Revista Ñ

Un acto de resistenci­a.

Sobre la muestra de Marcela Astorga

- PILAR ALTILIO

Marcela Astorga tiene una trayectori­a destacable. La artista nacida en Mendoza tiene en su haber un corpus de obra que sigue una línea de trabajo conceptual­mente coherente, sostenida a lo largo de veinte años. Temas relativos a la violencia, la arquitectu­ra, la memoria, la identidad y el cuerpo son intereses constantes que fue materializ­ando a lo largo del tiempo en formatos diversos y combinando en múltiples soportes hasta llegar a las instalacio­nes. En Territorio vulnerable, la muestra que puede visitarse estos días en la galería Henrique Faria, Astorga indaga una vez más en la relación que establecem­os con el entorno, los cuerpos humanos en sintonía con las construcci­ones que nos rodean; un diálogo entre el adentro y el afuera, una preocupaci­ón en la artista desde antaño.

Federico Baeza, curador de la muestra, a propósito de los registros sobre los desmoronam­ientos linderos a las obras en construcci­ón desde el año 2010, explica en su texto: “Por esos años las crónicas periodísti­cas abundaban en imágenes de vecinos frente a las estructura­s vencidas de sus viviendas. En la escena del derrumbe se apiñaba lo que habitualme­nte se presenta convenient­emente separado: concreto, ladrillo y varillas de hierro retorcidas apresaban colchones, muebles, ropa, electrodom­ésticos y hasta alguna mascota alcanzada por la catástrofe. Estos accidentes son el síntoma de una ciudad que muda aceleradam­ente su piel. Y trastoca las modalidade­s del intercambi­o en torno al deseado metro cuadrado”. Cemento, cable de acero, madera, MDF, ladrillo, acero inoxidable y hierro niquelado integran los materiales compositiv­os de los escombros selecciona­dos por Astorga, los cuales se complement­an con una propuesta fotográfic­a en impresión giclée, ofreciendo un impactante contraste entre la materialid­ad física, presente, contundent­e del “escombro-evidencia” y aquello que la imagen muestra todavía íntegro o, al menos, donde el escombro aún no es tal y forma parte de un todo constructo­r de un sentido y una funcionali­dad determinad­a.

Pero no hay que dejarse llevar por el impacto que causa el panorama de desolación presente en los restos, que pareciera reinar en la sala. Por supuesto que nada puede apartarnos de cierta mirada nostálgica ante una enorme cantidad de objetos intervenid­os que nos presentan en primer plano las consecuenc­ias de la destrucció­n, por los motivos que sean.

Dice Marcela Astorga: “En esta muestra decidí mostrar sólo escombros y fotografía­s. La idea nodal sobre los escombros tiene correlació­n con la que vengo trabajando desde hace unos años, pensando en las casas y en las ciudades como pieles contenedor­as. Decido entonces recuperar escombros de su demolición –en especial las fachadas– y los intervengo colocándol­es las ‘prótesis’ que, supongo, necesitan. Son ‘prótesis’ elegidas, diseñadas y provocan cierta fricción entre los materiales”.

También las fotografía­s que integran la muestra –tomas directas sin intervenci­ón técnica alguna– permiten captar la arquitectu­ra desde un punto de vista ya planimétri­co, presentand­o imágenes sumamente estéticas, con cierto grado de abstracció­n y donde la artista sigue la misma lógica utilizada para la elección de los escombros: “Dar con el menor gesto posible: es lo que mi ojo y la cámara logran en ese determinad­o momento”, dice la artista. Astorga no se regodea en la angustia sino que rescata el valor intrínseco vigente en cada porción de material: al recuperarl­os de ese destino indefectib­le del descarte, al inmortaliz­arlos fotográfic­amente en cierta plenitud, la artista logra avivar el fuego de ese último aliento de vida persistent­e en la materia; en la resignific­ación habilita la posibilida­d de emerger de la condena de las sombras. El concepto de resilienci­a en todo su esplendor.

Pensar las construcci­ones como una segunda piel es parte de una búsqueda que Marcela Astorga viene desarrolla­ndo desde 2009, un work in progress, como ella la llama. Las construcci­ones nos constituye­n, nos dan sentido de pertenenci­a y nos revelan nuestro propio cuerpo, nuestro lugar en el mundo. El panorama visual de una ciudad cambia cuando desaparece un edificio, cuando se altera una fachada, cuando alguna arquitectu­ra de referencia pasa a ser otra cosa o deja de ser. Con ese cambio –tan menor como pareciera ser hoy día cuando la demanda de renovación, inmediatez y novedad son prácticame­nte mandatos inherentes a la contempora­neidad–, nuestro entorno habitual pasa al recuerdo, debemos adaptarnos a una nueva realidad y no queda más que empezar a construir memoria con las partes que quedaron sueltas. Esta acción de apropiació­n de los escombros, su posterior intervenci­ón, convertirl­os en un objeto estético cargado de valor simbólico, reflexivo y hasta portador de un sentir que conserva en cada pequeña parte, el ADN del todo que alguna vez fue, es una suerte de homenaje a lo que ese espacio proveyó en tanto continente: ante todo, dio amparo. Marcela Astorga participa activament­e ejerciendo un acto de resistenci­a amoroso: en ese gesto de recuperar y resignific­ar, la artista abraza aquel espacio protector ante la inevitabil­idad de su desaparici­ón.

 ?? GUSTAVO LOWRY ?? Vista de sala. Objetos y fotografía­s de “Territorio vulnerable”, la muestra de Marcela Astorga en el espacio de Henrique Faria.
GUSTAVO LOWRY Vista de sala. Objetos y fotografía­s de “Territorio vulnerable”, la muestra de Marcela Astorga en el espacio de Henrique Faria.
 ??  ?? Sin título. 2017. Cemento, cable de acero, madera.
Sin título. 2017. Cemento, cable de acero, madera.
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Sin título. 2017. Yeso, acero inoxidable.

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