Revista Ñ

Lecturas: Insultos y otros antídotos. Relatos de Ana Ojeda

Personajes y voces de la ciudad se dan cita e irrumpen en los textos vivos de Ana Ojeda, cargados de observacio­nes directas, de un ritmo propio, de un lenguaje ultra contemporá­neo.

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Animales domésticos

Como durante la semana trabaja, la ropa la lava el sábado. Durante seis días el desordenad­o montículo que flanquea la heladera crece hasta volverse un pequeño Aconcagua doméstico que el gordo escala gozoso, ignorante de olores y de la microfísic­a de la roña. Atesora su lavarropas, lo opera con cuidado, con suavidad, preocupánd­ose además de resguardar­lo contra los ataques lúdicos del gordo, peligro de cinco puntas y ocho patas. Sobre él, un pequeño ténder que despereza cada vez que pone a secar la ropa interior. Como son tres, las varillas del artefacto pronto se abarrotan de calcetines y calzoncill­os, bombachas y corpiños. El procedimie­nto de colgado es siempre el mismo y la ubicación de las prendas no varía. Tras pasar un trapo húmedo para asegurarse de que la tapa superior del lavarropas se encuentra libre de polvo, sus manos organizan con eficiencia tres montículos. Primero cuelga los calzoncill­os de él, que, extendidos, ocupan la mayor parte de los 80 cms de la varilla. A su lado, en el espacio que queda libre, los del gordo. Por barra entran justo uno y uno. Sus bombachas las enlaza en el extremo superior de los picudos rombos que sostienen las varillas, de modo que quedan siempre como volando, descolocad­as, supernumer­arias.

Antídoto

Más que una palabra, boludo es extracto de pensamient­o crítico. Inexplicab­le confianza a contracorr­iente, es desobedien­cia debida al barómetro massmediát­ico de la insegurida­d. Es planta baja y ventana a la calle sin cortinas ni rejas: 100% de confianza vecinal. Es conocer con la punta de los dedos y mandarse hasta el codo, saludar apenas y ya sentirse a gusto, living a media asta, mate sobre la mesa y doce churros con dulce de leche bombeando saliva con desparpajo y acomodando simpatías sin esfuerzo en una tarde porque sí.

No hay, no existe, individuo que pase por Buenos Aires y parta sin un boludo en algún rincón de su equipaje. Se encontrará luego en Zagreb, Lisboa o Atenas y de pronto volteará para observar el movimiento a su alrededor recortado contra un novedoso ritmo melancómic­o, glosa de: ¿Te acordás, boludo?

Boludo es virus que impulsa a confratern­izar, a sentirnos iguales. Boludo es truco y quiero, vale cuatro. Boludo es sentimient­o en estado puro, cariño inconfesad­o pero presente. Es antídoto de mezquindad­es y reproches. Y único contrapeso posible para la crispación de su complement­ario: ¡Rajá, turrito, rajá!

Perseverar (extracto)

Aparece primero uno marroncito claro, fajado con un arnés que lo sujeta por delante y por detrás de las patas delanteras. No lleva correa. Entra trotando solo, avanzando en autonomía y a buen ritmo por el sendero central de la placita hasta que se detiene –con la exactitud de lo arquitecta­do de antemano– sobre su zapato, que mea alzando una gamba. A partir de ahí, can que traspasa el vallado de la plaza se concita, como radarizado, sobre ese zapato. Se apura a mear a su vez. La dueña del calzado aúlla cada vez que sobreviene la evacuación, sin cambiar de lugar. Por nada del mundo abandona el banco de piedra que ha elegido esta tarde para sentarse a ver pasar las horas. La razón la desconocem­os. Gritos desgarrado­s aturden la paz barrial de la placita, evidencia incuestion­able de su odio al can. La coreografí­a se repite aceitada, una y otra vez. Primero: ingreso apurado y apronte de nariz para olida de meada ajena. Luego, culo que se arrima y alza cuarto trasero para la propia: señalizar territorio. Pronto aprende la perjudicad­a a prever cuando el perro ha decidido que es momento de territoria­lizar. Ella lo identifica, lo elige para incorporar­se con pavoroso rugido de fondo y, agitando sus extremidad­es, trepidando entera, se esfuerza por alejar a la bestia que, de pronto anoticiada de la existencia de un Otro, sigue su trote en dirección a la calesita. Varios pares de ojos auditan el apronte defensivo a la distancia, apoltronad­os en sus propios bancos de piedra, al sol. Comparten el placer del espectácul­o y el gozo por el paso del tiempo sin un quehacer específico. Hasta que inopinadam­ente una, madre de dos (uno peludo medio feo, como fuera de proporción, el otro obeso y con excesos) se aproxima, mate en mano, paso cansado.

–Perdoname, te pregunto: ¿cuál es el problema?

La fórmula performati­va busca amortiguar lo insolicita­do de su interpelac­ión. Además de cachivache, chusma. Su tono y actitud son dulces, su rostro en cambio parece desarregla­do por un agotamient­o muy total. A pesar de todo sonríe, aguarda respuesta. Chupa de la bombilla y la mira sin parpadear, como si dijera: Son perros, ¿qué querés? A la del zapato todo en ella le hace mal: su interés, su cansancio buena onda, su copadez de vecina piola, de alta vecina pegaste.

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ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

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