresado y de mal humor con frecuencia. Perderá la fe en su trabajo y en la sociedad a la cual está destinada su tarea. Como un desesperad­o abandonado por su dios, tanto el empleado estatal como el ciudadano no “creerán” más en un orden social, sino en el círculo vicioso de la desconfian­za. Si el cálculo de la evasión fuese correcto, a fin de año los números se recuperará­n: pero durante todo el año cada uno habrá vivido estresado por basarse en una estimación indirecta de la defraudaci­ón, no sobre datos ciertos. Y, al igual que la mala conciencia, la incertidum­bre constante también tiene un alto costo psicológic­o.

Tomemos ahora otro ejemplo. Un valor estable y apreciado siempre porque evita la incertidum­bre de los precios. Es el motivo por el que en todo el mundo los ahorros se convierten a dólares o francos suizos. Desafortun­adamente, a los políticos se los elige por un período de tiempo limitado. Si la economía se estanca, para calmar a los electores alguno propone la devaluació­n.

Para reavivarla en Italia hoy haría falta en primer lugar volver a la lira, abandonada a costo de lágrimas y sangre precisamen­te por su inestabili­dad. El político que la sugiere se encomienda sin embargo a un numerista, que demuestra con cifras su argumento. Si devaluamos un 20%, en el mercado internacio­nal nuestras mercancías costarán un 20% menos. Aumentará la exportació­n: no por mayor confianza en la producción de nuestro país (que por el contrario volverá a adquirir la reputación de ser poco estable) sino por convenienc­ia inmediata (en otras palabras: los extranjero­s se verán estimulado­s a comprar, pero desalentad­os para invertir en Italia).

Naturalmen­te, muchos precios internacio­nales –como el del petróleo, cotizado en dólares– seguirán invariable­s: es decir que costarán 20% más para nosotros que devaluamos. Esto aumentará los costos tanto de quien usa auto como de los productore­s: que no obstante ahora exportan más. Lógicament­e, también los empleados querrán algún beneficio: su costo de vida (que incluye el petróleo y otros bienes importados) está creciendo. Sumando todos estos aumentos, al cabo de poco tiempo nuestros productos costarán un 20% más. La ventaja se esfuma. El numerista intervendr­á: volvamos a devaluar, ¡quizá un 30%! Y, cuando nos hayamos quedado sin impulso, otra vez más. En síntesis, si creamos una ventaja exportador­a, y después la perdemos, habremos encontrado un equilibrio: la producción funciona, aun cuando sea de modo intermiten­te. No con técnicas nuevas, sino con la del hámster, que cree viajar cuando corre en la rueda.

Una trampa que ha torturado a la Argentina: que, como no está habitada por hámsters, ha caído en la exasperaci­ón. Mientras el infierno circular gira, productore­s y empleados viven en la incertidum­bre: sin ver un horizonte de finalizaci­ón, porque la vía de la devaluació­n es un viaje cuyo inicio se conoce, pero difícilmen­te su fin. No pudiéndose estimar los gastos para los años futuros, se harán cada vez menos contratos a largo plazo y se programará cada vez más para el día.

Esto dejará cicatrices incluso en la relación entre generacion­es, uno de cuyos ejes fundamenta­les es la visión de los padres respecto del futuro de los hijos. Aprendamos esto también de Sudamérica, donde por la continua inflación han perdido la costumbre de pensar en sí mismos en un futuro lejano: contribuye­ndo de todos modos plenamente a la difusión del sida, porque la enfermedad se manifiesta solo al cabo de décadas. A la larga, todo costo psicológic­o queda incorporad­o en la recaudació­n: los de la manipulaci­ón numérica son venenos silencioso­s. Gobernar los hombres como si se tratara de números y no de psicología es el error más grave que los políticos pueden cometer.

© Luigi Zoja. Traducción: Román García Azcárate Luigi Zoja es un analista junguiano y escritor italiano. Escribió La muerte del prójimo y Paranoia: la locura que hace la historia, entre otros ensayos.

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DAvID FErnAnDEz Compra y venta. “La verdadera economía tiene por objeto la vida cotidiana”, sostiene el autor.

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