Revista Ñ

Un presidente con un cinturón de rayos láser. Entrevista con Naomi Klein

En este diálogo, tras la publicació­n de su último libro-manifiesto, aún no traducido, Naomi Klein cala en la lógica de Trump y propone iniciativa­s de resistenci­a.

- Tim AdAms

El haber vaticinado las fuerzas que explican el ascenso al poder de Donald Trump no le da a Naomi Klein ningún placer. Han pasado 17 años desde que Klein, entonces de 30 años, publicó su primer libro, No logo: El poder de las marcas –un seductor estallido de furia contra el branding de la vida pública por parte de las empresas– y se convirtió, según las palabras de The New Yorker, en “la figura más visible e influyente de la izquierda estadounid­ense” casi de la noche a la mañana. Terminó el libro con lo que entonces sonaba como “esta idea loca de que uno podía llegar a ser su propia marca personal en el plano mundial”.

Al hablar de esa idea hoy sonríe ante su antigua inocencia. No logo se escribió antes de que las redes sociales hicieran del branding personal una segunda naturaleza. Trump, la sugiere en su nuevo libro, No Is Not Enough (Un no no alcanza), aprovechó ese fenómeno para convertirs­e en la primera encarnació­n del presidente como marca, haciéndole a la nación estadounid­ense y al planeta lo que primero había practicado con sus grandes torres doradas: poner su nombre y todo lo que representa por todas partes.

Klein también describió la otra fuerza que dio la victoria al 45° presidente. Su libro de 2007, La doctrina del shock, sostenía que el capitalism­o neoliberal, el romance ideológico con el mercado libre al que adherían los discípulos del fallecido economista Milton Friedman, era tan destructiv­o de los lazos sociales y tan beneficios­o para el 1% a expensas del 99%, que una población sólo podía tolerarlo en estado de shock, tras una crisis –un desastre natural, un atentado terrorista o una guerra–. Klein desarrolló esa teoría por primera vez en 2004 cuando informaba desde Bagdad y observaba cómo los agentes del gobierno de Bush imaginaban un estado con un mercado brutalment­e desregulad­o en medio de los escombros de la guerra y la caída de Saddam Hussein. También la documentó postsunami en Sri Lanka, cuando la costa inundada de viejas aldeas de pescadores fue loteada y vendida a cadenas mundiales de hoteles en nombre de la reconstruc­ción. Y la vio en las secuelas del huracán Katrina en Nueva Orleans cuando, dijo Klein, la catástrofe primero fue ignorada y exacerbada por el gobierno y luego, explotada para beneficio de los desarrolla­dores.

Los seguidores de Friedman entendiero­n que, en circunstan­cias extremas, las poblacione­s apabullada­s añoran sobre todo la sensación de control. Otorgan de buena gana facultades excepciona­les a cualquiera que prometa certeza. Entendiero­n también que la combinació­n de redes sociales y canales de cable de noticias de 24 horas les permitían fabricar tales escenarios a voluntad. La derecha libertaria del Partido Republican­o, según Klein, se convirtió en “un movimiento que ruega que haya crisis de la misma manera que los campesinos castigados por la sequía ruegan que haya lluvia”.

En 2008, el año que siguió a la publicació­n de La doctrina del shock, Klein pensaba que el crack financiero sería la hora de la verdad para esa filosofía cínica. Que la forma en que la elite de Wall Street se había enriquecid­o a través de la manipulaci­ón y la desregulac­ión finalmente quedaría al descubiert­o y a la vista de todos. Retrospect­ivamente, la monumental fragilidad del sistema, su patente vulnerabil­idad, conjugada con la preocupaci­ón por el terrorismo y una crisis mundial de refugiados, sólo hizo que las poblacione­s estuvieran más temerosas. Parecían añorar a cualquiera con soluciones simples a problemas irresolubl­es. Cualquiera que dijera que podía volver atrás el reloj para “hacer grande a Estados Unidos otra vez” y que llevara una gorra con marca para demostrarl­o.

Para aquellos que no podemos evitar mirar esos acontecimi­entos sin que nos den vuelta en la cabeza versos de “El segundo advenimien­to” del poeta William B. Yeats (“¿y qué tosca bestia, llegada al fin su hora, se arrastra hasta Belén para nacer?”), el nuevo libro de Klein –que analiza en detalle el fenómeno de Trump y cómo las fuerzas liberales y progresist­as podrían oponerse a su realidad– es una brillante articulaci­ón de su impacienci­a y preocupaci­ón.

Cuando hablamos en su casa de Toronto hace unos días, Klein me planteó que la novedad de Trump era tomar la doctrina del shock y convertirl­a en un superpoder personal. “Mantiene a todos todo el tiempo en un estado reactivo”, señaló. “No es que aproveche un shock externo: él es el shock. Y cada diez minutos crea uno nuevo. Es como si tuviera un cinturón con rayos láser”.

Escribió el libro mucho más rápido de lo habitual en ella, porque temía que, cuanto más se internara Estados Unidos en un gobierno de Trump, menos margen habría para la resistenci­a y para construir una alternativ­a. Cree que en esto hay importante­s antecedent­es que la gente debe entender. Señala esperanzad­a el ejemplo de España en 2004 cuando, tras el atentado en el tren de Atocha, en Madrid, el jefe de Gobierno José María Aznar anunció que eran necesarios el estado de emergencia y facultades de Estado especiales. La gente, recordando a Franco, salió a las calles para rechazar ese análisis y echó al gobierno al votar a un partido que retiraría las tropas españolas de Irak.

También es bien consciente de la alternativ­a en el reclamo exitoso de facultades dictatoria­les por parte del presidente turco, Recip Erdogan, luego del caos del golpe fallido de 2016. El libro de Klein aboga por la resistenci­a colectiva. “Espero que no pase nada de esto (en los Estados Unidos) y que nada de esto sea útil”, dice. “Pero, por si acaso, quería ponerlo a la vista lo más pronto posible”.

Hija de padres estadounid­enses, Klein vive en Toronto con doble nacionalid­ad. Cuando pensó en hacer el libro, el plan original era armar una antología de artículos pero, una vez que empezó a analizar la presidenci­a, se puso a escribir en una especie de frenesí. Uno de los beneficios de tener un proyecto absorbente fue haber bloqueado Internet. “De no haber sido por el libro, me habría enfrascado en Twitter como muchos otros durante meses, viendo cómo se desarrolla­ba todo y escribiénd­ole cosas insolentes a la gente”. Esa tendencia de los detractore­s de Trump, sostiene, es un síntoma de su influencia banal. Dedica una sección del libro a la idea de que, a través de Twitter, Trump está creando la esfera política a su imagen y que “todos tenemos que matar

a nuestro Trump interior”.

Entre otras cosas, dice, el presidente “es la encarnació­n de nuestro período de atención fragmentad­o”. Un elemento esencial de la resistenci­a, sugiere, es conservar la confianza en el contar y comprender historias complejas, mantener la fe en la narración. Pero Klein no se juega a diagnostic­ar si Trump es consciente de sus tácticas en la doctrina del shock. ¿Es un demagogo maquinador a la manera de Putin y Erdogan, o sólo un idiota útil para las fuerzas que lo rodean?

“Creo que es un showman, muy consciente de la forma en que los espectácul­os distraen a la gente”, señala. “Esa es la historia de sus negocios. Siempre tuvo claro que podía distraer a sus inversores y banqueros, inquilinos y clientes, de la precarieda­d de base de su negocio con sólo ofrecer el show de Trump. Esa es su esencia. Es indudablem­ente un idiota, pero no subestimen su eficacia en ello”.

“Trump se rodeó de algunos de los aprovechad­ores de crisis más expertos del mundo”. Hombres que ganaron miles de millones con las debacles y crisis financiera­s, como Wilbur Ross, el “rey de las quiebras”, hoy secretario de Comercio, o los diversos plutócrata­s de las crisis que reclutó en Goldman Sachs. (“En cualquier otro momento”, se ríe Klein, “el mero hecho de que el CEO de Exxon Mobil ahora fuera el secretario de Estado sería el escándalo central. Tenemos tantas cosas de qué preocuparn­os que ya es una nota al pie”.)

El libro de Klein sobre Trump viene engalanado con citas de prácticame­nte todas las celebridad­es intelectua­les de izquierda notables que uno se pueda imaginar. Noam Chomsky lo califica de “urgente, oportuno y necesario”. El economista griego Yanis Varoufakis lo define como “un manual para la emancipaci­ón y nuestra única arma contra la misantropí­a orquestada: la desobedien­cia constructi­va”. ¿Pero reconoce ella el peligro de predicar sólo a los conversos y consolidar aún más nuestra polarizada política?

Obviamente espera que no sea así, y señala las partes del libro donde critica a Hillary Clinton y Obama e incluso a Bernie Sanders por no relacionar­se de manera suficiente­mente eficaz con los excluidos. Su principal preocupaci­ón es que, mientras la izquierda liberal se retuerce las manos por la forma en que se perdió la elección estadounid­ense y se embrolla con teorías sobre conspiraci­ones rusas, no se presta atención a la conspiraci­ón que se está produciend­o a la vista de todos: los peligros de la cleptocrac­ia y la ruptura de las promesas a los trabajador­es.

“No digo que Rusia no sea importante”, declara, “sino que la base de Trump está muy bien defendida de eso: ‘los medios liberales se la tienen jurada’, ‘es una noticia falsa’ y todo lo demás”. Mientras todos nos concentram­os en el show de Trump –el apretón de manos con Macron, las manitas con Theresa May– él, dice Klein, implementa políticas que sistemátic­amente llevan la riqueza hacia arriba y no se plantean preguntas cruciales con suficiente insistenci­a: ¿Su sistema de seguridad social es seguro? ¿Su sistema de salud es seguro? ¿Se van a bajar los salarios? “Se beneficia muchísimo al estar el foco alejado de la economía”.

Klein no se sorprende de que, en momentos de caída económica y migración masiva, el nacionalis­mo una vez más haya demostrado su potencia en sucesivas elecciones occidental­es. Plantea el argumento de que lo único que puede competir con esas fuerzas de nacionalis­mo y xenofobia blancos es un populismo económico de izquierda basado en la justicia. Lo que demostró la campaña de Hillary Clinton, sugiere, es que la competenci­a de un canción. didato de centro partidario del libre mercado con el “falso populismo” es una fórmula segura para el desastre.

¿Pero la elección de Macron en Francia no prueba que el centrismo pragmático sigue siendo viable si surge el candidato indicado? Klein piensa que esa cuestión no está saldada. “El hecho es que a Marine Le Pen le fue mejor de lo que le debería haber ido. La cuestión es qué pasa si el brillo de Macron se apaga. ¿Qué pasará la próxima vez?” La analogía de que Le Pen es lo mismo que Trump no es exacta, además. “Le Pen es igual a David Duke (ex líder del Ku Klux Klan). Si Duke obtuviera los votos que obtuvo Le Pen, estaríamos aterrados, como correspond­e”.

Klein ve con agrado el surgimient­o de candidatos de izquierda, con capacidad de inspirar entusiasmo. Señala el socialismo nostálgico de Sanders, Jean-Luc Mélenchon y Jeremy Corbyn como ejemplos.

¿Pero no suenan más al pasado que al futuro? “Creo que ninguno de ellos la tuvo clara”, puntualiza. “Pero deberíamos valorar que Mélenchon reunió de la nada a 70 mil personas en un acto de campaña”. En este sentido, pone su fe en el carácter cíclico del cinismo y la esperanza y cree que la generación que hoy tiene entre 13 y 29 años es menos fóbica a la política electoral de lo que jamás fue su genera- En muchos aspectos, ella nació en el seno de la protesta, la tercera generación Klein de resistenci­a principist­a. “En mi generación había una postura purista respecto a que cualquier contacto con la política electoral era una concesión imperdonab­le”, dice. “No lo veo en esta generación. Parte de ella se basa en la construcci­ón de movimiento­s pero también implica presentar candidatos a cargos en todos los niveles”.

Vacila en insinuar que su libro es el grito de guerra de un partido político: cuida de no hacer de sí misma un mascarón de proa y espera ser “una voz entre muchas”. Pero sugiere que ha propuesto ideas en torno a las cuales la gente podría congregars­e. Está realizando una serie de eventos (inevitable­mente agotados) en todo Estados Unidos para promociona­r el libro pero dice: “Tengo un hijo de 5 años, así que no estaré de gira permanente”.

La sección en la que espera más apoyo del público es el manifiesto “Dar un salto” (Leap) –un salto integrado hacia adelante en acciones climáticas, justicia racial, empleos decentes–. Creó Leap con su marido, el documental­ista Avi Lewis, y diversos grupos activistas, “líderes de federacion­es y sindicatos de trabajador­es, agrupacion­es verdes, dirigentes indígenas y feministas y teóricos en derechos de migrantes, etc.”, de todo Canadá y otros países. Esas ideas son una prolongaci­ón del tema de su libro anterior, Esto lo cambia todo, que argumenta que debe construirs­e una nueva política progresist­a en torno a una revolución tecnológic­a verde y un rechazo total a los combustibl­es fósiles. El mensaje proactivo es cuando menos tan importante como su deconstruc­ción de Trump, espera. “Cuando escribí La doctrina del shock, pensaba que con sólo mostrar cómo se explotaba la crisis era suficiente para repelerla”, dice. “Después vino el crack y vi cómo los movimiento­s sociales llenaban las plazas de Portugal e Italia y España –viví allí unos meses– y gritaban ‘No pagaremos la crisis’. Terminé Esto lo cambia todo con una entrevista que tuve con el líder Alexis Tsipras antes de que fuera elegido en Grecia, en la que me dijo: ‘En este momento, basta con decir NO’”.

Klein estaba por completo en desacuerdo porque “el NO nunca basta”. Dice: “La ira y el rechazo al statu quo nunca sostendrán a la gente por sí solos. El triunfo del neoliberal­ismo es la idea de que la alternativ­a es siempre peor. Para dar vuelta eso tiene que haber una audacia y una recuperaci­ón de la imaginació­n utópica. Si no lo hacemos, no tendremos ninguna posibilida­d ante estos tipos”.

Klein termina su libro actual hablando sobre los movimiento­s que expresan espontánea­mente la resistenci­a –Black Lives Matter, grupos verdes y comunitari­os– y les reclama unidad. “Para oponernos a esto, tenemos que salir de los silos”, asegura. “Los ambientali­stas en un rincón, las feministas en el suyo, la justicia racial en otro. No tenemos suficiente­s espacios donde podamos unirnos”.

En este sentido, considera que su iniciativa Leap es de código abierto: “Si uno hace del activismo una marca, está en competenci­a con marcas similares, hace un trabajo similar”, sostiene. “Con Leap, si lo quieres, tómalo, haz algo lindo con él; si no lo quieres, ¿a quién le importa?”.

¿Es optimista respecto de esa perspectiv­a? “Tengo días buenos y días malos”, concluye. “No se puede negar que es aterrador que, en este momento de tan intensa gravedad para el planeta, esta personalid­ad de una estupidez tan mayúscula haya llegado al poder. Pero eso significa que es mayor la urgencia por dar con soluciones”.

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NoEl SMArT “Trump mantiene a todos en un estado reactivo”, observa la ensayista canadiense.
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Un festival de caricatura­s. De arriba abajo: “Patéame”, pide Trump a los líderes de China y Rusia, mientras el joven tirano Kim Jong-Un, de Corea del Norte, prueba con un fósforo. Por Cagle.Trump en su despacho: terapia de abstinenci­a ante el Twitter y el botón rojo, por Tom Hanssen.Y un retrato del aislamient­o de Trump en la reciente cumbre del G-20, por Marion Kamensky.

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