“El crimen del conde Neville”, de Amélie Nothomb
La escritora Amélie Nothomb ridiculiza -no sin cierta empatía- a una aristocracia intelectual y decadente, poblada de fantasmas.
Ya desde el título, esta novela corta de Amélie Nothomb es un tributo a El crimen de Lord Arthur Saville de Oscar Wilde, libro que se nombra directamente al comienzo para dejar la relación clara. Como en Wilde, Nothomb pinta aquí a la aristocracia decadente, intelectual, “fina”, que se sabe parte de un mundo que desaparece, y cuenta una historia que estaría más cómoda en la década de 1890 que en la de 2010, donde la coloca la autora.
El tono es de una liviandad traviesa, atrevida, sarcástica, también típica del autor inglés, aunque, como corresponde al siglo XXI, Nothomb se atreve a ser mucho más ominosa, incómoda y violenta que el autor inglés. En este libro en particular, la prosa de la autora es aparentemente límpida, clarísima, con largos diálogos, sobre todo en los momentos en que el conde Neville se enfrenta a su hija Sérieuse (Seria) y ella lo domina, lo manipula, lo maneja con enorme facilidad. Por debajo de esa prosa transparente caminan fantasmas bastante terroríficos y también divertidos, como en Wilde.
No todos los lectores van a apreciar esta “fantasía”, como la llamó la crítica, en la excelente traducción de Sergi Pamiès. Aquí no puede aplicarse la regla de Umberto Eco, que decía que los libros descartan lectores en las primeras cien páginas: a esa altura, la historia de Nothomb ya se está terminando. Pero, como en toda obra literaria, esta también elige sus lectores. Necesita a los que se atreven a hablar temas horrendos como el hambre, el suicidio, la hipocresía, la soledad y, en otro sentido, el incesto, en un texto que es, sobre todo, cómico, juguetón. Pero además, hacen falta conocimientos sobre el mito griego alrededor de Agamenón, Electra, Orestes e Ifigenia; los mitos judeocristianos sobre Job y la relación entre Abraham e Isaac; y sobre todo (y aquí es donde la cosa se pone compleja) sobre el debate entre las ideas de destino predeterminado y libre albedrío.
Nothomb escribe aquí sobre la aristocracia (en este caso belga) como una clase con valores en extinción, valores centrados en las apariencias que, en algunos casos, son capaces de causar la muerte. Pero las describe con una comicidad, una liviandad provocativa que puede molestar a muchos. Sobre todo porque el problema que puede tener esta novela para ciertas sensibilidades es que la mirada que sostiene la tercera persona narradora sobre la aristocracia venida a menos es demasiado empática, demasiado comprensiva.
El final, claramente absurdo (digna de Ubú Rey, dijo un crítico) es una toma de posición ambigua en cuanto al debate sobre el destino y el libre albedrío. Y al mismo tiempo, ¿no es ese final una decisión demasiado piadosa para con esos personajes? ¿O tal vez hay que pensar en toda la historia como un chiste exquisito, de escritura diamantina, y solamente eso?