Revista Ñ

Poesía para chicos con vuelo propio. Entrevista con Laura Devetach

La autora de “La torre de cubos” presenta la reedición de “Para que sepan de mí” y alienta a borrar las fronteras entre literatura infantil y adulta.

- Alejandra rodriguez ballester

Su “ilimitada fantasía” fue citada como motivo para censurar el libro, La torre de cubos, durante la dictadura. Los censores intuían que había allí un germen liberador y no titubearon en reprimirlo. Laura Devetach vivía en Córdoba, en un barrio obrero, y se había iniciado como narradora contando cuentos a los niños en una guardería. Ese fue el origen del libro tan cuestionad­o por los militares, en el que se ponía en escena la realidad social y el lenguaje cotidiano –el voseo en literatura era una novedad–, algo revolucion­ario en una época donde la literatura para niños seguía el mandato del didactismo y lo utilitario.

Hoy, a los 80 años, Laura Devetach recuerda esa época, entre otras cosas, porque acaba de reeditarse su libro Para que sepan de mí, en una edición con viñetas y diseño de Juan Lima y Vero Roca, y ese libro, que en 1987 fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes, es uno de los destacados de Alija (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina) en 2017, en la categoría Rescate editorial. “Llegaron los lobos/ una noche/ huí/ y perdí/ los azahares/ y el limonero”, puede leerse en ese poemario, que no fue escrito para niños y cuya historia también está ligada a la dictadura.

“En aquella época, las cartas siempre eran peligrosas; a mí me llegaban sobres abiertos. Entonces decidimos no escribir ni mandar más cartas. Tenía muchos amigos de la diáspora de Córdoba exiliados en México. Cuando viajaba alguien tomaba los poemas que tenía y se los iba mandando, por eso el nombre del libro, Para que sepan de mí. Y entre nuestros amigos se iban pasando los poemas. Hasta que quedó convertido en un poemario. En el 1988 lo publicó De la Flor. En Barcelona, donde vive mi hijo, algunos poetas y docentes llevaron el libro para los chicos más grandes y tuvieron experienci­as hermosas. Por eso le propuse a Calibrosco­pio publicar libros de poesía que no fueron escritos para chicos pero que los pueden leer. También llevé Balada del aullador de Gustavo Roldán, mi marido, ya fallecido. –Tu libro no fue escrito para chicos, pero ellos pueden leerlo y comprender­lo. ¿Qué pensás de las fronteras que se establecen entre la literatura para chicos y para grandes?

–Tanto las escuelas como las editoriale­s hacen esas clasificac­iones por edades, que tienen fines pedagógico­s o, en realidad, comerciale­s. Hay un amplio panorama posible para incluir a los niños. Mucha gente leyó libros insólitos a los 9 años. En

mi casa tenía libertad total. En la biblioteca de mis padres había novelas sentimenta­les, policiales, y yo leía lo que se me daba la gana. Si me aburría dejaba el libro y buscaba otro. Uno va haciendo su camino, por eso soy enemiga de los manuales, la biblioteca escolar es mucho más rica. –Formaste parte de una generación de escritores que renovó la literatura infantil, con Graciela Montes, Gustavo Roldán, Graciela Cabal. ¿Cómo ves ese recorrido?

–Nosotros veníamos del interior, de una vida más en contacto con la naturaleza. En Córdoba, el arte se sentía como una brisa en las calles en esa época. Hicimos programas de tele y de radio con Canela, y también hice teatro y televisión. –¿Cómo era ese programa?

–Se llamaba Pipirrulin­es y jugaba mucho con el humor. Decía: estos que parecen dedos en realidad son pipirrulin­es. Era un unitario que mezclaba títeres y actores. Había personajes como el guardián de la plaza o el “palolisero”, un personaje que iba con un palo liso. Eso lo tomé de los chicos. Mi hijo iba siempre con un palo, era como una prolongaci­ón de la mano, como cuando los chicos van con un peluche, un trapito o algo así.

–Volvamos a tu libro Para que sepan de mí. ¿Dirías que esos poemas se relacionab­an con tu vida durante la dictadura?

–Creo que sí porque nadie puede decir que no vive respirando aire cuando hay aire. La dictadura era la cotidianei­dad. –¿Recordás las razones que se dieron para prohibir La torre de cubos?

–El decreto con que prohibiero­n el libro mencionaba exceso de imaginació­n y falta de metas trascenden­tes, por ejemplo. Creo que la Iglesia estaba particular­mente molesta con ese libro. O lo amaban o lo odiaban. No era consciente de eso, pero introduje el vos, todo lo que tuviera que ver con el trabajo de los chicos, el juego en la calle. No era el tipo de libro que se usaba en aquel momento. Yo iba a contar cuentos a la guardería y los cuentos eran de antes, venían de la oralidad. La torre… tiene 50 años y todavía tiene vigencia.

–Fue un libro innovador.

–No era consciente de eso. Fue un libro que se impuso desde el interior, no conozco otro con el que haya pasado lo mismo. Para ellos había cosas inaceptabl­es, por ejemplo el cuento de Bartolo, que es un sainete sobre el sistema: el capitalist­a que no quiere que otra persona regale lo que él vende. El libro introducía la problemáti­ca social. Sabés que en Santa Fe, este año, se hizo el decreto contrario, recomendan­do el libro. Eso estuvo muy bien. –¿Cuál es el rol de la lectura de poesía para los chicos?

–Es una forma expresiva ideal para los chicos. Está casi a la altura del juego. Antes los docentes la rechazaban porque no sabían qué hacer con ella. Pero ahora, a través de la promoción de la lectura, ya ha entrado y gusta. Los chicos antes no querían leerlas y ahora sí. La leen como pueden y generalmen­te anda bien. Ese era el tema: ¿qué hacemos con la poesía? Pero los docentes leen poesía para chicos; deberían leer todo tipo de poesía. Y en las universida­des debería haber cátedras, por ejemplo, de literatura infantil.

–¿A qué atribuís este auge de la literatura infantil?

–Creo que hay una influencia de los narradores de cuentos. En la misma Feria hay actividade­s con narradores. Hay un batallón de personas y niños leyendo. Los padres que encuentran un espacio para leerles a sus hijos han encontrado un buen lugar de comunicaci­ón con ellos y lo aprecian. Y hay huestes de narradores,

como Ana Padovani, Ana María Bovo, etc. Al padre que se le narra tiene hijos narrados. En mi libro La construcci­ón del camino lector se plantea que hay que empezar por los adultos. Además, la literatura para chicos es una puerta de entrada a la literatura para padres y docentes. Porque un libro lleva a otro. Y es más fácil entrar a la poesía desde la poesía para chicos. –¿Qué tipo de actividade­s sugerís para la lectura de poesía?

–Leer, sencillame­nte. Es tal el lío que se hace alrededor de la lectura que se olvidan de que lo que hay que hacer es leer. Entonces surgen diálogos, los chicos traen libros de su casa. No hace falta planificar tanto, y sobre todo no ligar la lectura con cuestiones gramatical­es.

Quienes busquen en la Feria del Libro

Infantil encontrará­n también poemas musicaliza­dos y leídos por Laura Devetach, como en el CD Quién sabe, realizado por Mariano Medina, Grillo Bonaparte y Ceci Raspo, además de muchos de sus libros, que nunca pasan de moda porque fueron innovadore­s casi sin querer. El domingo 16 y el jueves 20, en los stands de Comunicart­e, Calibrosco­pio y Santillana, la misma escritora estará presente para firmar esos libros y prolongar así, cara a cara, esa conversaci­ón iniciada hace tantos años en sus relatos y poemas. A no perdérsela.

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MARTIn bonETTo Clásica. Como su marido Gustavo Roldán, o Graciela Cabal y Graciela montes, las obras de devetach –“La torre de cubos” y “Para que sepan de mí”, entre otras– dicen presente hace rato dentro y fuera de las aulas.
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