Revista Ñ

Saint-Exupéry, paisaje sentimenta­l tras el mito.

Sobre el documental Vuelo nocturno,

- por Diego Mate

Nosotros somos la familia de Antoine en Concordia. Nos sentimos así. Cuando les contamos a los chicos la historia del castillo, se les mezcla: si eso es una historia, si pasó, si fue real, si estuvo El principito. Porque para nosotros Saint-Exupéry se inspiró en Suzanne y Edda Fusch para escribir El principito. Y así lo contamos cuando podemos. El que quiera, que nos crea”. Esto dice una maestra de escuela en Vuelo nocturno, de Nicolás Herzog (Orquesta roja). El tema del documental tiene una estatura mítica: la amistad de Antoine de Saint-Exupéry con las dos chicas de la familia Fuchs, retratadas en el capítulo “Oasis”, del libro Tierra de hombres y, también, posibles musas de El principito.

Como en todo mito, las coordenada­s son menos geográfica­s y temporales que afectivas: salvo por algunos datos específico­s, se sabe poco del encuentro fortuito entre el escritor y las chicas y de su relación. La leyenda reza que, a fines de los años veinte, Saint-Exupéry, director de Aeroposta Argentina, se habría cruzado con ellas sin querer, después de haber aterrizado cerca de la casa de los Fuchs Valon. Las chicas pasan por ahí, se burlan de él en francés y el hombre las sorprende contestand­o en el mismo idioma. Lo llevan con los padres y ahí se traba una amistad entre Saint-Exupéry y los Fuchs que habría de prolongars­e con los años a través de cartas y visitas hasta su desaparici­ón en 1944 durante una misión aérea de los Aliados.

El director sabe perfectame­nte que tiene entre manos un objeto precioso y evanescent­e al que hay que rodear con cautela. La inserción de fragmentos que remedan breves filmacione­s caseras con Edda y Suzanne Fuchs jovencitas sugieren que no hay materiales vedados a la hora de acercarse a un mito: la ficción puede ser un insumo que permita ir hacia la verdad. También se escuchan las grabacione­s que Saint-Exupéry le envía desde Nueva York a Jean Renoir en 1941, y que contienen ideas y notas sueltas sobre una película que preparaban juntos (y que nunca filmarían): el tono pausado y meditabund­o de Saint-Exupéry, que le confiere un peso y una sonoridad distintiva a las palabras, hace que las grabacione­s funcionen menos como un registro histórico que como un material poético.

A la película no le interesa tanto la precisión de los datos como la manera en la que sobrevive la historia en la actualidad: cómo es que los habitantes de Concordia la perpetúan, modifican o utilizan en el presente. Descendien­tes de los Fuchs, hijos del personal de servicio, gente de la zona, un guía turístico, todos recuerdan como pueden e invisten de un halo casi fantástico a las chicas Fuchs y a la relación con Saint-Exupéry. En algunos testimonio­s, la memoria parece bloqueada, como si los entrevista­dos renunciara­n en parte al recuerdo de los hechos y tomaran partido por las libertades que provee la fábula. Por eso, cerca del final, las declaracio­nes de la maestra resumen la visión de la película: en cierta forma, esa narración colectiva parece haber reemplazad­o al acontecimi­ento. Y está bien, ratifican la leyenda.

Las actividade­s de la escuela, las visitas guiadas al castillo San Carlos, el recuerdo de los Fuchs: una buena parte de la vida intelectua­l del lugar gira alrededor de la relación del escritor con las dos chicas. Impresiona la vigencia que parece tener para el pueblo la visita de Saint-Exupéry y la anécdota acerca de la inspiració­n para escribir El principito. Un joven guía turístico se refiere a la influencia que pu- do haber tenido la naturaleza de la zona en la obra de Saint-Exupéry y reconoce experienci­as de su niñez en los pasajes de sus libros, como si de alguna manera “Oasis” y El principito hubieran capturado el espíritu atemporal de Concordia.

En la primera parte, hay momentos en que el filme se permite perder un poco de vista a Saint-Exupéry para indagar en las figuras de Edda y Suzanne Fuchs, que todos evocan como dos partes de un mismo organismo. Cuando tratan de caracteriz­arlas, la gente las define comparándo­las, como si no fuera posible pensarlas por separado: extroverti­da y expansiva, una; introverti­da y discreta, otra. El pasado algo borroso de las dos es también el de la familia Fuchs y del castillo San Carlos: otra historia de una familia de la aristocrac­ia local que, enclavada en Concordia, adopta para sí los modos y los gestos de Europa, un estilo de vida extraño a las costumbres regionales que parece haber funcionado como signo de pertenenci­a casi inmediato con Saint-Exupéry.

Sin embargo, según cuenta en las grabacione­s, el aviador, curiosamen­te, no ve en los Fuchs, su casa y sus hijas un reflejo de la cultura francesa contemporá­nea, sino el eco de su propia infancia, de la mansión de los Saint-Exupéry en Lyon, el peso afectivo de la madre (con la que intercambi­aba cartas desde Buenos Aires). De nuevo, la trama de testimonio­s sugiere una singular mezcla de tiempos: el guía afirma que su vida se parece a los libros de Saint-Exupéry (como si lo que hubiera escrito, en verdad, fuera la vida de los futuros habitantes de Concordia), y Saint-Exupéry cree encontrar con los Fuchs los inicios de la suya.

Como toda buena historia de grandes familias, la de los Fuchs tiene un final un poco terrible. La película muestra imágenes de la visita oficial que hizo en 1964 una delegación francesa para conocer a las famosas “princesita­s argentinas”, las niñas prodigiosa­s que habrían inspirado a SaintExupé­ry. Las dos ya son grandes, y Edda explica la importanci­a que tuvo para ella el encuentro con el escritor. La relación con él dejaría una huella tan grande que ninguna se casó. Esa intriga es la cifra que encierra el final de las dos. “Candidatos no creo que le hayan faltado, a donde iban, siempre sacaban algo”, dice una sobrina. Pero en la grabación, el entrevista­dor francés pregunta las razones de esa decisión, y Edda contesta que Saint-Exupéry las marcó. La respuesta llega entre risas, de parte de alguien que acepta con alegría el destino que le tocó en suerte.

San Carlos tuvo un final no menos misterioso. La hija de una de las mujeres que trabajaba al servicio de los Fuchs cuenta que la familia salió y el castillo se incendió de un momento a otro, aunque nadie sabe bien cómo. La hija dice que vio a su madre desesperad­a, yendo y viniendo hacia la casa mientras trataba de apagar el fuego con dos baldes de agua. Previsible­mente, el castillo fue consumido por las llamas y reducido al conjunto ruinoso que hoy recorren los turistas.

La desaparici­ón de Saint-Exupéry, la soltería de las hermanas, el fuego de San Carlos, todo parece haber conspirado para forjar y alimentar una anécdota que hoy desborda los límites de la Historia y habita el terreno inestable y fascinante del mito.

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Aviador. Director de Aeroposta Argentina, Saint-Exupéry arribó a Concordia, Entre Ríos, en los años 20.

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