¡Paren las topadoras de Potsdam!
Un viaje a Potsdam para un sábado de despedidas y reencuentros. Una excusa para conocer el Museo Barberini, un palacio del siglo XVIII recuperado en el centro de la capital de Brandeburgo. Una de las diez inauguraciones más importantes de 2017 en lo que a museos se refiere. En el fondo de la escena asoman grúas y equipos de demolición.
Catálogo mediante, fui con destino a De Hopper a Rothko, una exposición traída de Washington sobre el camino moderno del arte estadounidense. Ahora mismo aprendo que la primera muestra del Barberini, dedicada al impresionismo, llevó a Potsdam 320 mil personas.
El museo, en realidad, es una mera reconstrucción desde la nada, mejor dicho de esa nada surgida gracias a la formidable liquidación de los edificios emblemáticos de la República Democrática Alemana. Otro empeño por volver a las buenas épocas del barroco iluminista que ocupa un solar en la plaza del antiguo mercado, donde alguna vez estuvieron las ruinas del palacio, por lo menos antes de ser barridas por las topadoras de una postguerra en tono soviético. Allí, en ese hueco dejado por las bombas y tras décadas de debate, el 1° de septiembre de 1989, el Día Internacional de la Paz, se colocaría la piedra fundamental del nuevo edificio de la Kanaloper, la ópera del canal, el teatro de Potsdam, también de la época del gran Federico, también desaparecido en la guerra. Una obra de arquitectura moderna integrada al nuevo diseño del centro urbano y que, como buena ciudad socialista, incluía un conjunto definido por la biblioteca científica general, el Instituto Pedagógico y el Interhotel: 420 habitaciones a todo comfort, distribuidas en 17 pisos a orillas del río Havel y destinadas a los miembros de la Federación de los Sindicatos Libres de la RDA.
Ese día de la paz de 1989, aquella compañía teatral que, desde 1945, actuaba en sedes provisorias, celebraba los cimientos de una casa estable, cuya apertura se proyectaba para 1993, en ocasión de los mil años de Potsdam. No sabían que, a los pocos meses, la historia se iría para otro lado y que en octubre de 1990, los nuevos concejales votarían por la recuperación del perfil histórico de la ciudad, es decir, el del siglo XVIII. Las grúas se detuvieron en diciembre y, en marzo de 1991, 67 votos contra 18 decidían la demolición de la estructura, esa en cuyas paredes se había pintado una cruz con laureles y la leyenda “Aquí descansa vuestra festiva tarde de teatro”. Varias toneladas de hormigón y 17 millones de marcos tirados a la basura. En el Museo Barberini las fotos de ese teatro que no fue aparecen entremezcladas con otras del estado del palacio antes y después de las grandes guerras, un camino que conduce al estado actual, es decir, al triunfo sobre la barbarie del siglo XX.
En diagonal al museo sobrevive –por ahora– el edificio de la FH-Potsdam, la Escuela de Ciencias Aplicadas creada hace 25 años y cobijada en la sede del Insti- tuto Pedagógico de la RDA. Otro de los edificios que, como el hotel, están destinados a la picota. Rodeándolo, una manifestación de estudiantes, anarquistas y familias con niños, instalados en sillones como si estuvieran en la sala de su casa y rodeados de decenas de policías, llegados quién sabe de dónde. Jóvenes que no vivieron aquellos años se pronuncian contra las demoliciones y la expulsión de las sedes universitarias a los márgenes de la ciudad. Los alquileres han aumentado tanto que les conviene vivir en Berlín.
“El centro urbano es para todos”, “Salvemos lo que se pueda salvar”, “La ciudad no es un museo” son las consignas que reinan en la plaza, a unos cien metros del Barberini. Los “Action-Kits” diseñados en las cátedras de la Escuela se combinan con las listas y las fotos de los edificios ya destruidos, los rescatados y los amenazados por un historicismo que se ensaña con la arquitectura de la RDA. El Palacio de la República berlinés, sin ir tan lejos, desapareció hace diez años: demolido en 2008, dejó su lugar a la reconstrucción del Palacio Real, destruido en los bombardeos de la Segunda Guerra. Un proyecto que desarma el pasado reciente para rearmar una ciudad de cuando no había nazis ni comunistas. “¿Y cuándo llega el Kaiser?”, se preguntaban quienes estaban en contra de una idea que la crisis transformaría en el Foro Humboldt. Sea como fuere, ese empecinamiento con que aquí no ha pasado nada ya les tragó centenares de millones de euros. Que quizás, nadie lo niega, regresen transformados en forma de turistas.