Corriendo los límites de la visión.
Sesenta obras de Esteban Pastorino
Era una noche de luna llena. La cámara fotográfica estaba en su posición. Durante ocho horas captaría las vicisitudes del tiempo y los cambios de ese paisaje de pueblo rural bonaerense. El fotógrafo, Esteban Pastorino, dejó todo listo y se fue a su auto a dormir a la vera del camino. Sólo tiempo después, al revelar el rollo, conoció el resultado final: un paisaje que registra en una sola toma el recorrido de la luna, claridades y tormentas, donde una pregnante línea de horizonte separa el cielo de la tierra. Pastorino construye sus propias cámaras para lograr imágenes que permitan ver aquello oculto a nuestra visión cotidiana. Las diseña, como un luthier de la fotografía, buscando resultados y, a su vez, deja al dispositivo hacer su trabajo para él mismo sorprenderse ante la porción del proceso confiado al azar.
Más de sesenta de sus trabajos de los últimos veinte años recorren tres salas del Centro Cultural Recoleta, en su muestra más amplia hasta el momento, y nos interrogan sobre las posibilidades y límites de la visión, sobre realidad y ficción, tiempo, movimiento, espacio. Una poética que provoca un permanente reajuste y extensión de nuestra percepción, debido a los fascinantes extrañamientos propuestos por cada imagen.
En 1997 comenzó el trabajo de fotografía panorámica. Con los años fue realizando tomas cada vez más largas. Un total de 305 metros suma la imagen de la Maratón de Nueva York de 2001, exhibida por primera vez en nuestro país. En este caso, diseñó un dispositivo capaz de cargar esa película de cine, dado que no hay rollos fotográficos de tal longitud. Así superó ampliamente su propio récord: una foto de 39,54 metros, donde el artista muestra un recorrido de unos tres kilómetros por el centro de Buenos Aires, la cual figura en el Guinness como el negativo fotográfico más largo del mundo. La imagen de la maratón aguarda ser registrada como una nueva marca.Fueron dos horas de exposición de la cámara para capturar la carrera de Nueva York en una imagen sin cortes. Hacia el final de la primera sala de la muestra observamos una pared con líneas horizontales brillantes, como una persiana con luz. Al colocarnos bien cerca y fijar la mirada descubrimos a los corredores cuyas figuras podemos ver nítidas, estiradas o comprimidas, de acuerdo con la velocidad que llevaba cada uno en relación
a la velocidad de la cámara.
De adolescente, Pastorino dedicaba horas al modelismo. ¿Es una maqueta o es una imagen real? La pregunta surge una y otra vez frente a sus trabajos. Para fotografiar los ex talleres del ferrocarril de La Plata enganchó la cámara al hilo de un barrilete y disparó con un control remoto. Al diseñar el dispositivo para lograr sus fotografías aéreas, que integran otro de los núcleos principales de la muestra, se aseguró tener la imagen central en foco y el resto desenfocado, pero no podía prever con exactitud la imagen que capturaría desde el aire. Este aspecto, fuera de su control, garantizaba la expansión de su propia visión.
En El arte como artificio, Víctor Shklovski, autor fundamental del formalismo ruso, sostiene que “la finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento: los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la percepción”. A esto llamaba “extrañamiento”. Cada trabajo de Pastorino propone este extrañamiento logrando imágenes poderosamente artísticas y atractivas.
Tanto las propuestas panorámicas como las aéreas se conectan con su trabajo más reciente de fotografía estereoscópica, mediante el cual acentúa los efectos de miniaturización y maqueta. Visores y anteojos nos sumergen en una casi mágica tridimensionalidad. “Me llama mucho la atención que la tercera dimensión del espacio no se haya incorporado de forma masiva al lenguaje fotográfico. Estoy esperando que llegue el mesías de la fotografía estereoscópica, el William Eggleston del 3D. Tengo la idea de que se va a popularizar”, comentó el artista a Ñ.
Mientras tanto, armó su propia cámara estereoscópica. Podemos ver en tres dimensiones bellas imágenes cenitales de montañas nevadas o recorrerlas en 360 grados a la manera de un vuelo virtual a su alrededor. En estos casos se trata de imágenes creadas con la computadora. En otros, son tomas de paisajes reales. Advertimos pequeñísimos detalles, experimentamos la corporeidad del espacio, nos sentimos de nuevo niños fascinados al descubrir territorios y escenas que emergen al acercar nuestros ojos a un lente.
En el texto de presentación de la muestra, Julio Fuks escribe que “esta propuesta expositiva transita la obra fotográfica de Esteban Pastorino en donde se interpela y experimenta los vínculos posibles del espacio y tiempo, visualidades y figuras”. En esa interpelación, se abre “la posibilidad de una revelación, de una experiencia (…)”. Así, estas Imágenes expandidas –título de la exposición– proponen un nuevo modo de representación al expandir el campo de la percepción sensible.
En otra serie, reconocemos el paisaje de París, el metro, la torre Eiffel. Un barrido fotográfico de abajo arriba capturó imágenes en las cuales todo aquello en movimiento –personas, autos– sufre una distorsión que logra líneas de gran plasticidad como sucede con las piernas de los transeúntes con sus formas sinusoidales.
“Utilizar la fotografía como herramienta para extender la percepción”, “ver a través del instrumento”, “deconstruir los códigos de la fotografía tradicional”, define Pastorino en distintos momentos de la conversación con Ñ. Son los denominadores comunes en su obra, tan singular como reconocible. Un trabajo que coloca sus estudios de ingeniería mecánica, su pulsión experimental y sus constantes interrogantes sobre la visión al servicio de una obra que invita a descubrir nuevos mundos insertos en la cercanía de nuestra realidad.