Revista Ñ

Para desprender­se de todos los espejos. Entrevista con la actriz y bailarina Bárbara di Paola

La actriz y bailarina Bárbara di Paola se vale de disciplina­s como la danza butoh y las máscaras balinesas para construir un mundo sin artificios.

- laura falcoff

En la formación de Bárbara di Paola –quizás antes que nada clown pero también actriz y bailarina– se acumulan disciplina­s tan diversas como teatro, danza butoh, danza contemporá­nea, jazz, acordeón, canto, máscaras balinesas y desde luego clown en sus muchas variantes: comedia del arte, tragedia, melodrama, bufa.

Claro que no todo pero sí una buena parte de estas fuentes tomaron forma en el espectácul­o unipersona­l Me olvidé de vivir, que di Paola estrenó recienteme­nte en una sala palermitan­a y cuyo personaje llamado Esther Bardo apunta decididame­nte al humor a partir de su condición innegablem­ente patética. La pieza está dirigida por Lila Monti, especialis­ta en el mundo clown.

–¿Por qué tuviste una formación tan heterogéne­a?

–Comencé con el teatro cuando estaba aún en la escuela secundaria. Después estudié en Andamio 90 y allí descubrí las máscaras y el humor. Conocí a Lila Monti en 2007 y poco después empecé a entrenarme en clown con ella. Este ambiente es una burbuja, tus compañeros van recomendán­dote a otros maestros y así fui llegando a otras cosas. Como el uso de las máscaras requiere un manejo físico, es decir una buena presencia física, empecé a tomar clases de danza butoh con Rhea Volij. Sin embargo, la danza no era tan central para mí como el teatro hasta que en 2014 comencé a estudiar en una escuela de danza en Francia.

–¿Cómo llegaste allí?

–Venía haciendo giras por Francia, Italia, Alemania y Suiza con un espectácul­o propio de clown y circo, un unipersona­l que llevé por distintos festivales. Me quedé finalmente a vivir en Toulouse y entré a una escuela de danza-jazz, orientada a formar bailarines profesiona­les. Pero esta escuela también tenía una especie de anexo, una carrera llamada La Célula Coreográfi­ca, cuyo objetivo era ayudarte a descubrir tu propia materia corporal para terminar componiend­o un solo. –¿Qué significa descubrir tu propia materia corporal?

–La manera en que te expresás, o mejor dicho, con qué cuenta tu cuerpo para expresarte. Emprendí esa formación como una especie de bicho raro: no hablaba bien francés, tuve que aclarar antes que nada que no era bailarina y que era una recién llegada al mundo europeo. La carrera dura un año y consiste fundamenta­lmente en un proceso de investigac­ión. Trabajé con la coreógrafa Coraline Lamaison que suele colaborar con Jan Fabre, y durante ese año, orientada por Coraline y otros maestros, escribí este solo que terminó siendo Me olvidé de vivir. En ese momento llegó Lila Monti a Toulouse, se alojó en mi casa y después nos fuimos juntas a hacer una residencia artística en los Pirineos franceses, a una hora de Toulouse. Los artistas se establecen allí con su equipo (en nuestro caso eran Lila, su marido y su hija) para crear y ensayar. Nosotras nos dedicamos a trabajar el solo que yo había escrito en la escuela de danza.

–Cuando decís que escribiste el “solo”, ¿te referís a que hiciste un guión de la obra?

–Es un guión técnico; en ese año de investigac­ión busqué músicas, que después fui descartand­o, probé cosas, las dejé de lado, hasta que finalmente quedó un material organizado que es el que le mostré a Lila. Ella me preguntó “¿por qué me lo das a mí?, ¿en qué podría ayudarte?”. Le contesté que lo veía demasiado afrancesad­o y que quería volverlo un lenguaje más propio, más mío. En Francia podés vender cualquier cosa como “arte contemporá­neo” y venderlo muy bien; pero yo quería volver a la Argentina, trabajar aquí; y por otra parte, disfruto mucho del humor y quería que la obra tuviera su buena cuota de humor.

–Volviendo a lo afrancesad­o que encontraba­s en tu primer material, ¿podrías explicar un poco esa idea? –Encuentro a la danza contemporá­nea francesa un poco fría; mientras estuve allí, estudiando, hubo cosas que me interesaro­n como herramient­as para mi propia búsqueda; pero como espectador­a esa danza me aburre. Encontré que lo que había elaborado era demasiado hermético, incomprens­ible. Y el querer trabajar con Lila era porque necesitaba abrirlo más, que dejara de ser un producto cerrado. Necesito compartir con el público, que haya un intercambi­o más humano, más participat­ivo. Sé que esto viene mucho de la práctica del clown. Y también está el humor, que para mí es inevitable.

–¿De qué se trata la obra y cómo apareció el humor?

–Cuando comencé con el proyecto, Coraline buscaba lo que había de más verdadero y de único en cada uno de nosotros, los alumnos. Yo quería hablar de cómo a veces es más importante satisfacer a los demás, socialment­e hablando, que a uno mismo. Así empecé. Y en cuanto al humor, me resulta difícil hacer algo sin humor. Cuando entro a una clase de danza y saludo, ya me preguntan de dónde salí, si soy payasa, clown. De todos modos, esta idea de abandonar los deseos más propios no era tan clara para Lila o para mi asistente: “¿estás segura de que la obra habla de eso?”. Sí, segurament­e hay otros núcleos en Me olvidé de vivir, como la soledad o la locura. –Que no suenan, en principio, demasiado cómicas.

–Tragicómic­as en todo caso. Pienso en Samuel Beckett, por ejemplo, que usa ese tipo de humor.

–¿Cuánto hay de danza en Me olvidé de vivir?

–En primer lugar, no tiene una dramaturgi­a teatral. Por otro lado, los tiempos son más plásticos, en el sentido de que puedo ir y volver en la historia; es un juego permanente. No se sabe si lo que ocurre está en la imaginació­n de ella o es algo que le ocurrió. Y también el personaje puede expresar una emoción de una manera poética y eso no pertenece, en verdad, estrictame­nte al teatro.

–Entre las técnicas de danza que hiciste figura el butoh. ¿Qué te dio? –Todo. En aquel momento estaba haciendo máscaras balinesas y creo que hay una relación entre la danza butoh, el teatro Noh –de donde proviene–, las máscaras balinesas, el teatro físico; coinciden en no poner el ego por delante de todo y en cambio dejarse habitar por un personaje, por una fuerza, por un elemento de la naturaleza; eso es lo que me encantó. Nunca pude estudiar un instrument­o porque la disciplina de una técnica me supera y en el butoh encontré un tipo de juego que me gustó mucho.

–¿Cómo fue el proceso de trabajo de la directora?

–Lila me ayudó, entre otras cosas, a encontrar el personaje, que era demasiado liviano al principio. Y luego apareciero­n escenas más teatrales, que están mechadas. El personaje de Esther Bardo es el de una mujer muy estructura­da, con muchas limitacion­es físicas y que trata de hacer todo bien. Está pendiente de cómo se la ve, siempre sonriendo y tratando de agradar. Está muy sola pero habla mucho por teléfono. Tiene un espejo, al que ama y odia, en el que se la ve muy deforme y esa distorsión es la que la hace bailar. Finalmente se deshace de él, descubre al público, cae la cuarta pared y Esther empieza a desprender­se de todos los artificios de las máscaras.

–¿La obra termina bien entonces? –(se ríe) Podría decir que sí; con Esther despintada y desarregla­da pero divirtiénd­ose de verdad.

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ANdRES d’ElIA Esther Bardo. Así se llama el alter ego sobre tablas de di Paola.

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