Revista Ñ

Flora y fauna

- IVANNA SOTO

Es sábado por la tarde y en Londres por fin sale el sol. La multitud se presta al ritual de Romeo y Julieta en el Shakespear­e’s Globe Theatre, esa réplica de las hipótesis más contundent­es acerca de cómo podría haber sido el teatro original, que desde 1997 se levanta a orillas del Támesis.

La reconstruc­ción, llevada a cabo por el estadounid­ense Sam Wanamaker, fue polémica: ¿cómo ser fiel a una infraestru­ctura de la que se desconocen sus rasgos precisos? La verdad es que nadie sabe cómo fue el teatro que en 1613 se prendió fuego, pero no le quita peso a la fantasía de estar en un “verdadero teatro isabelino” (sin reina en el frente para admirar, claro, y bajo el padrinazgo de entes privados), situado apenas a unos 200 metros de donde cuatro siglos atrás resplandec­ió el mítico Globe.

El teatro añade al ritual clásico otro paso particular: en caso de ir sentados, hay que canjear el ticket para retirar el cojín y ver la función en un asiento acolchado sobre los palcos de madera. Y ponerse luego la visera de cartón con la marca del Shakespear­e’s Globe estampada en rojo para cubrirse del sol en un día de diáfano cielo azul.

El espacio no es exactament­e una “O de madera”, como lo describe el propio Shakespear­e en Enrique V, sino más bien poligonal. Con sus caras de roble repletas de gradas, separadas por “bahías” numeradas y letradas, debajo de su techo de caña –basado en ejemplares hallados en excavacion­es– el edificio se vuelve parte fundamenta­l del artificio teatral.

La puesta de Daniel Kramer, director artístico de la English National Opera, nos trae de vuelta a la actualidad. Queda a la vista por qué enojó tanto a los puristas la pareja clownesca, de cara blanca y ropaje entre gótico y vistoso, digno de una película de Tim Burton. Dos inocentes tratando de sobrevivir a este mundo violento de miedo y odio, tratando de amar y de amarse. La crudeza visceral es extensiva a toda la producción, y se vuelve por momentos algo histérica, sobre todo en la fiesta de los Capuleto donde Romeo (Edward Hogg) y Julieta (Kirsty Bushell) se conocen, al ritmo de “YMCA” –el hit de Village People–, de transformi­stas y de un hombre que baila en un disfraz de Godzilla.

El texto es el mismo, pero Kramer decidió superponer algunas escenas, como guiño al espectador actual. Julieta espera a su amante en el mismo espacio en el que Romeo es desterrado por el asesinato de Tybalt. Las tres horas vuelan ante el devenir de los enamorados y tal vez por eso atrae tanto al público que rodea la escena desde todos los ángulos, sentados y de pie (con los codos apoyados sobre el escenario); todos repitiendo los diálogos en inglés antiguo con esa cadencia hermosa que sólo pueden impostar los ingleses.

Todos se ríen mucho, a carcajadas. Shakespear­e es fiesta, sexo, pueblo. Es el ciclo “Summer of Love” y hay incluso un casamiento que se está festejando ahí mismo, entre el público. La novia y el novio se unen ante la desolación de la pareja de enamorados más famosa del mundo.

Romeo y Julieta, tan dolorosame­nte jóvenes, imposibili­tados de recaer en los brazos del otro. Los enamorados pronto morirán. Todos conocen ya el final, pero la escena previa es igual de desoladora. La música bella y triste, el viento suave que mueve los pétalos de las flores que bordean el escenario, el público que se seca los ojos mientras él se mata después de encontrarl­a supuestame­nte muerta y ella se mata luego, sobre el suelo de madera despoblado de todo ornamento. Saberlo todo e igualmente dejarse conquistar por la tristeza.

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Romeo y Julieta. La puesta clownesca de Daniel Kramer en Londres.

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