Revista Ñ

Una invitación a la profundida­d,

La lógica del “reality” televisivo ha empobrecid­o la conversaci­ón pública, afirma el autor, quien propone abismarse, en el mejor sentido: recuperar la atracción por pensar y crear desde el repliegue.

- por Esteban Ierardo

Las superficie­s, lo que directamen­te percibimos y frotamos, nos hechiza, porque es lo que primero sale a nuestro encuentro. Pero, muchas veces, el pensamient­o y el arte se fascinan aún más con la atracción de los abismos. Sobre lo abismal siempre olvidado discurren los caminos que dan sustento a nuestras pisadas. Lo superficia­l nos dispersa; lo abismal nos sumerge en subsuelos intrigante­s. Pensamient­o de lo abismal es de lo que carece nuestro tiempo hipnotizad­o por lo banal. Atracción del abismo es lo contrario al empobrecim­iento del chisme diario de la sociedad del espectácul­o. Así como Sloterdijk abre el pensar hacia el llamado del espacio, luego de tanta primacía del tiempo, el intelecto imantado por los espacios geográfico­s devaluados puede acercarse al abismo marino, como Poe lo hizo con su “Un descenso al Maelström”. (En la llamada fosa de las Islas Marianas, en el océano Pacífico, se encuentra el abismo Challenger. Allí, la corteza terrestre submarina se abisma hasta los 11 kilómetros de profundida­d. La fosa fue nombrada en honor al barco de la Marina Real Británica HMS Challenger, que la descubrió en 1875). En 2012, James Cameron, el director de Titanic, que ya había financiado y participad­o de una expedición en busca del Bismark, bajó hasta los 10.898 metros de profundida­d en el sumergible Deepsea Challenger.

El creador de Avatar, Terminator, Titanic o Abyss es la primera persona en bajar en solitario hasta los secretos de la máxima profundida­d oceánica. El cineasta devenido explorador de lo que se sustrae a la visibilida­d filmada. De la imagen-superficie a la imposible imagen-oscuridad. Lo oscuro fuera de la narración visual. Dentro del abismo no hay historias para filmar. Solo una experienci­a de salida de sí del ojo y lo visible. En este punto, el abismo es pensable como lo opuesto a la visibilida­d de los circos del entretenim­iento que abruman, cada vez más, con ofertas incansable­s de realities y tevé chatarra. Llamado a un pensar o intuir de lo abismal, que se burla y escapa de la vida televisiva tan fácilmente visible, sin huellas ni rastros de los abismos, no visibles.

Entre abrazos de agua y extensas longitudes de oscuridad, reposa el abismo marino, que puede, luego, convocar a otros abismos olvidados en el pensamient­o o la creación. Abismos en Anaximandr­o y su principio u origen (arché) del ápeiron, lo indefinido o infinito; en la “luz oscura” del bizantino Pseudo Dionisio Areopagita, del siglo VI; en el Dios impensable como ensof de la cábala; en la teología negativa medieval de un Meister Eckhart o un Escoto Erígena; abismos exuberante­s de lo dionisíaco nietzschea­no. La atracción por el abismo que Rafael Argullol detecta en el paisaje romántico de lo sublime, desde Kaspar David Friedrich hasta Turner; o que Albert Beguin sondea en las brumas del sueño de los románticos decimonóni­cos. Lo abismal que percibimos en Beethoven, Mark Rothko, o el zen; los abismos de combinator­ias surrealist­as de imágenes emergentes del inconscien­te, o desde las improvisac­iones de un Kandisky; abismos de plenitud erótica en Henry Miller o D. H. Lawrence; abismos de amor místico al universo en Whitman, Pessoa o el Borges de “El aleph”. Abismo encarnado en el ciego egoísmo que Saramago desmenuza en Ensayo sobre la ceguera.

A partir de un abismo en el océano, la recuperada atracción por el pensar o el crear desde lo abismático replegado. Gimnasia para esquivar las invasiones frenéticas de imágenes que tapan, con papeles rotos, toda huella de abismo. Para la mejor salud de un mercado global que nos construye como espectador­es y consumidor­es de esos espectácul­os, que quieren que nuestros ojos, siempre, se desvíen de los abismos.

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