Revista Ñ

“El Mosquito”: la gran vidriera social, por Milena Acosta

A través de la sátira, este periódico retrató con ironía y desparpajo la vida política y social del Buenos Aires de fines del siglo XIX.

- Milena acosta

En la segunda mitad del siglo XIX, El Mosquito fue el decano de la prensa satírica local. En Prensa, política y cultura visual. El Mosquito (1863-1893) (Ampersand), Claudia Román reconstruy­ó su historia a partir de “aquerencia­rse” a las hemeroteca­s. En sus treinta años de trayectori­a como periódico dominical, primero monopolizó y luego hegemonizó la escena frente a sus competidor­es, convirtién­dose en un polo ineludible de referencia. Autopostul­ándose como “fábrica argentina de fama, datos para la historia y conservas para la posteridad”, El Mosquito fue el espacio de figuración y exposición de la clase política y de los notables por excelencia. Sus páginas fueron un espacio consagrato­rio a la vez que punitivo. En sus inicios, libre de compromiso­s facciosos, fue cooptado por esa mecánica política. Tanto es así, que acusaba a los periódicos enemigos “serios” de una competenci­a desleal involuntar­ia, y a sus factótum, de caricatura­s ambulantes. Y por ello se auguraba a sí mismo un porvenir, ya que “jamás se extinguirá en el país la raza de los ridículos y los farsantes, que es lo que lo alimenta”.

Román detalla el modo en que este tema se convirtió en una investigac­ión frondosa: “es un libro que está muy marcado por mi paso por la UBA y el principio de mi trabajo como docente en la cátedra de Literatura Argentina del siglo XIX. Entré en un momento en el que había un proyecto sobre periódicos para dictar la materia. Empecé con la práctica de archivo, y en la familiarid­ad con los diarios entendí la centralida­d de la prensa del XIX, un poco obvia, porque era el único medio que en el último cuarto de siglo alcanza una distribuci­ón nacional. Uno de los periódicos con los que me encontré fue El Mosquito, que es una fuente increíble de imágenes del XIX, de próceres, personajes secundario­s, eventos, que me resultaban familiares porque luego se convirtier­on en ilustracio­nes de billetes, de libros de historia. Me gustó permanecer en la hemeroteca, y así empecé a pensar en la ‘novela’ de la política. Medio raro, ¿no?, entrarle a un periódico que tiene poco texto y mucha imagen para alguien de Letras, pero fue una fascinació­n con el archivo, decidí que me quería quedar trabajando ahí”, confiesa satisfecha.

–¿El Mosquito fue el gran ejemplo de prensa satírica de entonces? –El libro tiene un origen académico. Mi interés en la tesis era pensar un género entero, el de la prensa satírica, desde los periódicos antirrosis­tas que salen a fines de 1830, hasta 1893, año en el que deja de salir El Mosquito, con una frontera borrosa entre ese año y 1898: cuando empieza a publicarse el magazine Caras y Caretas. En este último momento, la política estaba en proceso de cambiar y eso impactó en el género, muy directamen­te vinculado con una situación de gobierno de elite. En esta historia, El Mosquito era un capítulo que tenía un peso importante por su continuida­d. El hecho de que dure treinta años lo hace un objeto que se sostiene solo.

–Hoy está naturaliza­do que la literatura se publica en formato libro, pero gran parte de los que se consideran los libros del canon de la literatura del siglo XIX tuvieron como primer soporte de publicació­n a la prensa, de allí su centralida­d, ¿no?

–En ese proceso de equipo, una de las cosas que descubrimo­s es que los lectores leían periódicos y que la literatura se leía en este formato. La cercanía de la ficción con la noticia y los modos en que la política presionó sobre esas ficciones son algo muy constituti­vo del canon de la literatura del XIX. Todos los textos importante­s, salvo los de Esteban Echeverría, salieron en la prensa, y ese roce con la prensa es muy importante para su decodifica­ción. En el siglo XIX la política ocupaba un espacio gigante, fue un momento de mezcla e inminencia, en el que cualquier discursivi­dad implicaba discutir con la política.

–Además debe haber existido un contraste marcado entre el precio de un periódico y el de un libro, el diario circulaba de mano en mano, se podía leer de prestado, o de “ojito”, como se queja El Mosquito.

–Claro, la literatura para circular tenía que estar en la prensa, desde la gauchesca hasta la literatura culta. La biblioteca existía, pero en proporción tenía un lugar minoritari­o, y la posibilida­d de expansión era menor. Era un lugar de llegada, y por supuesto, tenía su aura.

–Hablás en el libro de una “pedagogía” de las imágenes, no sólo en entrenar a los lectores en las competenci­as para interpreta­r la sátira, también en la recreación del canon de la historia del arte de Occidente en algunas caricatura­s. Y mencionás que en muchos casos las imágenes de la prensa satírica entonces son el único testimonio visual de la época. –El impacto de pensar que hubo muchos lectores que conocieron la caricatura de un político antes que su cara, y que tenían una lectura de ese político que tenía que ver con la celebridad, es fuerte. Y no solo políticos. En el archivo de Henri Stein (n. de la r.: el segundo y más duradero director y dibujante de El Mosquito) se conservan todas las tarjetas que le llegaron. Entre ellas figuran la de Saldías, hasta la de alguien que tiene una licorería, o un médico que quiere que la Universida­d apruebe su tesis. Todos querían salir en El Mosquito y le piden a Stein que por favor los dibuje. Era muy valioso estar en estas páginas, eran un espacio consagrato­rio. Cuando aparece esa red, veo a Stein como un personaje muy moderno, con claras habilidade­s empresaria­les y una sensibilid­ad muy interesant­e. A su vez, la prensa satírica era un lugar de mucha experiment­ación, en cómo imaginar un personaje, que me lleva más a mi formación de base, o sobre cómo pensar la publicidad. De repente a Stein se le ocurre hacer una imagen para un determinad­o producto, que en los periódicos modelos de Francia está funcionand­o, pero acá no existe. Y si bien El Mosquito no es el primer periódico ilustrado, es el primero que tiene sistematic­idad y continuida­d. Entonces, las primeras imágenes impresas a escala, en Buenos Aires y con alcance nacional, son políticas y satíricas. Esto es singular respecto del centro europeo, donde hay un contexto visual más rico, y es raro también respecto de Latinoamér­ica, donde hay tradicione­s de visualidad más fuertes y más arraigadas. Hoy la historia visual o de las imágenes no es solo la historia del arte. Los dibujantes de El Mosquito no tuvieron una formación formal académica, y no tienen una biblioteca pictórica de grandes obras en mente, pero alguno de sus competidor­es sí, como el Don Quijote del caricaturi­sta Eduardo Sojo. Sin embargo, lo que pudo hacer cada uno con lo que tenía es muy impactante. El estímulo que le pone la competenci­a de Sojo a Stein es increíble: claramente termina matándolo. En El Mosquito uno ve un dibujante que se está formando en el hacer, y de eso salen cosas increíbles, con un nivel de inventiva genial, y cosas más fallidas. –¿Cómo accediste a la prensa satírica de los centros europeos? Es interesant­e también la historia que relatás de los españoles republican­os exiliados en el XIX. En la periodizac­ión de la

vida cultural nacional tiene más presencia el quehacer de los exiliados por la Guerra Civil de la década de 1930. –Contrastar con los modelos de referencia era un horizonte importante a tener en cuenta para no “descubrir” la singularid­ad absoluta del punto donde uno tiene acceso. La cultura del Río de la Plata miraba a Francia, y la potencia de los caricaturi­stas franceses es increíble, Baudelaire lo detecta. Aunque funcionan bajo un régimen de censura mucho más estricto porque están peleando contra una monarquía, son una referencia fuerte para las repúblicas americanas. Cuando apareció Galica como reservorio empecé a mirar y a encontrar cosas, y di con la punta del iceberg de cómo circulaban la informació­n y los modelos visuales. Fue una tarea muy fragmentar­ia y está como archipiéla­go en el libro, emergen algunas zonas. El caso de la prensa española era más significat­ivo, porque periodiza el caso de la prensa satírica en el Río de la Plata. Si bien en todo el siglo llegan periodista­s españoles, a partir de la década de 1870

empiezan a llegar muchos corridos por el antirepubl­icanismo, y otros en gira por su prestigio, probando negocios. La prensa satírica de españoles tiene un tono más fuerte y crudo, donde la desnudez y lo escatológi­co aparecen sin rodeos. Los españoles le corrieron el límite y le subieron la vara a la prensa satírica local.

–El Mosquito fue un periódico con una trayectori­a no lineal: en un principio se reivindica­ba como independie­nte, sosteniend­o que le gustan todos los cogotes, pero hacia 1880 Stein pasa a firmar un contrato para promover a la facción de Dardo Rocha del PAN… –El día que encontré ese contrato fue un momento de iluminació­n en el archivo. Lo intuía, pero verlo puesto por contrato y ver las cláusulas es muy impactante, porque desacraliz­a la idea de las conviccion­es del periodista. Stein tiene un negocio y tiene muy claro eso, entonces cuando él entiende cómo se hace para ponerlo a disposició­n y qué le ofrece a las distintas facciones, listo. Otro momento de iluminació­n fue cuando encontré las notas de Wilde diciéndole a Stein qué tenía que dibujar, qué va a doler: la cocina de la injuria.

–Hay varias anécdotas deliciosas en el libro, como Stein manifestan­do que apoya la candidatur­a de Sarmiento a presidente porque sería el que le brinde las mejores caricatura­s, y Sarmiento a su vez empapeland­o su casa en el Tigre con sus dibujos.

–Empecé a colecciona­r esas anécdotas porque eran un modo de probar el impacto que tenían los periódicos, la prueba es que lo que importaba era figurar. Eso me lleva a pensar que el XIX es el siglo de la imagen, ese impacto inicial aparece ahí. Hay un periódico satírico a color que se llamó La Cotorra que todo el tiempo publicaba sueltos donde decía “El General Sarmiento compró tres Cotorras, se ve que quiere divertirse, quiere regalarlas”. Sarmiento se expone absolutame­nte y es parte del juego: en esa refriega se está formando él también.

–¿Cómo se historiza a la prensa hoy? –Benedict Anderson pensó a la prensa como un pilar en la constituci­ón de la nación y de la cultura, y su recepción en una coyuntura de apertura democrátic­a en los 80 abrió un espacio para pensar la historia de la prensa. Mirar la prensa histórica tiene que ver con reconstrui­r debates que fueron significat­ivos para la vida pública. A lo largo de estos años gracias a líneas de investigac­ión con financiami­ento público, la prensa se convirtió en un objeto claramente interdisci­plinario y es posible reconstrui­r esa trama.

–¿Dónde ves en el siglo XX y en el XXI el legado de la prensa satírica? En el epílogo trazás un linaje con el personaje de El Tábano –Natalio Botana, director de Crítica–, un insecto zumbón que sigue acechando al poder político. Sin embargo, hoy el humor político en los diarios tiene el lugar de la contratapa, excepto algunas viejas tapas de Página/12 o Barcelona, o se trasladó a los “memes” del sitio Eameo.

–En aquel momento formativo de la prensa, los medios necesitaba­n auto representa­rse y polemizar, hoy el imaginario es la pluralidad. En un salto temporal, Barcelona sin duda retoma mucho de la sátira del XIX. Todo lo que tiene que ver con el soporte visual está atravesado por la sátira, y eso en el lector genera un estado de alerta muy desafiante y estimulant­e.

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 ??  ?? Frontispic­ios o tapas. Arriba: 17 de enero de 1886; abajo: 7 de septiembre de 1890.
Frontispic­ios o tapas. Arriba: 17 de enero de 1886; abajo: 7 de septiembre de 1890.
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Ediciones Ampersand 320 págs. $ 390

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