La recién llegada a una fiesta
“Sinceramente, tuve que googlear qué era el Man Booker Prize”, dice Samanta Schweblin: no tendrá que hacerlo más, el premio –el haber estado entre los seis finalistas– estará ahora ligado a su nombre. “Yo prácticamente no leo inglés, entonces no es un premio que siga... Para mí fue todo desconcierto, como entrar a una montaña rusa en la que tuve que ir aprendiendo un montón de cosas. Y es un mundo que sentí que me quedaba grande. No por la nominación, pero por cuestiones hasta logísticas: todo sucede en inglés y mi inglés .... Estaba incómoda por todos lados: era la más chica, la nueva, no me llevaba bien con la lengua en la que me tocaba hablar”.
–¿Cómo fueron esos eventos, la relación con los otros autores?
–Un poco me desilusionó. Yo esperaba interactuar un poco más. Estaban Amos Oz, David Grossman, autores de novelas que hasta doy en taller, autores que uno lee de pie. Entonces iba con muchas expectativas, quizás más de lectora que de escritora. Pero, claro, son grandes estrellas. Están ahí, entran a último momento, se van primero. No hay espacio para charlar. Hubo lecturas y eventos con los traductores, entonces por ahí uno no hablaba con Grossman pero sí con el traductor. Algo es algo.
–¿Los finalistas se habían leído entre sí? ¿Habían leído tu novela? –Enard sí me había leído, los demás creo que no. Algo divertido fue que descubrimos que había una página de apuestas con los ganadores.
–Ibas primera. –Sí, a mucha distancia, una cosa espectacular. Me sentía un poco como un caballito. Creo que el libro se ganó el entusiasmo y la simpatía que genera cualquier recién llegado a una fiesta. Entonces si los otros autores no lo habían leído, el entorno –los traductores, los periodistas, los editores de otros libros– sí. Fue muy impresionante. Y lo encontré en los aeropuertos, nunca en mi vida pensé que iba a encontrar un libro mío en un aeropuerto. En las librerías lo encontrabas al lado de Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez: éramos como gemelas. –¿Una presencia de literatura argentina?
–Latinoamericana. También veías recomendado a Rodrigo Hasbún, de Bolivia.
–¿Tendrá algo que ver con los programas de apoyo a la traducción? –Totalmente. En Argentina, el programa Sur es una maravilla. Y muchos países compran sus libros a través de la traducción al inglés.
–¿Pasó con Distancia de rescate? –Con el tema del premio, ya han salido unas 30 traducciones. Al hebreo, al turco, al árabe, al macedonio... –¿Seguís escribiendo en la línea de esta novela?
–Ahora escribo una novela distinta, más extensa, coral: nunca antes había escrito una novela coral. Habla de tecnología, con lo que nunca me había metido tampoco. No puede considerarse un cuento largo, como Distancia de rescate, es un movimiento más arriesgado. Estoy inquieta pero contenta.