Conversaciones con un vanguardista osado. Sobre “Extravíos de la vanguardia”
El ensayista José Fernández Vega dialogó con Roberto Jacoby en un libro: revivieron los 60 y también analizaron el arte frente al poder.
El libro Extravíos de vanguardia. Del Di Tella al siglo XXI (Edhasa) recoge conversaciones entre el artista y sociólogo Roberto Jacoby y el investigador y ensayista José Fernández Vega. Las primeras cinco charlas se realizaron en 2008, y las dos últimas en 2016. Desde el título elegido, el término vanguardia nos lleva a la primera etapa de la producción artística de Jacoby, cuando formó parte del Di Tella y, luego de romper con esa institución, participó de las principales acciones de la vanguardia radicalizada de los 60. “Éramos unos niños pavorosos”, dice Jacoby para referirse al grupo que frecuentaba el Bar Moderno en esos años, entre los que se destacan los nombres de Ricardo Carreira, Oscar Masotta, Pablo Suárez y Eduardo Costa. La desmaterialización aparece aquí como una idea-elemento clave para comprender las experiencias del arte de los medios protagonizadas por Jacoby y sus cómplices de aquellos años.
Es justamente Masotta quien retoma el término desmaterialización de El Lissitzky, uno de los artistas más prolíficos de la vanguardia soviética de los años 20. Después del pop, nosotros desmaterializamos, decía Masotta en una conferencia de 1967 resignificando esa noción, para dar cuenta del desplazamiento de la obra de arte desde el objeto hacia el concepto, o hacia las situaciones sociales suscepti- bles de ser generadas a través de materiales y dispositivos hasta entonces ajenos al mundo del arte. Partiendo de este marco conceptual, es posible leer la constelación de experimentos de elaboración estética al interior de los medios del grupo Jacoby-Costa-Escari como la antesala de la iniciativa artístico política más renombrada del período, que contó a Jacoby entre sus principales impulsores, y que fue realizada no en un museo sino en un local de la unión sindical CGT de la ciudad de Rosario: Tucumán Arde. La revolucionaria acción colectiva, llevada a cabo por artistas porteños y rosarinos, utilizó la estrategia desmistificadora del arte de los medios pero sumó también la creación de un circuito alternativo de contra-información que denunciaba la extrema pobreza en Tucumán, drásticamente acentuada por el cierre de los ingenios azucareros.
“Si hay algo que me aburre es seguir hablando de Tucumán Arde”, dice Jacoby con ese estilo provocador e insolente que no ha perdido a través de los años. Se pregunta, “¿queda algo por decir? ¿Queda alguna bienal por recorrer? ¿Algún merchandising por colocar? ¿Alguna teoría de baja calidad para vender a los turistas? ¿Algún curador internacional que no ceda a los encantadores residuos de una revolución derrotada?”. Estas son algunos de los interrogantes que parecen sobrevolar la muestra 1968 el culo te abrocho, realizada en la galería Appetite de Buenos Aires por el 40 aniversario de ese convulsionado año. En la primera entrevista del libro Fernández Vega vuelve sobre las intervenciones realizadas por Jacoby en sus propias obras-documentos de 1968 a propósito de la muestra, para reflexionar acerca de las distintas capas temporales que se superponen en las imágenes.
Aunque menos conocida, la labor de Jacoby como sociólogo resulta de gran interés (aún poco explorado) de la historia de las ideas y los registros intelectuales que configuraron el particular desarrollo de las Ciencias Sociales en Argentina. Bajo la dirección de Juan Carlos Marín, Jacoby realizó entre 1975 y 1986 varias investigaciones entre las que se destaca El asalto al cielo, ensayo político en el que propone una epistemología estratégica dirigida a aprender de la historia y la teoría de las revoluciones proletarias.
Desde sus lecturas de Marx, Clausewitz y Foucault, Jacoby complejizaba la comprensión del capitalismo no solo como un sistema de generación de mercancías y ganancias, sino también de cuerpos. A mediados de los años 80 realizó dos investigaciones enfocadas en los efectos de la dictadura. En la primera de ellas Jacoby formulaba una pregunta tan incómoda como necesaria: ¿fracasó la dictadura? Su objetivo era entonces extender el análisis del régimen militar no solo como un poder censurador y aniquilador, sino también en su dimensión productiva de discursos, saberes y subjetividades. “Puede ser útil repensar los aspectos menos espectaculares, complementarios del proceso destructivo”, escribía en El Periodista de Buenos Aires (febrero de 1985), y agregaba: “no lo que nos prohíben decir, sino lo que nos hacen decir y pensar. No tanto lo que eliminaron como lo que construyeron en nosotros mismos”.
Al año siguiente, con un estudio basado en una muestra de 90 entrevistas, exploraba la persistencia del miedo en la sociedad argentina. Un alto porcentaje de los encuestados identificaban la palabra “miedo” con “agresiones provenientes del poder”; la gran mayoría consideraba que podría haber sido secuestrado durante la dictadura y creía que aún podía llegar a serlo y uno de cada dos entrevistados reconocía conocer algún secuestrado. “¿Cuántas sociedades en el mundo pueden ostentar una ejemplificación aterrorizante de similar extensión?”, se preguntaba Jacoby en revista Crisis (octubre de 1986) y afirmaba: “el temor de mucha gente tiene la forma de persistencia del pasado en el presente”. Pese a la constatación empírica de la acción del miedo en las relaciones y situaciones sociales, Jacoby abría la posibilidad de huida: no solo el poder se nutre del miedo, también las rebeliones. “Se sabe que el límite entre la fuga, la parálisis y la cólera es sutil”, decía, poniendo el foco en una zona de Vigilar y Castigar a la que se le prestaba un poco menos de atención en esa época: la posibilidad de resistencia frente al poder.
Resistir al poder nunca resulta una tarea simple, menos aún si se trata de los embates de un poder desaparecedor como el de la última dictadura, que utilizó la tortura y el terror como métodos privilegiados de disciplinamiento social. En ese contexto represivo, Jacoby recurrió al placer como un principio metodológico, como una guía para la generación de acciones y situaciones hedónicas. En paralelo a las investigaciones sociológicas, su reconexión con la escena artística se dio entonces con Federico Moura y el grupo Virus, para el que escribió más de 40 letras de canciones y colaboró en vestuarios y escenografías. Jacoby veía en el rock un novedoso y atractivo ámbito de actividad de masas y, en este sentido, procuraba entender desprejuiciadamente el estado de conciencia de lo que consideraba facciones juveniles potencialmente revolucionarias. Por eso en varias ocasiones ha afirmado que Virus fue un proyecto político, o más bien, un programa con dimensiones biopolíticas, inscripto en lo que denominó estrategia de la alegría.
Jacoby habla de arte activista, o de arte y militancia, cociente de la demanda de “arte político” que muchas instituciones de los centros artísticos internacionales exigen a los artistas latinoamericanos para ingresar en el circuito del arte global. Su vocación, desde siempre, ha sido escapar de las etiquetas que encorsetan su práctica cruzando límites, rompiendo fronteras, estableciendo las más impensadas alianzas y transitando múltiples espacios/tiempos de la realidad, tal como lo siguen demostrando su gestión en el Centro de Investigaciones Artísticas (CIA) y sus últimas exposiciones. Movido por esos intereses diversos, desde los inicios no deja de conmover creativamente las reglas y creencias que normalizan nuestra vida cotidiana, desde una inquieta sensibilidad capaz de interpretar con gran inteligencia el presente. Su principal herramienta es, sin dudas, aquella que supo construir hibridando con desenfado los mejores elementos de la teoría social y la experimentación estética.