“El libro de los géneros recargado”, de Elvio E. Gandolfo
Se reedita, con material nuevo, el libro de ensayos y artículos del gran narrador Elvio E. Gandolfo, que celebra la ciencia ficción, el policial y el terror.
Elvio Gandolfo ha escrito, con talento e imaginación, cuentos, novelas, textos autobiográficos, poemas. Pero su obra narrativa (también sus poemas narran) ha estado siempre acompañada por su otra labor de traductor y lector. Nunca se presenta a sí mismo como crítico, sino como alguien que lee: “Lo fascinante de ser lector es ver cambios que uno no esperaba en uno mismo”. Gandolfo estudia los textos y a la vez se estudia a sí mismo como lector.
En “Filial” (Cuando Lidia vivía se quería morir) hay una escena clave: Elvio recuerda cómo él y su padre, el poeta Francisco Gandolfo, aprovechaban para leer mientras trabajaban en la imprenta familiar. Leían de pie, el libro apoyado sobre la Minerva (máquina de impresión anterior al offset) a la espera de que llegara el momento de sacar lo ya impreso y de alimentar con más papel a la máquina. “Mi padre y yo leímos los 100 o 200 libros (…) que nos marcaron al unísono en esos años”. En medio del ruido de las máquinas, las voces familiares y las visitas que nunca faltaban, la lectura era “un líquido silencioso”.
El libro de los géneros recargado abarca prólogos de antologías, artículos y entrevistas desde fines de los 70 hasta el presente. Pero podría haber comenzado aún antes: ya en 1968 Gandolfo comenzó a publicar en Rosario El lagrimal trifurca, una revista donde la poesía tenía un lugar importante, pero también los géneros (el número 11, por ejemplo, está dedicado a la novela policial). Fines de los 60, principios de los 70: mientras todo se politizaba y el valor de la literatura quedaba relegado por otras urgencias, la revista rosarina seguía siendo fiel al amor por la literatura, sin el complejo de culpa que abrumaba a otros intelectuales.
Este volumen de más de 400 páginas es una edición aumentada de El libro de los géneros. Para esta reedición el autor agregó un prólogo y unos cuantos artículos; dejó de lado tres cuentos propios que había incluido a modo de yapa, y también el anterior prólogo. Injusta exclusión, ya que era un texto encantador que mostraba la evolución del lector/autor. En sus páginas, Gandolfo recordaba que había empezado a leer a Isaac Asimov el mismo día que dejó de leer a Julio Verne. Más adelante encontró, en una librería del centro de Rosario, ejemplares de las revistas Amazing Stories y Fantastic, con cuentos de fantasía y de ciencia ficción. En cuanto las compró quiso empezar a traducir cuentos para su futura revista (que sería El lagrimal). Pronto descubrió sus limitaciones con el inglés. Empezó a estudiar en el Anglo de Rosario: más adelante, y a partir de su encuentro con Francisco Porrúa, director de la editorial Minotauro, Gandolfo hizo su primera traducción (que Porrúa llenó de correcciones).
En el prólogo de esta segunda edición el autor nos advierte “En un momento pensé que los géneros ‘menores’ (ciencia ficción, policial, fantasía, terror) cumplen un papel de refresco, de refuerzo de la literatura ‘mayor’. Como en el género del western, llegan con el estruendo y brillo los clarines de la caballería en el preciso momento en que el lector en general está por morirse de aburrimiento y aplican una inyección de vitalidad a factores como la construcción de la trama o el mero flujo narrativo, muchas veces abrumado por toneladas de psicología, descripción o sociología”. Para el autor, el sistema literario estadounidense es el único que de verdad legitima los géneros (y pone como ejemplo el caso de la novela negra o de la ciencia ficción de Philip Dick o Kurt Vonnegut). Pero lo hace solo después de un largo tiempo.
Como este libro es la historia de un lector, Gandolfo no pretende que sus opiniones estén de acuerdo unas con otras. Entre las dos lecturas que hace de Stephen King (la primera en la revista El Péndulo en 1981, cuando casi nadie se tomaba en serio al autor de Carrie, y la otra veinte años después, cuando ya era un clásico de la literatura popular) podrían discutir entre sí. No es que veamos a dos Stephen King distintos: vemos a dos Gandolfos distintos. El primero, más preocupado por la relación de King con el bestsellerismo; el otro, más sereno y lúcido, considera a King a la altura de Poe y Lovecraft.
Uno de los textos fundamentales de este libro es “La ciencia ficción argentina”, que publicó en 1977 en la antología Los universos vislumbrados y donde hace un repaso de la historia del género entre nosotros (Holmberg, Lugones, Macedonio Fernández, Horacio Quiroga, Borges, Bioy Casares). Pero también se ocupa de la historieta de Oesterheld, de la revista Más allá, de la labor pionera de Pablo Capanna y de las ficciones de su admirada Angélica Gorodischer.
Los prólogos para las antologías (en su mayoría escritos para aquella colección de tapitas blancas del Centro Editor de América Latina) están dominados por su afán de trazar un panorama completo, claro y conciso del tema elegido (es extraordinaria su introducción a la obra de Dick, para la efímera revista-libro Fénix). En muchos de los artículos, en cambio, aparece el otro Gandolfo, el polemista. Así, en “Perdónalos, Marlowe, porque no saben lo que hacen” (publicado en la revista Fierro en los años 80) fustiga a los autores argentinos del género negro por haber tomado al detective de Chandler como único modelo a seguir.
Esta crítica continúa en el reportaje que le hace Jorge Lafforgue para el libro Asesinos de papel hasta alcanzar un blanco más amplio. Dice con respecto a la figura de muchos detectives argentinos: “se pasaron de rosca con la derrota del personaje. De hecho, el tipo terminaba inscribiéndose en toda esa corriente cultural ‘progre’ que tuvo tanto peso en los medios, los libros o hasta los teleteatros (cosas tipo Atreverse o ahora Nueve lunas). Alguna vez habría que trazar el perfil de esa zona cultural/ideológica, que tuvo tremendas pretensiones implícitas o explícitas de explicación definitiva del mundo”.
Hay una duda que atraviesa todo el libro de los géneros (y que hacemos nuestra): ¿qué es más valioso: aquel autor que rompe los límites de un género, o aquel que lo instala? Aquí Gandolfo ya no lee un libro, sino una tradición. “Se ha dicho más de una vez que Conan Doyle no era un escritor genial y que no se destacaba por la calidad de su estilo. Pero esas carencias pasan a ser virtudes cuando se trata de su aporte fundamental: lo que realiza es una labor de ordenamiento, de normalización”. Elogia entonces lo que a menudo se critica: la distribución de roles entre Holmes y Watson, la organización de las historias, la repetida cronología de los acontecimientos (“llegada del cliente, presentación del misterio, acción y resolución”). Gandolfo no ve a la convención como una pesada carga, sino también como germen y posibilidad.
Las lecturas de Gandolfo, y tal vez las de todos, se definen entre el placer de la familiaridad y el de la extrañeza, entre lo conocido y lo ajeno, entre la casa y lo que está puertas afuera. Los géneros son, en la adolescencia, un anticipo o resumen de lo que el mundo tiene de nuevo, de variado, de ajeno, de futuro. Con los años, esos libros con imágenes de cohetes espaciales, rubias peligrosas y sombras asesinas dejan de ser aquella promesa del mundo y se convierten en un regreso al hogar.