La ficción como espejo de la historia argentina
En su primera incursión en la novela, el periodista Edi Zunino elige como protagonista a un reportero descreído y justiciero. Su tema, la política.
En el primer capítulo de Locos de amor, odio y fracaso, Anselmo “Mito” Valdivia se contempla en el espejo y descubre que su imagen, más que devolver un puro reflejo, lo interpela.
Con el transcurso de la historia y las alternativas que enfrenta el personaje, un periodista escéptico pero a la vez imbuido de cierto sentido de justicia y aferrado a valores del oficio que corren peligro de extinción, la escena inicial se vuelve reveladora en varios sentidos.
No solo porque Valdivia despliega una especie de sociología a partir de los efectos de las imágenes y los reconocimientos equívocos, sino porque la ficción configura un espejo de la historia argentina reciente, desde la guerra de Malvinas hasta la actualidad, y a la vez, en la era de la posverdad y del predominio de las redes sociales, cuestiona los principios y la práctica del periodismo, empezando por su representación tradicional como es- pejo de los hechos.
Las referencias políticas de la novela son deliberadamente transparentes. Los hechos transcurren a principios de 2016, entre el final de un gobierno y el comienzo de otro, y si bien los nombres y las circunstancias son diferentes, cualquier semejanza con la realidad argentina no es casualidad. Pero no se trata de reponer simplemente esos datos, ni de recurrir a la ficción para decir lo que el periodismo no podría afirmar por falta de pruebas, sino de visualizar lo que se pierde de vista detrás de la actualidad y así interpretar bajo una luz diferente.
En el escenario de la novela, el peronismo puede ser un invento de Roberto Arlt, y el enfrentamiento político del presente constituir un simulacro, un juego donde los protagonistas consensuaron la enemistad y, de esa manera, persiguen sus objetivos y realimentan “la contaminación paranoica del país”, un fenómeno que excede a los grupos en disputa y surge de la concentra- ción del poder.
Valdivia está escribiendo la Primera enciclopedia del fracaso nacional, un ensayo donde apunta ideas que también se proyectan sobre la actualidad ( “somos ideológicamente antropófagos -plantea, por ejemplo-; no nos contenta ni nos satisface derrotar al adversario, necesitamos llamarlo enemigo, asumirnos dueños de la Patria y devorarlo”), y a la vez investiga la muerte extraña de un procurador que puso en aprietos a la ex presidenta. Se mueve en una zona gris entre conspiradores de derecha y militantes de izquierda, fuera de lugar con unos y con otros, que en definitiva comparten el intento de tenerlo bajo control y aprovechar su condición de periodista. “Era como nutrirse de una mirada retrógada del futuro para descargarse luego con una visión infantil del pasado”, dice al respecto.
La novela se presenta como el relato establecido por una comentadora, que registró las confesiones del protagonista en un momento crítico de su aventura. Valdivia es un periodista clásico que reivindica la importancia de la pregunta y de las fuentes, pero a la vez un convencido del valor de los sueños para ordenar el significado de la experiencia. Por su cercanía con el poder, sabe que “la mentira, la verdad a medias, la distorsión y la evasiva son herramientas políticas de probada efectividad”. La situación se intensifica en un presente donde la información es un bien depreciado y a la vez secundario en el tráfico de las redes sociales. Pero en la perspectiva del personaje, lo último que se pierde es la búsqueda de la verdad, y ese empeño no deja de tener consecuencias: las amenazas, los seguimientos policiales, las torpezas judiciales, la cárcel y hasta la violencia de una amante despechada se suceden cuando Valdivia quiere publicar el resultado de sus investigaciones. Si “el periodismo se muere junto con la verdad”, y los periodistas “lo dejamos morir tomando partido por unos o por otros”, el espejo está quebrado, y la imagen que devuelve se carga de interrogantes, de incertidumbre y de desafío al oficio.