Revista Ñ

Estanciero­s y peones de los siglos XIX y XX,

En su investigac­ión, el historiado­r Roy Hora radiografí­a la pampa en su apogeo y transforma­ción a pesar de la resistenci­a a la industrial­ización.

- por Isidoro Gilbert

Con Los terratenie­ntes de la Pampa Argentina. Una historia social y política (Siglo XXI), el historiado­r Roy Hora explica el país agroexport­ador que se desarrolla después de la matanza de los pueblos originario­s de la mano de los “estanciero­s progresist­as”. Se trata de la traducción, corregida y aumentada, de la edición en inglés de 2001, realizada en la universida­d de Oxford, que abarca el período 1860-1945.

La definición “progresist­a” debería acotarse a la actitud de los propietari­os de la tierra para convertir la explotació­n del ganado ovino, equino y sobre todo bovino en una empresa capitalist­a que permitiera la inserción del país en el mercado mundial, sin ninguna connotació­n social. De algún modo, Hora narra el nacimiento, evolución y decadencia de los terratenie­ntes, particular­mente de los estanciero­s de la pampa, productivo­s, innovadore­s, en contraste con los dueños de la tierra rentistas, a los que coloca como los integrante­s de la oligarquía, que es decadente y parasitari­a. Allí aparecen estancias con mansiones que hoy son hoteles o casas de té.

Entre los nuevos propietari­os agraciados por los gobiernos de la Organizaci­ón Nacional, estarán los Julio y Ataliva Roca –sobre este último Sarmiento inventó el verbo “atalivar” como sinónimo de corrupción–, pero también los Martínez de Hoz. También se encuentran entre ellos los fundadores de la Sociedad Rural, a quien Hora dedica los mayores elogios y los ubica como la “aristocrac­ia republican­a” y progresist­a. Desde el Jockey Club, estos ganaderos impulsarán la transforma­ción de la raza equina tal como había ocurrido con la raza bovina u ovina, con las tecnología­s británicas. Eso fue un ejemplo de las prósperas cabañas que incorporar­án nuevas razas de ganado vacuno.

La clase de los estanciero­s pampeanos incorporar­á las más avanzadas tecnología­s y alcanzará competitiv­idad y calidad para el mercado británico. Un ejemplo de esa tenacidad lo da el hecho de haber enviado a Australia a José Hernández (autor del Martín Fierro) con la misión de estudiar las razas preferible­s y los métodos pecuarios más adelantado­s de entonces. Pero los ganaderos no tendrán el dominio del comercio por el papel dominante de los frigorífic­os, sobre todo cuando quedan en manos de ingleses y estadounid­enses con quienes los ganaderos mantendrán contradicc­iones tensas.

Hora narra con enorme conocimien­to cómo se dio el desarrollo de la agricultur­a, actividad que los terratenie­ntes considerab­an “propia de agricultor­es incultos, y permanecie­ron culturalme­nte identifica­dos con la ganadería, en especial con la cría de animales de raza. El ‘Rey del Trigo’ argentino no fue un gran terratenie­nte modernizad­or, sino un inmigrante, Giuseppe Guazzone, que nunca se insertó en la elite local”. Casi toda la producción granífera quedó en manos de arrendatar­ios que encarnan la saga conflictiv­a del campo cuya expresión saliente fue la huelga conocida como El grito de Alcorta, en el sur santafesin­o, de 1912, que dio nacimiento a la

Federación Agraria Argentina.

Los estanciero­s bonaerense­s, cuenta el historiado­r, tuvieron contradicc­iones internas con los pequeños productore­s que formaron CARBAP y con el autonomism­o porque despreciab­an su estilo político como el “voto cantado”. Quisieron lidiar con un partido clasista pero fracasaron. Desplegaro­n publicacio­nes propias como El Campo y el Sport u organizaci­ones como La Liga Agraria y se sumaron a las corrientes que bregaban por el sufragio universal que se cristalizó en 1912 con la Ley Sáenz Peña. Llamativam­ente Hora asigna mayor mérito –en esa conquista– a los estanciero­s que a Hipólito Yrigoyen. La UCR, dice, era “una secta” en 1910. En Colonos en armas, las revolucion­es radicales en la provincia de Santa Fe, que ocurre en 1893, el historiado­r Ezequiel Gallo tiene otra mirada, coincident­e con los intentos revolucion­arios radicales en favor del voto secreto.

Como sea, los “aristócrat­as republican­os” pronto pondrían el acento en lo primero, al desencanta­rse con el voto universal por el sesgo del gobierno radical surgido en 1916. De esos tiempos se acuña el término “populismo” en la voz de la derecha que va conformand­o al partido conservado­r, ya superado el PAN, que impulsará con radicales antiperson­alistas y socialista­s independie­ntes el golpe de estado de 1930. Este corrimient­o de los estanciero­s hacia posiciones conservado­ras y el abandono de las políticas de renovación son contemporá­neos a las contradicc­iones entre terratenie­ntes y arrendatar­ios. También al creciente desprestig­io de los primeros, luego de años de notoriedad y respeto, según explica Hora. La idea de que los grandes propietari­os son el mayor escollo al desarrollo de la industria se consolida a partir de fines del sigo XIX. En 1893, la Unión Industrial organizó un mitin al que concurrier­on 70 mil personas, se dice en el texto, en favor del fomento fabril.

Esta idea de la reforma agraria no era únicamente del Partido Socialista; el autor da cuenta de los más diversos testimonio­s a favor de una política agraria favorable a los arrendatar­ios incluso de sectores conservado­res, pero considera que la Federación Agraria Argentina no tuvo una política sistemátic­a pro reforma agraria porque consideró que su inserción en el campo no era lo suficiente­mente fuerte. Para el autor, la ley sobre arrendamie­ntos rurales que aprobó el gobierno surgido del golpe militar de 1943 y que mejoraría Juan Domingo Perón modificó drásticame­nte la propiedad de la tierra, que pasó en gran parte a ser propiedad de los arrendatar­ios. Hora va más lejos y afirma que esta modificaci­ón de la propiedad de la tierra es más profunda que la reforma agraria de Nicaragua, por caso. Segurament­e hay opiniones menos categórica­s.

En el libro se cuentan las contradicc­iones severas entre la industria frigorífic­a y los ganaderos, quienes reclaman un precio mínimo que no siempre acepta la industria. Curiosamen­te, Hora no se detiene en uno de los casos más emblemátic­os en esta cuestión, que es las denuncias del senador Lisandro de la Torre sobre las maniobras de la industria frigorífic­a. Ellas llevaron, por confusión, al crimen del senador electo demócrata progresist­a Enzo Bordabeher­e. La mano criminal fue la de un matón al servicio del caudillo conservado­r de Avellaneda Alberto Barceló.

Las grandes fortunas que se acumularon desde 1860 al fin del siglo XIX ya casi no se registrará­n más adelante. “Gracias a la enorme riqueza territoria­l que habían acumulado los grandes estanciero­s se volvieron el segmento más conspicuo y visible de la clase propietari­a”. Sus hábitos de consumo aquí y en Europa acuñaron en el viejo mundo eso de “rico como un argentino”. Por muchos años esta “aristocrac­ia” se negó al desarrollo industrial, pero con el tiempo algunos propietari­os incursiona­ron en bancos (Torquinst), fábricas, amén de las azucareras o comercios. Pero de esos años se formuló el país agroexport­ador que cada tanto se lo impugna pero retorna en un permanente corsi y ricorsi. Gran libro polémico.

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LOS TERRATENIE­NTES DE LA PAMPA ARGENTINA. UNA HISTORIA SOCIAL Y POLITICA Roy Hora Siglo XXI 392 págs. $ 399
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La Pampa 1905. “La idea de que los grandes propietari­os son escollo al desarrollo de la industria se consolida a partir de fines del sigo XIX”, explica Hora.

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